La muerte de Ayrton Senna no fue inevitable.
Esto es algo que se me ocurrió de pronto, mientras gemía de dolor en el asiento trasero del coche de Denny, rumbo al veterinario. Pensé en el circuito de Grand Prix de la ciudad de Imola. En la curva Tamburello. La muerte de Senna no fue inevitable. Podría haberse salvado.
El día anterior a la carrera, un sábado, Rubens Barrichello, amigo y protegido de Senna, resultó gravemente herido en un accidente. Otro piloto, Roland Ratzenberger, murió durante un entrenamiento. A Senna le preocupaban mucho las condiciones de seguridad de la pista. Se pasó la mañana del domingo, día de la carrera, reunido con otros pilotos para organizar un grupo dedicado a la seguridad de los competidores. Fue elegido jefe de ese grupo.
Dicen que tenía sentimientos ambiguos sobre aquella carrera, el Gran Premio de San Marino, que esa mañana de domingo consideró seriamente la posibilidad de poner fin a su carrera de piloto. Estuvo a punto de hacerlo. De salvarse.
Pero no lo hizo. Ese fatídico primer día de mayo de 1994, corrió. Y cuando entró en la célebre curva de Tamburello, curva conocida por su peligrosidad, su máquina se descontroló y se estrelló a casi trescientos kilómetros por hora contra la barrera de cemento. Una pieza de la suspensión que perforó su casco lo mató de forma instantánea.
O murió en el helicóptero que lo llevaba al hospital.
O murió en la pista, cuando lo sacaron de entre los restos de su coche.
La muerte de Ayrton Senna es tan enigmática como su vida.
La controversia sobre su muerte sigue vigente hasta hoy. La filmación tomada desde el interior del coche desapareció misteriosamente. Los relatos sobre su muerte difieren. La política de la Federación Internacional de Automovilismo tuvo algo que ver. Es cierto que, en Italia, si un corredor muere en la pista, su muerte se investiga de inmediato y la carrera se detiene. También es cierto que, si la carrera se detiene, la FIA, sus patrocinadores, la televisión, etcétera, pierden millones de dólares. Sus intereses se ven afectados. Pero si el piloto, por ejemplo, muere en el helicóptero, camino del hospital, la carrera puede continuar.
Y es cierto que Sidney Watkins, el primer hombre que llegó a donde estaba Senna después del accidente, dijo: «Lo sacamos de la cabina y lo acostamos en el suelo. Cuando lo hicimos, suspiró, y, aunque soy totalmente agnóstico, sentí que su alma partía en ese preciso instante».
¿Cuál es la verdad acerca de la muerte de Ayrton Senna, que sólo tenía treinta y cuatro años?
La conozco, y te la contaré ahora:
Era admirado, amado, festejado, honrado, respetado. En la vida y en la muerte. Fue un grande. Es un grande. Será un grande.
Murió ese día porque su cuerpo ya había cumplido con su propósito. Su alma hizo lo que vino a hacer, aprendió lo que debía aprender, así que estaba en libertad de marcharse. Y yo, mientras íbamos a toda prisa a casa del doctor que me debía curar, supe que, si ya hubiese cumplido con mi misión en la tierra, si ya hubiera aprendido lo que debo aprender, habría bajado de la acera un segundo más tarde, y ese coche me habría dado de lleno, me habría matado instantáneamente.
Pero no me mató. Porque aún no había terminado. Me quedaba trabajo por hacer.