Capítulo 42

Cuánta prisa.

Con cuánta prisa pasa un año, como un bocado de alimento arrebatado a las fauces de la eternidad.

Cuánta prisa.

De forma relativamente tranquila, los meses fueron pasando, hasta que nos encontramos al borde del otoño. Y, sin embargo, lo que cambió fue muy poco. Hacia delante y hacia atrás, para un lado y para el otro, los abogados danzaban y seguían con su juego, pues para ellos sólo era eso, un juego. Para nosotros, no.

Puntualmente, Denny se llevaba a Zoë, fin de semana de por medio, los miércoles por la tarde. La llevaba a lugares de significación cultural. Museos de arte, de ciencias. El zoológico y el acuario. Le enseñaba cosas. Y a veces, en secreto, íbamos a los kartings.

Ah, esos coches eléctricos. Cuando la llevó por primera vez, ella apenas tenía la talla suficiente para llegar al volante. Y era buena conductora. Entendió enseguida al vehículo, como si hubiese nacido para él. Era rápida.

Muy rápida.

No necesitó muchas instrucciones antes de sentarse al volante. Metió el dorado cabello bajo un casco, abrochó su arnés y partió. Sin temor. Sin dudas. Sin esperar.

—¿La llevas a Spanaway? —fue la pregunta obvia del encargado a Denny después de la primera sesión.

Spanaway era un lugar al sur de la ciudad donde los chavales disputaban carreras de karting en un circuito abierto.

—No —respondió Denny.

—Porque esta niña te ganaría hasta a ti —dijo el hombre.

—Lo dudo —rió Denny.

El joven encargado le echó una nerviosa mirada al reloj. Miró hacia la barrera de vidrio que lo separaba de los cajeros. Era media tarde. Había pasado el gentío de la hora del almuerzo y el próximo estallido de actividad sería al atardecer. Sólo nosotros estábamos allí. Me habían dejado pasar porque ya me conocían y sabían que no causaba problemas.

—Dad unas vueltas, hay tiempo —dijo el chaval—. Si ella gana, pagas. Si ganas tú, no pagas.

—Vale. —Denny tomó un casco de los que estaban colgados para los clientes. Ni se le había ocurrido llevar el suyo.

La carrera comenzó a toda velocidad. Denny le dio una ligera ventaja a Zoë, para no presionarla. Se mantuvo a la zaga durante varias vueltas, de modo que ella sintiera su presencia. Después, trató de pasarla.

Y ella le cerró el paso.

Trató de adelantarla otra vez. Y ella volvió a cerrarle el paso.

Otra vez. Con el mismo resultado. Era como si la niña supiese dónde estaba él todo el tiempo. El karting no tenía espejos retrovisores. Y el casco no permitía una visión periférica. Ella sentía. Sabía.

Cuando él hacía un intento, ella lo bloqueaba. Todas las veces.

Hay que decir que Zoë le llevaba una gran ventaja, pues pesaba menos de treinta kilos y él cerca de setenta y cinco. Tratándose de kartings, es una diferencia inmensa. Pero así y todo, debe tenerse en cuenta que él era un piloto de carreras semiprofesional de treinta años y ella una neófita de siete. Piénsalo.

Ella ganó, Dios la bendiga. Cruzó la meta antes que su padre. Y yo me sentí muy feliz. Estaba tan feliz que no me importó esperar en el coche mientras ellos iban a Andy’s Diner a comer patatas fritas y batidos.

¿Cómo conseguía Denny soportar su calvario? Porque sabía un secreto: que su hija era mejor que él, más astuta y más rápida. Y, aunque los Gemelos Malignos habían restringido su acceso a ella, en los momentos en que la veía, recibía toda la energía que necesitaba para mantenerse cuerdo.