VIII

Después de la marcha de Sophia Siméonidis, cada uno regresó un poco a su aire al gran salón. Vandoosler el Viejo prefirió cenar en sus habitaciones, bajo el cielo. Antes de abandonar la estancia, los miró. Cada uno de los tres hombres se había colocado casualmente ante una de las grandes ventanas y miraba el jardín en la noche. Bajo sus arcos de medio punto, parecían tres estatuas vueltas del revés. La estatua de Lucien a la izquierda, la de Marc en el centro, la de Mathias a la derecha. San Lucas, san Marcos y san Mateo, cada uno petrificado en una hornacina. Curiosos tipos y curiosos santos. Marc había cruzado las manos en la espalda y se mantenía muy derecho, con las piernas ligeramente separadas. Vandoosler había hecho muchas gilipolleces en su vida, pero Vandoosler quería mucho a su ahijado. Aunque nunca habían pasado por la pila bautismal.

—Cenemos —dijo Lucien—. He hecho un pastel.

—¿De qué es el pastel? —preguntó Mathias.

Los tres hombres no se habían movido y se hablaban de una ventana a otra mirando el jardín.

—De liebre. Un pastel muy seco. Creo que estará bueno.

—La liebre es cara —dijo Mathias.

—Marc ha birlado la liebre esta mañana y me la ha regalado —dijo Lucien.

—¡Muy bonito! —dijo Mathias—. Sale a su tío. Marc, ¿por qué has robado la liebre?

—Porque Lucien quería una y era demasiado cara.

—Evidentemente —dijo Mathias—. Visto así… Dime, ¿cómo es posible que te llames Vandoosler como tu tío materno?

—Porque mi madre era soltera, idiota.

—Cenemos —dijo Lucien—. ¿Por qué le jodes?

—No le jodo. Le pregunto. Y Vandoosler, ¿qué hizo para que lo destituyeran?

—Ayudó a escapar a un asesino.

—Evidentemente… —repitió Mathias—. Vandoosler, ¿de dónde es ese apellido?

—Belga. Al principio se escribía Van Dooslaere. Pero era difícil. Mi abuelo se instaló en Francia en 1915.

—¡Ah! —exclamó Lucien—. ¿Estuvo en el frente? ¿Dejó notas, cartas?

—No lo sé —dijo Marc.

—Deberías averiguarlo —dijo sin moverse de la ventana.

—Mientras tanto —dijo Marc—, lo que vamos a averiguar es lo que hay en ese hoyo. No sé en dónde coño nos hemos metido.

—En la mierda —dijo Mathias—. Como de costumbre.

—Cenemos —dijo Lucien—. Hagamos como si no estuviéramos ya en ella.