Mathias se pasó al frente oriental. Cuando Lucien no tenía clase, cruzaba la línea con Marc, e iban a comer a Le Tonneau para animarlo y porque se sentían bien allí. Los jueves Sophia Siméonidis también comía en el restaurante. Todos los jueves desde hacía años.
Mathias servía lentamente, taza a taza, sin hacer florituras. A los tres días, Mathias había localizado al cliente que comía las patatas fritas de bolsa con el tenedor. A los siete, Juliette empezó a darle las sobras de la cocina y, de esa manera, el menú de las cenas en el caserón desvencijado mejoró. Nueve días más tarde, Sophia invitó a Marc y Lucien a compartir con ella la comida del jueves. El jueves siguiente, dieciséis días después, Sophia desapareció.
Nadie la vio al día siguiente. Preocupada, Juliette preguntó a san Mateo si podía ver al viejo comisario después de cerrar. A Mathias le disgustaba que Juliette le llamara san Mateo pero, como eran esos nombres idiotas y grandilocuentes los que Vandoosler el Viejo había utilizado al hablar por primera vez de los tres hombres con los que vivía, ella ya no podía quitárselos de la cabeza. Después de cerrar Le Tonneau, Juliette acompañó a Mathias al caserón desvencijado. Él le había expuesto el orden cronológico de los rellanos de la escalera, para que a ella no le sorprendiera ver al mayor instalado en el último piso.
Sin aliento tras la rápida ascensión de los cuatro pisos, Juliette se sentó frente a Vandoosler, cuyo rostro mostró inmediatamente un gran interés. Juliette parecía apreciar a los evangelistas pero prefería la opinión del viejo comisario. Mathias, apoyado en una viga, pensó que en realidad a ella le gustaba el viejo comisario, cosa que le molestaba un poco. Cuanto más atento estaba el viejo, más bello era su rostro.
Lucien, que acababa de volver de Reims, de donde le habían llamado para que diera una bien pagada conferencia sobre «El hundimiento del frente», exigió un resumen de los hechos. Sophia no había vuelto a aparecer. Juliette había ido a ver a Pierre Relivaux, quien había dicho que no había que preocuparse, que volvería. Parecía inquieto, pero seguro de sí mismo. Y eso la llevaba a pensar que Sophia había justificado su marcha antes de irse. Sin embargo, Juliette no entendía que no la hubiera avisado. Eso le preocupaba. Lucien se encogió de hombros. No quería enfadar a Juliette, pero nada obligaba a Sophia a tenerla al corriente de todo. Sin embargo, Juliette se mantenía en sus trece. Sophia jamás había dejado de ir un jueves sin avisarla. En el restaurante cocinaban especialmente para ella un filete de vaca con champiñones. Lucien farfulló. Como si un filete de vaca pudiera ser importante ante una urgencia imprevisible. Pero para Juliette, por supuesto, el filete de vaca era lo primero. A pesar de todo, ella era inteligente. Sin embargo, siempre ocurre lo mismo: cada vez que uno piensa en otra cosa que no sea lo cotidiano, uno mismo o un filete de vaca, dice una gilipollez. Ella confiaba en que el viejo comisario podría hacer hablar a Pierre Relivaux. Aunque a ella le había parecido entender que Vandoosler no era precisamente un buen profesional.
—Pero, a pesar de todo —dijo Juliette—, un poli siempre es un poli.
—No necesariamente —dijo Marc—. Un poli destituido puede convertirse en un antipoli, incluso en un ser insociable.
—¿No estaba harta del filete de vaca? —preguntó Vandoosler.
—En absoluto —dijo Juliette—. Y además lo come de una forma sorprendente. Alinea los trocitos de champiñón, como si fueran las notas de un pentagrama, y vacía el plato de manera sistemática, compás a compás.
—Una mujer organizada —dijo Vandoosler—. No es de las que desaparecen sin una explicación.
—Si su marido no se alarma —dijo Lucien—, será porque tiene buenas razones, y no está obligado a airear su vida privada porque su mujer se haya largado sin comer un filete. Dejémoslo estar. Nada prohíbe a una mujer irse durante algún tiempo si le apetece. No veo por qué habría que perseguirla.
—Sin embargo —dijo Marc—, Juliette sabe algo que no nos ha dicho. No es sólo el filete lo que le preocupa, ¿verdad Juliette?
