Chester Himes, el Balzac de Harlem
Hasta que llegó Chester Himes y culminó su obra noir en 1969 a través de Un ciego con una pistola, la literatura policíaca tenía como escenario convencional el mundo de los blancos y actuaba como un registro de la cultura blanca, a pesar de que se publicaban novelas policíacas de otros autores no blancos, como Ed Lacy. Es decir, la novela negra reflejaba la forma de vida, las costumbres y el lenguaje de los blancos. Cuando los no-blancos accedieron a ese escenario, fueron extraños en un mundo que no les pertenecía. Desde un punto de vista jurídico, ético y social, no debería ser así, porque ese mundo pertenece también a los no-blancos. Pero la realidad literaria y sociopolítica era otra: los blancos habían delimitado claramente su espacio y habían puesto fuera de él a los otros.
La literatura policíaca de Chester Himes se alejó deliberadamente de ese universo blanco para situarse en las entrañas del reducto, del gueto asignado a una de las minorías étnicas de la ciudad de Nueva York: el barrio negro de Harlem.
Uno de los fundamentos de la originalidad, de la potencia y de la corrosiva belleza de la obra de Himes, de su salvaje sentido del humor, de su dimensión trágica, radica, precisamente, en este cambio de escenario. Como escribió Juan Carlos Marini (primer editor en España de las obras de Himes), «la gran originalidad de Himes radica en esa desgarradora aparición en la literatura de un submundo opuesto y beligerante»[17]. Se trata de otra literatura policíaca, que registra las pautas de la marginación negra y su enfrentamiento feroz con el mundo blanco.
Chester Himes.
Un ciego con una pistola es mucho más que un espeluznante relato de acción protagonizado por negros que se enfrentan con las autoridades y con el poder de los blancos. Porque, a partir de un punto geográfico, el cruce de la Séptima Avenida con la Calle 125, hacia el que convergen manifestantes del Black Power y de la Hermandad del Templo de Jesús Negro frente a la mirada pasiva de un grupo de musulmanes negros, Chester Himes registra en su discurso literario el carácter compulsivo de la vida en el gueto y narra las aventuras sin solución de sus detectives, Sepulturero Jones y Ataúd Johnson, al tiempo que reúne las voces de todos sus hermanos negros en un texto estremecedor, desconcertante para un autor europeo. Porque Un ciego con una pistola es también, además de un ejercicio literario sin precedentes, el registro de los discursos de la negritud recluida en Harlem.
Las voces que suenan en esta novela, las costumbres que se describen, las miserias de que da testimonio, no son absurdas, ni arbitrarias, ni enfermizas. Su ritmo febril, expansivo, es el ritmo de los discursos que se superponen en Harlem. Se trata de otra violencia, de otra religiosidad, de otro fanatismo, de otra sexualidad, de otro orden, expresados ahora en discursos diferentes al blanco. Se trata, en definitiva, de otra cultura, que no se puede comprender, ni tan siquiera en su forma criminal, a través de las pautas convencionales de interpretación del mundo blanco.
Un ciego con una pistola es una enumeración, una rogativa, una maldición. Una novela insólita, la última de una saga y el resumen de toda esa saga. El epílogo que nos lleva al principio. Todo sucede en esta novela, o todo está implícito en ella. Y quizá las cosas no sean peores allí que en otro lugar. Sólo que la degradación se expresa con formas más brutales y sangrantes. Los buenos modales de la supuesta legalidad blanca no tienen lugar en Harlem, y su ley, desde la óptica del ciudadano blanco, es la ley de la selva.
«Nos importa un rábano toda la burocracia. Queremos ir al fondo de la cuestión», afirma Jones. Y hay que comprender entonces que él puede ser un policía, pero antes es negro, y para él la burocracia, la ley, la autoridad… no son más que basura blanca. Un ciego con una pistola sorprende a los lectores tradicionales de literatura policíaca. Encontrarán en ella tanta o más violencia, crímenes, asesinatos y brutalidad que en las obras más destacadas del género en estos aspectos; pero tropezarán con un lenguaje diferente: el de un mundo y una cultura cuya intimidad desconocemos. Además, en Harlem no hay soluciones.
