LA FICHA DE UN DETECTIVE
Philip Marlowe nació en el pueblo californiano de Santa Rosa, al norte de San Francisco, un lugar en el que también había vivido la familia del novelista Raymond Chandler. La fecha de nacimiento de Marlowe se desconoce, si bien pudo ser en el año 1905, ya que, cuando se encargó del chantaje al general Sternwood, en 1938, dijo tener treinta y tres años, que en la versión de Hawks elevaron a cuarenta. Sin embargo, como detective privado que maneja la información a su antojo, en 1953 dijo que tenía cuarenta y dos años y, en 1958, confesó cuarenta y tres años y medio.
Tampoco su padre literario desveló este detalle cuando, el 19 de abril de 1951, respondió por carta a un admirador llamado D. J. Ibberson, en la que dibujó una pequeña biografía de Marlowe. A Chandler le molestaba la curiosidad de los lectores por este tipo de detalles, porque a él lo que le interesaba realmente era la personalidad, los sentimientos y la actitud ante la vida del personaje.
Marlowe jamás habló de sus padres ni se le conocen parientes vivos. Estudió un par de años en la Universidad de Oregón, en Eugene, si bien pasó también por la Universidad Estatal de Oregón, con sede en Corvalis. Dejó los estudios por motivos desconocidos, regresó a California y se instaló en la ciudad de Los Ángeles, donde trabajó como investigador de una compañía de seguros, y después en la oficina del fiscal del distrito bajo las órdenes del investigador principal, Bernie Ohls. Perdió el empleo por causas jamás desveladas. Indisciplina, impertinencia… pero se asegura que ocurrió por un exceso de celo profesional para desvelar algunos asuntos que a sus superiores no convenía que salieran a la luz[9]. Sacó licencia como detective privado y, en el sexto piso del Cahuenga Building de Los Ángeles, montó una oficina compuesta por una pequeña sala de espera y un despacho. Desde entonces, trabaja tan solo que ni siquiera tiene secretaria, por lo que pierde clientes a menudo. Cobra normalmente veinticinco dólares diarios más gastos, aunque puede cambiar la tarifa según la catadura del cliente. Vive en un apartamento barato, acorde con sus posibilidades económicas. Lleva armas porque lo exige la profesión, pero sólo las utilizaría en defensa propia o en momentos desesperados. Fuma y bebe con normalidad, sin excesos. Aunque el gimlet (mitad gin, mitad lima de Rose) es su combinado favorito, no se muestra demasiado exigente en asunto de bebidas. La única afición que se le conoce es el ajedrez, aunque sin apasionamientos. Odia la corrupción, desprecia a los ricos (a quienes identifica frecuentemente con el gran crimen, mientras a los delincuentes de poca monta suele presentarlos como el resultado de la injusticia social) y mantiene una relación crítica con la policía. «En esta ciudad, la ley protege al que paga», afirma en Adiós, muñeca. «Mientras ustedes [los policías] no sean dueños de sus propias almas, no lo serán de la mía», dice en La ventana siniestra.
Cartel de Adiós, muñeca, con Robert Mitchum como Philip Marlowe.
De sus aventuras amorosas, la única que llegó a matrimonio fue su relación con Linda Loring, hija de un magnate de la construcción y cuñada de Terry Lennox, a la que conoció en 1953, durante El largo adiós, y con la que reanudó su relación en 1958, en el último capítulo de Playback. Al año siguiente, se casó con ella y se fue a la zona residencial de Poodle Springs, pero no acabó su matrimonio porque a Chandler le llegó el sueño eterno el 26 de marzo de 1959. Cuando esto ocurrió, Marlowe vivía entre los ricos de Poodle Springs, gracias a la fortuna de su mujer, pero se resistía a ser y actuar como uno de ellos. Así se lo explicó al mayordomo: «Técnicamente, eres un sirviente. De hecho, eres un amigo. Parece que hay un protocolo para estas cosas. Tengo que respetar el protocolo igual que tú. Pero, detrás de todo esto, sólo somos un par de tipos»[10].