—Es verdad —dijo Juliette.
Estaba guapa bajo esa débil luz que iluminaba el desván. Totalmente sumida en su preocupación, no prestaba atención a su atuendo. Inclinada hacia delante, con las manos cruzadas, y su vestido no se le ceñía al cuerpo. Marc advirtió que Mathias se había colocado frente a ella. Otra vez esa turbación paralizadora. Hay que admitir que había motivos. Cuerpo blanco, rotundo, nuca redonda, hombros desnudos.
—Pero si Sophia vuelve mañana —continuó Juliette—, me regañará por haber contado sus secretos a simples vecinos.
—Se puede ser vecinos sin ser simples —dijo Lucien.
—Y está el árbol —dijo dulcemente Vandoosler—. El árbol obliga a hablar.
—¿El árbol? ¿Qué árbol?
—Más tarde —dijo Vandoosler—. Ahora cuéntenos lo que sabe.
Era muy difícil resistirse al sonido de la voz del viejo poli. Y no había razón para que Juliette fuera una excepción.
—Llegó de Grecia con un amigo —dijo Juliette—. Se llamaba Stelyos. Según ella, era un admirador, un protector, aunque, si lo entendí bien, más bien se trataba de un fanático, un seductor, un receloso que no dejaba que nadie se le acercara. Sophia era manejada, cuidada, protegida por Stelyos. Hasta que conoció a Pierre y abandonó a su compañero de viaje. Parece ser que fue un drama espantoso y que Stelyos intentó quitarse de enmedio o algo por el estilo. Sí, quiso ahogarse, fue eso, sin conseguirlo. Y luego gritó, gesticuló, amenazó, hasta que, por fin, ella no volvió a tener noticias suyas. Ésa es la historia. En realidad, nada del otro jueves. Salvo la forma en que Sophia habla de él. Nunca está tranquila. Cree que un día u otro Stelyos volverá, y que no será muy divertido para nadie. Dice que él es «muy griego», según creo con la cabeza llena de viejas historias griegas, y eso, eso, no desaparece jamás. Los griegos fueron muy importantes en una época. Sophia dice que siempre lo olvidamos. Y bueno, en resumen, hace tres meses, no, tres meses y medio, me enseñó una postal que había recibido de Lyon. Sólo había una estrella en la postal y, además, no muy bien dibujada. A mí no me pareció nada interesante, pero a ella la alteró mucho. Yo creía que la estrella podía querer decir nieve o Navidad, pero ella estaba convencida de que quería decir Stelyos y que no anunciaba nada bueno. Parecer ser que Stelyos siempre estaba dibujando estrellas. Y que los griegos fueron los primeros que dieron importancia a las estrellas. Después no ocurrió nada y ella lo olvidó. Eso es todo. Sin embargo, hoy no me lo quito de la cabeza. Me pregunto si Sophia habrá recibido otra postal. Quizá tenía buenas razones para sentir miedo. De cosas que no podemos entender. Antiguamente los griegos fueron muy importantes.
—¿De cuándo data su boda con Pierre? —preguntó Marc.
—De hace mucho tiempo… quince años… veinte… —dijo Juliette—. Francamente, me parece increíble que un tipo quiera vengarse veinte años más tarde. Realmente hay otras cosas que hacer en la vida aparte de rumiar las decepciones. ¿Se dan cuenta? Si todos los abandonados del mundo intentaran vengarse, la tierra sería un verdadero campo de batalla. Un desierto… ¿No les parece?
—Puede ocurrir que no se olvide a alguien aunque pase mucho tiempo —dijo Vandoosler.
—Que se mate a alguien en el momento, lo entiendo —dijo Juliette sin escuchar—, son cosas que pasan. En caliente. Pero enfurecerse veinte años más tarde, es absurdo. Sin embargo, Sophia parece creer en esa clase de reacciones. Tal vez sean así los griegos, no lo sé. Si lo cuento es porque Sophia le da mucha importancia. Tengo la impresión de que se siente un poco culpable de haber abandonado a su amigo griego y, como Pierre la ha decepcionado, ésa es quizá su forma de recordar a Stelyos. Ella decía que le tenía miedo, pero yo creo que le gustaba pensar en Stelyos.
