La experiencia le indica a un piloto lo que se siente cuando el coche se aproxima al límite de sus posibilidades. Un piloto llega a estar cómodo conduciendo al límite, hasta el punto de que, cuando siente que sus neumáticos pierden agarre, le es fácil corregirse, detenerse, recuperarse. Saber cuándo y cómo puede esforzarse más allá de lo normal es parte de su ser.
Cuando la presión es mucha y la carrera aún va por la mitad, un piloto al que un competidor persigue encarnizadamente es capaz de darse cuenta de que lo mejor puede ser rezagarse para, en su momento, pasar desde atrás, mejor que mantener la delantera a toda costa. En tal caso, lo que hay que hacer es dejar pasar al que te persigue. Aliviado de ese peso, nuestro piloto puede mantenerse cómodo y a la zaga, mientras que el que ahora va por delante de él se ve obligado a estar pendiente de sus espejos retrovisores.
Pero a veces es importante mantener tu lugar y no permitir que nadie te pase. Por razones estratégicas y psicológicas. A veces, un piloto simplemente debe demostrar que es mejor que sus competidores.
Correr tiene que ver con la disciplina y la inteligencia, no con quién pisa más el acelerador. A fin de cuentas, el que sea más astuto para conducir siempre es el que gana.