Porque Harlem es Chester Himes. En Harlem vivió desde 1945 (fecha de publicación de su primera novela, con la que se haría famoso) hasta su emigración a Francia en 1953 donde, a instancia de Marcel Duhamel, director de la Série Noire, empezó su producción policíaca con un total de nueve novelas, ocho de ellas con el protagonismo de los citados detectives, publicadas más tarde en Estados Unidos con distintos títulos. En 1968 se estableció definitivamente en Moraira, Alicante, hasta su muerte en 1984.
Manuel Vázquez Montalbán, con acierto crítico, escribió: «Himes es un exiliado voluntario de la cultura americana que se dedicó a escribir una novela policíaca desde París, planteándose a distancia el espacio físico de Harlem y el tema de la negritud urbana americana»[18].
Es decir, hay que analizar a Himes (como a otros autores clasificados como série noir) sobrepasando el concepto crítico de la novela negra. Hay que analizar su importancia como creador literario en sí, capaz de renovar el género, transformándolo en retrato realista de un determinado barrio urbano.
Fueron tantos los problemas derivados de la vida y de los libros de Chester Himes, que vale la pena dibujar algunas pinceladas biográficas que nos ayuden a comprender el contexto. Himes nació el 29 de julio de 1909 en Jefferson City, Misuri, inició sus estudios en la Universidad de Cleveland en 1926. Trabajó como barman y mozo de hotel. Dos años más tarde fue condenado a veinte años de prisión por un robo a mano armada, de los que cumpliría siete y medio. Empezó a escribir en la prisión, a la que volvió poco después (1934-1935). La revista Esquire publicó sus colaboraciones entre 1934 y 1937. Vivió en Columbus, Cleveland y, desde 1941, en California, trabajando en varios menesteres hasta que consiguió editar sus primeras novelas fuera del género criminal y con una fuerte carga social y política, donde gravitaba obsesivamente el tema del racismo.
No está de más insistir en que Himes, como «ismaelita» de la cultura norteamericana hasta los años noventa y aún hoy, era más conocido en Europa que en su propio país, al cual, por otro lado, siguió añorando hasta el día de su muerte.
En su Autobiografía, Himes alude constantemente al disgusto que su obra provoca entre los negros (y no digamos entre los blancos). Y escribe: «Los intelectuales me reprochan que escriba un libro contrario a la tradición establecida por Richard Wright, según la cual el negro americano no puede ser sino víctima».
Este es otro de los grandes valores de Chester Himes, después de aquella eclosión radicalizada de literatura de los escritores negros, en los años treinta, agrupados en la protesta social, empecinados en la lucha política, cuyo exponente más significativo fue Langston Hughes con su I, Too, Sing America, simbolizando su deseo de ser liberado de la marginación.
Pero Chester Himes escribe exactamente como si un blanco escribiere sobre sus «hermanos blancos». Es decir, no escribe desde posiciones «ideológicas», pese a la gran carga de racismo en sus narraciones, sino con el propósito de describir unas vidas que son las de los negros de Harlem; como Balzac describe la sociedad francesa en su comedia humana. No en vano, Fereydoun Hoveyda, en su Historia de la novela policíaca, dejó constancia inequívoca de su admiración por la obra de Himes y, sin vacilaciones, llegó a llamarle el Balzac de Harlem.
En sus novelas, dentro y fuera del género negro, Chester Himes supera a aquel grupo de escritores revolucionarios profesionalizados (Hughes, Claude McKey, Walter White, Nella Larsen, Ralph Ellison, Wright, etc.), obsesionados, con razón, por los problemas de su etnia, llenos de ira contra la injusticia social impuesta por los blancos y preocupados por terminar con las leyendas inventadas por Harriet Beecher Stowe (La cabaña del tío Tom) y otras deformaciones (un ejemplo de éstas sería, por su popularidad, Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell). Tampoco se alinea con esa otra generación más reflexiva, más «occidental» en su lucha para romper el gueto, liderada por James Baldwin.
Himes no protesta líricamente, ni reflexiona políticamente. Describe a las sociedades negras norteamericanas sin pasión, tal como son, colocándolas en el mundo como si fueran piezas del rompecabezas universal, sin distinción de piel, credos o ideologías. Para él, los negros son como las hormigas para el entomólogo, sin más. Lo que resulta más violento que cualquier otro testimonio preconcebido.
No obstante, está claro que nos encontramos con el dolor de su infancia, con la segregación de sus años jóvenes, con los distanciamientos sociales en su vida europea y con el aún vigente desconocimiento de su importancia.
Cubierta original de Cotton Comes to Harlem.