LOS ÚLTIMOS POLICÍAS
Esta característica de los policías de McBain tiene una gran importancia para la actual novela criminal española, sin ninguna tradición en cuanto a literatura policíaca por razones obvias. Durante décadas, la policía en nuestro país siempre estuvo al servicio político del poder autoritario; difícilmente podía imaginarse a un inspector de izquierdas, que respetara los derechos constitucionales de los detenidos y que investigara con métodos modernos y no a golpes. Hasta que el sistema democrático se ha estabilizado en nuestro país, los policías de base difícilmente podían ser los protagonistas de una novela que no fuera reaccionaria. Hoy, tal posibilidad existe, aunque al enfocarlo ocupa un lugar preferente el tema de la corrupción policial, algo que en Estados Unidos, por ejemplo, es ya un tema viejo.
Los sindicatos policiales españoles son ya organizaciones de masas, algunos comisarios están afiliados al partido socialista y existe una nueva promoción de inspectores que no tienen el tufillo antidemocrático de antaño. En España, además, los policías son los únicos personajes que tienen acceso a la investigación criminal. Nadie, excepto ellos, puede investigar un asesinato. La figura del detective privado surge en la novela policial española más por un proceso de mimetismo hacia la norteamericana que por una existencia real en nuestra sociedad. Los «huelebraguetas» españoles se dedican a cazar maridos infieles y a realizar espionaje industrial encubierto. Muchos de ellos son expolicías de filiación política ultraderechista o agentes en activo a la búsqueda de un sobresueldo.
Los dos personajes que, según mi punto de vista, tienen alguna entidad en la novela criminal española son esos inspectores jóvenes que conviven con los restos de otra generación, y los delincuentes, con su élite de atracadores al frente. Ambos personajes conectan con el universo de McBain y enlazan de alguna manera con la mejor novela picaresca española, el género de aventuras, y la épica social y crítica de otros siglos. A estas conclusiones llegó mucho antes el maestro McBain. Como siempre pasa en la literatura y en la vida, llueve sobre mojado.
Muchas de sus novelas han sido llevadas al cine. Él mismo fue guionista de Hitchcock en la película Los pájaros. También la televisión le debe algunas de sus mejores producciones. La ya clásica serie Canción triste de Hill Street es una copia no confesada (para escamotear el pago de derechos del autor) de la comisaría del Distrito 87. El propio McBain ironiza sobre este plagio no declarado: el capitán Furillo es italiano con una «r» y dos «l» en su nombre como Carella. Meyer Meyer se parece a Goldblum —judío y calvo—; el policía corrupto de televisión, Charlie Weeks, es un sosias del mcbainiano Ollie Weeks… La ciudad imaginaria de la Costa Este norteamericana que aparece en Hill Street es idéntica a la «inventada» Isola de McBain (una mezcla de Nueva York y Chicago).
Muchas historias de la serie televisiva parecen sacadas directamente del universo policial del Distrito 87. Ed McBain lo pone en boca de dos de sus personajes en Relámpago:
«—Me tiene preocupado de verdad lo mucho que Hill Street Blues se parece a nosotros. En serio, Meyer, nosotros somos polis de verdad, ¿o no?
»—Yo diría que sí, que somos polis de verdad, en efecto dijo Meyer.
»—Y esos fulanos son una invención, que usan nombres que se parecen a los de los polis "de verdad" en una ciudad "de verdad". No es justo, Meyer».