Capítulo 22

El puente del Día del Trabajo llegó y, después de eso, Zoë comenzó la escuela. «La escuela de verdad», como decía ella. Y qué entusiasmada estaba. La noche antes, escogió la ropa que vestiría para ese primer día: tejanos de campana, zapatillas, una blusa amarilla. Tenía su mochila, su caja del almuerzo, su estuche de lápices, su cuaderno. Con gran ceremonia, Denny y yo la llevamos desde casa hasta la esquina de la avenida Martin Luther King Jr., donde pasaría a buscarla el autobús escolar. Aguardamos junto a algunos otros niños y padres del vecindario.

—Bésame ahora —le dijo a Denny.

—¿Ahora?

—Antes de que llegue el autobús. No quiero que Jessie lo vea.

Jessie era su mejor amiga de preescolar, quien asistiría a la misma clase en el colegio.

Denny le hizo caso y la besó antes de la llegada del autobús.

—Después de la escuela, tienes la clase de adaptación —le dijo—. Es lo que practicamos ayer, ¿recuerdas?

—¡Claro, papá! —respondió con tono de reproche.

—Te iré a buscar después de la adaptación. Espera en el aula hasta que llegue.

—¡Ya lo sé, papá!

Lo miró con severidad y, durante un segundo, hubiese podido jurar que era Eve. Los ojos centelleantes. Las fosas nasales dilatadas. Bien plantada, con los brazos en jarras, la cabeza ladeada, lista para dar guerra. Se volvió a toda prisa y subió al autobús, desde donde nos saludó con la mano antes de sentarse junto a su amiga.

El autobús se alejó, rumbo a la escuela.

—¿Es tu primera hija? —Quien se dirigía a Denny era otro padre.

—Sí —respondió Denny—. Y única. ¿Y la tuya?

—La tercera. Ya tengo experiencia. Pero no hay nada como los primogénitos. ¡Crecen tan deprisa!

—Ya lo creo. —Denny habló con una sonrisa. Emprendimos el regreso a casa.