Capítulo 53

De haber sabido que eran los padres de Denny, me habría mostrado más receptivo ante aquellos desconocidos. Pero nadie me advirtió nada, así que mi sorpresa estaba totalmente justificada. Aun así, me habría agradado recibirlos como corresponde a unos familiares.

Se quedaron con nosotros durante tres días, y apenas salieron del apartamento. Uno de esos días, por la tarde, Denny fue a buscar a Zoë, que estaba hermosísima, con cintas en el cabello y un lindo vestido. Evidentemente, su padre le había dicho cómo comportarse, pues se quedó sentada de buena gana en el sofá, mientras la madre de Denny exploraba su rostro con las manos. Al hacerlo, la anciana madre de Denny no dejaba de llorar, y las lágrimas caían como gotas de lluvia sobre el estampado floral del vestido de Zoë.

Denny cocinaba comidas sencillas: carne asada, judías verdes al vapor, patatas hervidas. Comían en silencio. El hecho de que tres personas pudiesen ocupar un apartamento tan pequeño e intercambiar tan pocas palabras me parecía de lo más raro.

Durante su estancia, el padre perdió algo de su aspereza y hasta le sonrió a Denny en alguna ocasión. Una vez, cuando en el apartamento silencioso yo estaba sentado en mi rincón contemplando los ascensores de la Aguja Espacial, vino y se paró detrás de mí.

—¿Qué estás mirando? —Me hablaba en voz baja. Y me rascó las orejas del mismo modo que lo hace Denny. ¡Cuánto se parece el tacto de un padre al de su hijo!

Lo miré.

—Cuida de él —me pidió.

No pude darme cuenta de si me hablaba a mí o a Denny. Y, si me hablaba a mí, ¿se trataba de una orden o de un reconocimiento? El lenguaje humano, con sus miles de palabras, es preciso, pero también puede ser maravillosamente vago.

En la última noche de su visita, el padre de Denny le entregó un sobre.

—Ábrelo —dijo.

Denny hizo lo que le decía y se quedó mirando el contenido del sobre.

—¿De dónde demonios ha salido esto? —preguntó.

—De nosotros —respondió su padre.

—Vosotros no tenéis dinero.

—Tenemos una casa, una granja.

—¡No puedes vender tu casa! —exclamó Denny.

—No lo hicimos —replicó el padre—. Lo que hicimos se llama hipoteca inversa. El banco se quedará con la casa cuando muramos, pero nos pareció que tú necesitas dinero ahora, no en el futuro.

Denny miró a su padre, que era muy alto y muy delgado. Las ropas le colgaban como les cuelgan a los espantapájaros.

—Pa… —Denny intentó hablar, pero los ojos se le llenaron de lágrimas y sólo pudo menear la cabeza. Su padre le tendió los brazos y lo estrechó con emoción. Le acarició el pelo con sus largos dedos de grandes uñas con medialunas pálidas en la base.

—Nunca nos portamos bien contigo —dijo el viejo con voz trémula—. Nunca te dimos lo que mereces. Con esto, reparamos un poco la falta.

Se marcharon a la mañana siguiente. Como el último viento fuerte de otoño, que sacude el árbol hasta que caen las pocas hojas que quedan, indicando que la estación está a punto de cambiar y que también la vida se reanuda.