En sus encargos, Marlowe ha preferido muchas veces no cobrar el trabajo, simplemente porque descubrir la verdad le dejaba más que satisfecho. En esta búsqueda de la verdad está el objeto de su aventura literaria, la reflexión de Chandler sobre el mundo que le ha tocado vivir y sobre la condición humana. Como en cualquier obra de arte que se precie.
Del mismo modo que Dickens había creado Londres y Balzac París para que las generaciones futuras conocieran esas ciudades esenciales, en cuerpo y alma, Raymond Chandler creó Los Ángeles del siglo XX como ciudad literaria total; como escenario que abarcaba todos sus escondrijos y personajes, sin distinción. Y lo hizo a través de los ojos y las peripecias de su detective:
«Tienes nombre de duque, pero eres un don nadie», le dice Claire Trevor en Murder, my sweet (1944), la primera aparición del detective Marlowe, como tal, en la pantalla cinematográfica[11]. Había nacido un héroe-antihéroe neorromántico[12], un rebelde moderno salido de las clases populares, acostumbrado a deambular por las cloacas. Como escribió el propio Chandler: «No niego al escritor policíaco el privilegio de hacer de su detective la persona que más le guste; filósofo, poeta, estudiante de cerámica o egiptología o un maestro en todas las esencias… Lo que no puedo soportar es la afección de nobleza que no le va a este trabajo y que es, de hecho, una expresión inconsciente de esnobismo… Quizá el problema reside en que yo mismo soy un producto de la escuela pública inglesa y conozco a estos tipos por dentro y por fuera. El único exalumno de una escuela pública que podría ser un verdadero detective sería el exalumno rebelde, como George Orwell».
Marlowe dice en una ocasión a su antiguo jefe de la oficina del fiscal del distrito: «Yo soy un romántico, Bernie. Si oigo voces llorando en la noche, tengo que salir a ver qué es lo que pasa. Por este camino no ganaré ni un centavo. Esto no da ningún porcentaje».
Tenemos un personaje literario nacido de las historias cortas que Chandler escribió en los pulps, en cuyas páginas fue gestándose su detective bajo nombres como John Dalmas, Ted Carmady o Mallory. Al principio, el personaje tenía las características típicas del género que se publicaba en revistas baratas como Black Mask y Dime Detective Magazine: el detective era duro, fuerte, atractivo para las mujeres, un hombre honesto en un trabajo corrompido. Un personaje común en la novela norteamericana, desde Mark Twain (Huckleberry Finn) a Hemingway (Nick Adams), pero Chandler convirtió a su detective en el narrador de las historias, el único suministrador de información, el ojo que ofrece su punto de vista y destila en él su propia personalidad, mientras interpreta el mundo que le rodea.
Y en ese territorio, Phillip Marlowe era un tipo ocurrente enfrentado a personajes, en ocasiones, tan sarcásticos como él. En La ventana siniestra, pregunta a Kenny Haste, reportero de la sección policial del Chronicle, sobre el dueño de un garito: «¿Morny es peligroso con las mujeres?». Y el periodista le responde: «No seas puritano, amigo. Las mujeres no lo llaman peligro»[13].
Pero también un aficionado a las causas perdidas, con debilidad por los más frágiles. En El largo adiós, por ejemplo, un petulante guardacoches orgulloso de su uniforme blanco, ve a Marlowe cargando con el viejo borracho Terry Lennox y le espeta: «Si por mí fuera, lo dejaría caer en la primera cloaca y seguiría viaje. Estos malditos borrachos no hacen más que crearle a uno dificultades, sin dar ninguna ventaja. Tengo mi filosofía sobre estas cosas. Tal como anda la competencia en nuestros días, la gente tiene que reservar sus fuerzas para defenderse en los cuerpo a cuerpo». Y el detective le contesta: «Veo que gracias a eso ha logrado usted mucho éxito».
Elliot Gould era Marlow en El largo adiós, dirigida por Robert Altman.
Tras la frase afilada y el comentario jocoso, mordaz a veces, incisivo casi siempre, se escucha en la voz del personaje lo que Chandler calificó como «la controlada emoción semipoética».