—¿Pierre la ha decepcionado? —preguntó Mathias.
—Sí —dijo Juliette—. A Pierre ya no le importa nada, bueno, no le importa ella. Le habla, pero nada más. Conversa, como dice Sophia, lee sus periódicos durante horas, sin levantar la nariz cuando ella pasa. Según parece, lo hace desde por la mañana. Yo le he dicho muchas veces que era normal, pero a ella le parece muy triste.
—Y ahora ¿qué? —dijo Lucien—. Y ahora ¿qué? Si se ha ido a pasear con su amigo griego, a nosotros no nos concierne.
—Pero ¿qué hay del filete de vaca con champiñones? —repuso Juliette, terca—. Me habría avisado. De todas formas, yo preferiría saber. Me tranquilizaría.
—En realidad, no es por el filete —dijo Marc—, sino por el árbol. No sé si podemos quedarnos sin hacer nada ante una mujer que desaparece sin avisar, un marido indiferente y un árbol en el jardín. Son demasiadas cosas. ¿Tú qué opinas, comisario?
Armand Vandoosler levantó su bello rostro. Había puesto cara de poli, con una mirada concentrada que parecía ocultarse bajo las cejas y la nariz, y que daba la impresión de ser más poderosa, más ofensiva. Marc conocía ese gesto. Su padrino tenía un rostro tan expresivo que él podía descifrar los diferentes registros de sus pensamientos. Si el tono de su expresión era grave, pensaba en sus gemelos y en la mujer que estarían no sabía adonde; si el tono era medio, en una investigación policial; si el tono era agudo, en una joven a la que pretendía seducir. Simplificando mucho. Pero a veces todo se mezclaba y entonces se volvía más complicado.
—Estoy preocupado —dijo Vandoosler—, pero no puedo hacer nada solo. Por lo que pude comprobar la otra noche, Pierre Relivaux no hablará ante el primer viejo poli corrupto que aparezca. Seguro que no. Es un hombre que sólo se doblega ante lo oficial. Sin embargo, convendría saber.
—¿Qué? —preguntó Marc.
—Saber si Sophia ha dado un motivo a su marido que justifique su marcha y, si es así, cuál; y si hay algo debajo del árbol.
—¡No vamos a volver a empezar! —gritó Lucien—. ¡No hay nada debajo de ese jodido árbol! Aparte de recipientes de barro del siglo XVIII. Y además rotos.
—No había nada debajo del árbol —precisó Vandoosler—. Pero… ¿y hoy?
Juliette los miró uno tras otro sin comprender.
—Pero ¿qué historia es ésa del árbol? —preguntó.
—La joven haya —dijo Marc con impaciencia—. Cerca de la pared del fondo, en su jardín. Ella nos pidió que caváramos debajo.
—¿El haya? ¿La que ha sido plantada recientemente? —preguntó Juliette—. ¡Pero si el propio Pierre me dijo que la había mandado plantar para ocultar la pared!
—¿Os dais cuenta? —dijo Vandoosler—. No fue eso lo que dijo a Sophia.
—¿Qué interés podría tener un tipo en plantar un árbol por la noche sin decírselo a su mujer? ¿Enloquecerla por nada? Es una perversidad imbécil —dijo Marc.
Vandoosler se volvió hacia Juliette.
—¿Sophia no dijo nada más? ¿Sobre Pierre? ¿Hay alguna rival?
—No lo sabe —dijo Juliette—. Pierre se ausenta a veces los sábados o los domingos durante mucho rato. Para airearse. Pero esa necesidad de airearse no hay quien se la crea. Así que ella lo cuestiona, como haría cualquiera. Aunque a mí, por ejemplo, esas cuestiones no me quitan el sueño. Realmente, mirándolo bien, es una ventaja.
Se echó a reír. Mathias la miraba fijamente, inmóvil como siempre.
—Necesitamos saber algo —dijo Vandoosler—. Voy a intentar aclararlo con el marido, conseguir una entrevista. Tú, san Lucas, ¿tienes clase mañana?
—Se llama Lucien —murmuró Mathias.
—Mañana es sábado —dijo Lucien—. Día libre para los santos, para los soldados de permiso y para una parte del resto del mundo.
