EL PROCEDIMIENTO

Una historia criminal se escribe al final de un largo camino lleno de preguntas insignificantes en apariencia: ¿Se debe tomar una pistola con un pañuelo? ¿Qué polvos utiliza la policía para recoger las huellas? ¿Cómo y dónde se realiza una autopsia? ¿Qué pinta el juez en un levantamiento de cadáveres? ¿Qué marca y calibres usa la policía? ¿Se puede interrogar a un detenido sin la presencia de un abogado?… Saber todas estas cuestiones de funcionamiento, conocer las leyes vigentes, haber asistido a la vista oral de un juicio, leer sentencias… Entender la trascendencia de palabras como nocturnidad, alevosía, cuadrilla, o la diferencia entre robo con homicidio y robo con fuerza en las cosas.

¿Qué distingue al homicidio del asesinato? No es cuestión de relatar un manual de funcionamiento, se trata de conocerlo para no escribir bajo la influencia de los tópicos televisivos, de las viejas novelas obsoletas, sino de una «visión directa» de la realidad. La documentación previa, exhaustiva, es una de las aportaciones más importantes de escritores como Ed McBain y una de las características fundamentales de los novelistas profesionales de la actual novela negra norteamericana. Algo que, a mi modesto entender, ha faltado en la novela negra española.

McBain Lombino es el máximo exponente de la corriente denominada police procedural; el subgénero del procedimiento policial basado —como el propio autor escribe en todas sus novelas del Distrito 87— «en procedimientos reales de investigación». La rutina policial mueve a sus personajes en su quehacer cotidiano, mientras sufren y sienten las miserias y las grandezas de su vida personal, sentimental, urbana. El grupo de policías del Distrito 87 se mueve en «el procedimiento», pero cada uno de ellos tiene vida propia, inquietudes, manías, taras psicológicas. Movidos como un personaje coral, estos detectives son profesionales, no héroes, ni defensores de la moral y la sociedad tradicionales en una cruzada contra el crimen. Simplemente trabajan como policías rodeados por la «basura» de las calles, utilizando su lógica y sus conocimientos rutinarios para descubrir al asesino. La propia visión de su trabajo es, desde la primera novela del Distrito 87, ruda y desencantada. Así lo explica uno de los inspectores: «Todo lo que necesitas para ser detective es un par de piernas fuertes: una gran obstinación. Las piernas sirven para llevarte a todas las pocilgas que debes visitar, la obstinación, para no mandarlo todo al diablo. Sigues cada pista mecánicamente: si tienes suerte, una de ellas es buena. Si no la tienes, no pasa nada. (…) No se necesita mucho cerebro para ser policía».

Ahí están, Steve Carella, honrado y escéptico; Meyer Meyer, judío y acomplejado; el conquistador Cotton Hawes, el yudoca bajito Hal Willis; el enamoradizo Bert Kling, que empezó de agente uniformado; Eileen Burke, la mujer policía violada por el criminal que trataba de detener; Richard Genero, el teniente Barnes con su hijo drogadicto. McBain rescata el desencanto y la dureza del detective hard-boiled mientras explica, con didactismo ameno, los métodos de investigación que emplea verdaderamente la policía.

Cubierta de Cop Hater (Odio).

Los personajes de la comisaría del Distrito 87 son, sin duda, un retrato de América, testigos excepcionales y en primera fila del auténtico modo de vida americano. Ellos ven y trabajan en el peor reflejo de su sociedad: el crimen, la delincuencia, los bajos fondos, la miseria urbana. Ningún tema se les escapa: las bandas de delincuentes (Saludos al jefe), la violación y el aborto (Relámpago), la prostitución (Veneno), el parricidio (Odio), la locura (Ojo con el sordo), el psicópata capaz de matar a un cantante de calipsos (Calipso mortal), la delincuencia singular de personajes perversos, astutos y fascinantes, como Clifford, que realizaba reverencias a sus victimas después de darles una paliza (El atracador), el tráfico de drogas, la infidelidad conyugal como antesala del crimen.

Fotograma de Los pájaros, de Hitchcock, de cuyo guión fue autor Ed McBain, pseudónimo de Evan Hunter.

El delincuente es el otro gran protagonista de este universo sórdido, relatado con un lenguaje conciso, lleno de matices e ironía. El policía y el delincuente, frente a frente, constituyen una simbiosis precisa. «Si algo comparten conjuntamente los policías y los delincuentes —escribe McBain en una de sus novelas— aparte de las relaciones simbióticas que posibilitan sus respectivos oficios, es el sentido del olfato, que les dice cuándo alguien está asustado. Tan pronto como captan el olor, los policías y los delincuentes se convierten en fieras de presa, listos para destrozar una garganta y devorar unas entrañas».

Ante la visión del crimen, Steve Carella no tiene pensamientos maniqueos, sino profesionales. «Por favor, que no se trate de un loco —suplica el personaje—. Por favor, que sea un individuo normal el que los mató, por un motivo plausible».

Cartel americano de Los pájaros.