La obra maestra de Chandler, El largo adiós, trata sobre la amistad y la traición. No me resisto a reproducir un fragmento del diálogo con su viejo amigo Terry Lennox, que le ha utilizado para sus planes criminales y ahora vive bajo otra identidad y con otro rostro. Marlowe le advierte:
"Usted compró mucho de mí y por nada, Terry. Por una sonrisa, una inclinación de cabeza, un saludo con la mano y algunas copas tomadas de vez en cuando en un bar tranquilo y confortable. Fue agradable mientras duró. Hasta la vista amigo. No le digo adiós. No se lo dije cuando tenía algún significado. Se lo dije cuando era triste, solitario y final.
Cartel de Erase una vez en América.
«—Regresé demasiado tarde —responde Lennox—. Estos trabajos plásticos llevan tiempo.
»—Usted no hubiera regresado si yo no hubiera descubierto todo el asunto».
Cuando, a continuación, con «un reflejo de lágrimas» en los ojos, Terry Lennox intenta justificar su traición, Marlowe le responde, manteniendo las distancias:
«—En muchos sentidos usted es un muchacho bueno. No lo estoy juzgando y nunca lo hice. Lo que pasa es que usted ya no está aquí. Hace tiempo que se fue. Ahora usa ropas finas y perfume y está tan elegante como una ramera de cincuenta dólares.
»—No hago más que representar un papel —dijo casi con desesperación—. (…) Todo esto no es más que una representación. No hay nada más. Aquí dentro se golpeó el pecho con el encendedor— no hay nada. Antes había algo, Marlowe. Hace mucho tiempo. Bueno… creo que éste es el final de todo.
»Se puso en pie y yo hice lo mismo. Me extendió la mano y se la estreché.
»—Hasta la vista señor Maioranos. Me alegro de haberle conocido… aunque sea por un momento.
»—Adiós.
»Se dio la vuelta y se encaminó hacia la salida».
El diálogo final de Érase una vez en América, la obra maestra de Sergio Leone, a mi entender, es una adaptación clarísima del espíritu y del encuentro con el viejo amigo traidor de El largo adiós. Sobre él planea la sombra de Chandler, como la de Joseph Conrad se cierne sobre Apocalypse now, de Francis Ford Coppola. Por no hablar de la trama de El sueño eterno, copiada por los hermanos Coen en su magnífica El gran Lebowski, para mayor gloria del detective privado post-moderno.
El gran Julian Symons, novelista y estudioso británico fallecido hace varios años y a quien tuve el placer de conocer en la Semana Negra de Gijón, escribe la siguiente apreciación: «Chandler tenía una especial sensibilidad para el sonido y el valor de las palabras, a lo que añadía un ojo muy certero para los lugares, las cosas, la gente y los chascarrillos (esa palabra pasada de moda parece la más adecuada en su caso), que tanto en el tono como en la oportunidad son casi siempre perfectos».
Es imposible resumir en una o en cien citas el instinto casi perfecto de Chandler para el diálogo, y sus novelas hay que leerlas en muchas ocasiones con un lápiz en la mano para subrayarlas. A la fuerza del lenguaje con que hablan las estrellas de cine, los agentes de publicidad, la gente acomodada, los gángsters o los policías, se une el rechazo que despierta en Chandler la mezquindad y la corrupción, así como la seriedad con que trata los hechos violentos.
Como afirma Symons, es cierto que nosotros, en la actualidad, seguimos leyendo a Chandler, sobre todo, por su manera de escribir y, después, por su ambiente californiano, por sus rasgos de humor, por su observación de la sociedad y por el personaje de Marlowe.
«Sam Spade y el Continental Op [creados por Hammett] poseen un código ético rudimentario —escribe Symons—, pero se trata de seres rudos entregados a una labor sucia. Estoy seguro de que los detectives privados eran más o menos como ellos. Philip Marlowe, en cambio, se convierte después de cada libro más bien en un arquetipo de realización personal, en una expresión idealizada del propio Chandler, en una concepción estrictamente literaria»[14].