—Marc y tú vigilaréis a Pierre Relivaux. Es un hombre ocupado y prudente. Si tiene una amante, le dedicará el fin de semana, como es lógico. ¿Habéis vigilado alguna vez a alguien? ¿Sabéis cómo se hace? No, claro. Cuando se os saca de vuestros líos históricos, no servís para nada. Sin embargo, tres investigadores capaces de bucear en el tiempo para sacar a flote un pasado sumergido, deberían estar preparados para abordar la época actual. ¿O es que la época actual no os interesa?…
Lucien hizo una mueca.
—¿Y Sophia? —dijo Vandoosler—. ¿Pasáis de ella?
—Por supuesto que no —dijo Marc.
—Bien. San Lucas y san Marcos seguiréis a Relivaux todo el fin de semana. Sin perderlo de vista ni un minuto. San Mateo trabaja, que se quede en su tonel con Juliette. Con los oídos bien abiertos, que nunca se sabe. En cuanto al árbol…
—¿Qué hacemos? —preguntó Marc—. La verdad es que no podemos volver a hacernos pasar por obreros del Ayuntamiento. Pero no creerás realmente que…
—Todo es posible —dijo Vandoosler—. Respecto al árbol, hay que hacer algo pronto. Leguennec se ocupará del asunto. Es muy tenaz.
—¿Quién es Leguennec? —preguntó Juliette.
—Un tipo con el que he jugado partidas de cartas formidables —dijo Vandoosler—. Inventamos un juego increíble que se llamaba «el ballenero». Formidable. Sabía muchísimo de ballenas, había sido pescador en su juventud. Pesca de altura en el mar de Irlanda, nada menos. Formidable.
—¿Y qué quieres que hagamos con tu jugador de cartas de los mares de Irlanda? —quiso saber Marc.
—Ese pescador y jugador de cartas se hizo poli.
—¿Como tú? —preguntó Marc—. ¿De manga ancha o estrecha?
—Ni lo uno ni lo otro. La prueba es que sigue siendo poli. Actualmente, incluso es inspector jefe en la comisaría del distrito 13. Fue uno de los pocos que intentó defenderme cuando me destituyeron. Pero no puedo avisarle yo porque lo pondría en una posición incómoda. El nombre de Vandoosler sigue siendo demasiado conocido allí. San Mateo se encargará de ello.
—¿Y con qué pretexto? —dijo Mathias—. ¿Qué voy a decir al tal Leguennec? ¿Que una señora no ha vuelto a su casa y que su marido no está preocupado? De momento, cualquier adulto es libre de ir adonde quiera sin que intervenga la policía, joder.
—¿El pretexto? Nada más simple. Me parece que hace quince días tres tipos fueron a cavar al jardín de la señora haciéndose pasar por empleados municipales. Un fraude. Ahí tienes un excelente pretexto. Tú le proporcionas los demás elementos y Leguennec comprenderá, aunque utilices medias palabras. Acudirá.
—Gracias —dijo Lucien—. El comisario nos anima a ir a cavar y luego pone a los polis tras nuestra pista. Menuda jugada.
—Piensa, san Lucas. Yo conduzco a Leguennec hasta vosotros, lo cual es un poco distinto. Mathias no tendrá que decir los nombres de los cavadores.
—Ese Leguennec los descubrirá, ¡si es tan bueno!
—Yo no he dicho que sea bueno, he dicho que es muy tenaz. Efectivamente, descubrirá los nombres porque yo mismo se los diré, pero más tarde. Si es necesario. Te diré cuándo tienes que intervenir, san Mateo. Pero dejémoslo por ahora, creo que Juliette está cansada.
—Es verdad —dijo ella levantándose—. Me voy a casa. ¿Realmente hace falta meter a la policía en el ajo?
Juliette miró a Vandoosler. Sus palabras parecían haberla tranquilizado. Lo miró, sonriente. Marc echó una ojeada a Mathias. Su padrino tenía una belleza antigua que le había servido de mucho y que seguía causando estragos. ¿Qué podían hacer los rasgos sosegados de Mathias contra aquella belleza antigua que seguía causando un gran efecto?
—Creo —dijo Vandoosler— que ahora hay que ir a dormir. Iré a ver a Pierre Relivaux mañana por la mañana. Después, san Lucas y san Marcos tomarán el relevo.
—Ejecutaremos la misión —dijo Lucien.
Y sonrió.