EL DEMONIO BAJO LA MÁSCARA

Los datos biográficos de Thompson reseñan que, aunque de joven estuvo fugazmente afiliado al Partido Comunista, fue durante toda su vida un pacífico padre de familia católica practicante —aunque él no era creyente— con tres hijos, unido maritalmente a una única mujer, Alberta Hesse. Oficialmente bondadoso, amante de los animales, gentil con los vecinos y sensible con su familia, Thompson se dedicó a escribir, desde los quince años en que publicó su primer relato, mientras se ganaba la vida en trabajos sórdidos que ya son leyenda: portero de noche en un hotel, mozo en unas pompas fúnebres, proyectista de películas, carnicero, danzarín de music hall, obrero en la construcción de oleoductos… En los campos de petróleo del sur de Texas, el joven Thompson fue testigo del capitalismo en toda su crueldad e injusticia, se identificó con las víctimas del sistema, los que se dejaban la piel, la esperanza y el orgullo para seguir vivos cuando, como dice su personaje William Willis, «las razones de vivir se pierden en medio de la batalla por la supervivencia».

Durante toda su vida, Thompson personalizó en las víctimas de la sociedad americana su propio fracaso. Porque Jim Thompson nació maldito casi por decisión propia, marcado por la fatalidad de su personalidad. «Con diecisiete años —escribió sobre sí mismo en la autobiográfica Bad Boy—, era ya un fracasado, siempre me preguntaba por qué alguien como yo, que me esforzaba en hacer las cosas lo mejor posible, acaba siempre por obtener un resultado opuesto».

Un año más tarde, ya se consideraba un muchacho frustrado y aprendió a disimular su inteligencia para vivir en paz con su entorno tejano y sucumbir. El exceso de bebida y los trabajos sórdidos le condujeron a la enfermedad: una fibrosis pulmonar estuvo a punto de costarle cara. También, como los álter ego de sus novelas, vivió en el espacio comprendido entre Texas, Oklahoma y Nebraska; pasó gran parte de su existencia en Fort Worth y Big Spring —literariamente rebautizada Big Sands—, donde mantuvo permanentemente su máscara.

Cubierta de la primera edición de Wild Town, editada en 1957.

Su ficha dice que nació el 27 de septiembre de 1906 en el segundo piso de la prisión de Anadarko, condado de Caddo, Oklahoma, y no en una reserva india, como aseguran algunos listillos. Su padre, James Sherman Thompson, a quien todos llamaban Pop, era por aquel entonces sheriff en aquella pequeña población, aunque posteriormente se dedicó a la búsqueda de petróleo. Su familia conoció la fortuna, pero rondó la pobreza absoluta entre 1910 y 1920. Pop era un hombre extrovertido, aficionado al deporte y a la vida social, un hombre fuerte al que, además de dos chicas, le nació un hijo débil, Jimmy, siempre bajo la sombra de su padre. Como su atracador Carter Doc McCoy, como Mitch Corley.

«Siempre se me aseguró, casi desde mi nacimiento —escribe Jim en una de sus novelas inacabadas, incluida en Fireworks. The Lost Writings of Jim Thompson—, que nunca igualaría a Pop, que nunca a su misma edad lo había hecho igual de bien que él; ni igualaría su éxito, con su facilidad y su buen humor, sin apenas esforzarme. Que yo era, y sería siempre, incapaz; que me faltaban condiciones para ello».

Como afirma Michael McCauley en su biografía Jim Thompson. Sleep with the Devil (publicada por la editorial neoyorkina Warner Books, en 1991 y no traducida), no resulta extraño que Jim realizara «un sempiterno sabotaje de sus logros». Había pasado parte de su juventud intentando probar su valía ante un padre del que no consiguió nunca la aprobación. Jim estaba convencido de que su padre era un gran hombre y que jamás llegaría a su altura. Por eso, cuando su padre murió por enfermedad en un asilo en 1941 mientras él se encontraba en Nueva York, Jim, que pensaba sacarlo de allí cuando tuviera dinero, vivió su muerte como un suicidio. «¿Por qué no me esperó?», lloraba borracho. Acababa de perder su última oportunidad para probar su valía a Pop.

Cartel de Atraco perfecto, de Stanley Kubrick.

Ya en su primera novela, Now and on Earth, deja patente que Pop no comprendía a su hijo. La victoria de publicar por primera vez a los 36 años, tras ser presidente del Federal Writers' Project en Oklahoma, quedaba disminuida ante sí mismo por el fracaso de no haber podido sacar a su padre del asilo. En su sabotaje íntimo, Thompson trató de no ser más que su padre, de no hacerle sombra, porque, de haberlo conseguido, hubiera significado para él la última traición.

«Lo mejor sería que no me acercara a mi padre —escribe en La sangre de los King—. Es un hombre extraño, ciertamente, pero justo. Absolutamente justo, a su modo. Jamás excusó sus propios fracasos y por eso tampoco justificó los de los demás… (Seré su hijo) sólo si decide aceptar que lo soy. Y ya sé que jamás lo haría si yo no estuviera a la altura que él espera».

La figura de James Sherman Thompson quedó marcada en el triste y turbulento Jim como un hierro al rojo que le persiguió hasta la muerte: «Pop no tendría nunca que pasar por lo que yo —escribió—, ni de pequeño ni más tarde. En el mundo de Pop, bien y mal estaban claramente diferenciados. Cuando se hacía el mal, eras malo. Cuando se hacía el bien, eras bueno. En el mundo donde yo vivía, en la parte específica del mundo que ocupaba, prevalecía casi lo contrario. Y yo vivía constantemente entre la desesperación y el desorden».