Desde 1938, en que escribió su primera novela larga, El sueño eterno, a la edad de cuarenta y nueve años, Raymond Chandler construyó sus historias basándose en relatos cortos anteriores. Recurrió a lo que él denominaba «canibalismo». Tomaba dos o más historias cortas, las ensamblaba hasta fundirlas en una trama y, después, sobre estos materiales escribía totalmente su libro, hasta el punto de convertirlo en una obra completamente nueva. Los relatos publicados en Black Mask. Asesino en la lluvia (Killer in the Rain, 1935) y El telón (The Curtain, 1936), están en el origen de El sueño eterno; dos cuentos de 1937, ¡Busquen a la muchacha! (Try the Girl!) y El jade del mandarín (Mandarina's Jade), sirvieron de base para Adiós, muñeca y para escribir La dama del lago, se inspiró en un relato del mismo título escrito en 1939 y en otro del año anterior titulado Bay City Blues.
La confluencia de episodios, la refundición de tramas y la recreación de situaciones tuvo como consecuencia que el detective narrador Philip Marlowe se elevara como el eje y epicentro de las novelas. Marlowe era un personaje con vida propia, que sentía, sufría y se apasionaba mientras deambulaba en su búsqueda desde los tugurios más siniestros y suburbanos hasta las mansiones de los grandes magnates.
Una criatura que, en última instancia, se convertía en el objeto literario por excelencia, mientras el argumento de cada novela crecía para Chandler como un ente orgánico. «Crece y, en ocasiones, crece demasiado —escribió el novelista—. Mi problema con el argumento termina en un intento desesperado de justificar un montón de material que, al menos para mí, está vivo e insiste en seguir viviendo. Probablemente es una manera tonta de escribir, pero al parecer no conozco otra. La simple idea de estar atado con anticipación a una pauta determinada me horroriza».
Como anécdota ilustrativa al respecto, en 1946, mientras rodaba El sueño eterno, Howard Hawks envió un telegrama a Raymond Chandler, quien no podía participar en la elaboración del guión por estar contratado como guionista por otra productora, para que le dijera quién había matado a Owen Taylor, el chófer de los Sternwood. Chandler repasó su novela, leyó el guión, reflexionó y, después de varios días, terminó enviando un telegrama a Hawks en el que respondía escuetamente: «Lo ignoro». En la novela, la policía archivaba como suicidio la muerte violenta de Owen, pero convencidos de que se trataba de un crimen. «No habrá investigación».
Humphrey Bogart y Lauren Bacall en El sueño eterno.
Entre 1939 y 1959, publicó siete novelas largas y una inacabada. Vale la pena reseñarlas para luego hablar de sus versiones cinematográficas: El sueño eterno (1939), Adiós, muñeca (1940), La ventana siniestra (1942), La dama del lago (1943), La hermana pequeña (1949), El largo adiós (1953), Playback (1958) y La historia de Poodle Springs (1959), obra incompleta que fue terminada por Robert B. Parker en 1989, al calor del centenario del nacimiento de Chandler.
Además, el personaje del detective chandleriano está presente en veinticuatro relatos cortos publicados entre 1933 y 1958 en los pulps ya citados. La obra de Raymond Chandler se completa con cuatro colecciones de relatos y ensayos sobre literatura criminal.
El personaje ha vivido también cuatro aventuras en otras tantas novelas, escritas por otros autores que han querido seguir la estela de Chandler. Además, en 1988, con motivo del centenario del nacimiento del escritor, veintidós novelistas negros aportaron otros tantos cuentos con Marlowe como personaje central. De ellos quiero citar a Roger Simon, Paco Ignacio Taibo II, Simon Brett, Stuart Kaminsky y Jeremiah Healy, a los que he tenido el gusto de conocer personalmente, y alguno de ellos, además, es amigo mío.
Philip Marlowe ha vivido la gloria de perdurar en el tiempo, de convertirse en un personaje literario que se sigue publicándose casi medio siglo después de la muerte de su creador. La misma pregunta que Luis Cernuda se hacía al escribir sobre Dashiell Hammett, en 1961, con motivo de la muerte del autor de Cosecha roja, vale también para Raymond Chandler. «¿Es un escritor de valor pasajero o un escritor de los que sobreviven a su tiempo?»[15]. La respuesta hoy resulta evidente.