MÁS ALLÁ DE DASHIELL HAMMETT

Durante sus cinco años en Black Mask, siguió los pasos del maestro Dashiell Hammett y se curtió en la gran escuela del relato hard-boiled, forjado alrededor del personaje del detective duro y desengañado.

Portada de la revista Black Mask, en la que publicaron entre otros Dashiell Hammett, Raymond Chandler y Erle Stanley Gardner.

«Hammett sacó el asesinato del jarrón de cristal veneciano y lo tiró al callejón», escribiría Chandler en El simple arte de matar. «Yo no inventé el relato criminal y nunca he ocultado mi opinión de que Hammett tiene, si no todo el mérito, al menos casi todo. Todo el mundo imita cuando empieza. Es lo que Stevenson llamó ser "un simio diligente"»[5].

Raymond Chandler.

Admirador de Hammett, con quien sólo coincidió personalmente en una ocasión, Raymond Chandler poseía una soltura verbal de la que carecía el autor de La llave de cristal. Su lenguaje era capaz de decir cosas que Hammett «no sabía expresar o no sentía la necesidad de decir». Según Chandler, el lenguaje del maestro «no dejaba ecos, no evocaba imágenes», y desde la escuela de Black Mask, él estaba buscando su propia ascensión hacia el objeto literario.

«Todos crecimos juntos, por así decirlo —ha explicado Chandler—, y todos escribíamos en el mismo idioma, y todos nos hemos ido apartando más o menos de él. Muchos relatos de Black Mask sonaban igual, del mismo modo que suenan igual muchas obras de teatro isabelinas. Siempre ocurre lo mismo cuando un grupo explota una tendencia nueva»[6].

Las historias tenían que ser violentas por convención. Y algunos, como él, trataban de escapar de la fórmula. «Exceder los límites de una fórmula sin destruirla es el sueño de todo escritor de revista que no sea un simple ganapán». Y Chandler quería ser un poco más humano, superar a Hammett en este tratamiento de las historias criminales, interesarse más por la manera de vivir de la gente que por la forma violenta de morir.

Así lo explicaría el propio Chandler, posteriormente: «Hace mucho tiempo, cuando escribía para los pulps, introduje en un relato una línea como ésta: "Salió del coche y caminó por la soleada acera hasta que la sombra del toldo de la entrada cayó sobre su rostro como el tacto del agua fría". La suprimieron cuando publicaron el relato. Sus lectores no apreciaban estas cosas, sólo les interesaba la acción. Me propuse probar que estaban equivocados. Mi teoría era que los lectores sólo se imaginaban que les interesaba únicamente la acción; que, en realidad, aunque no lo sabían, la acción les preocupaba muy poco. Lo que les gustaba, igual que a mí, era la creación de emociones a través de la descripción y el diálogo»[7].

Edición americana de El sueño eterno.

Un ejemplo de esta creación de emociones está en la presentación del detective Philip Marlowe, en su primera aventura, cuando llega a la mansión de los Sternwood. Mientras espera en la entrada, relata: «Encima de la puerta de entrada, había un vitral en el que figuraba un caballero con armadura oscura rescatando a una dama que se hallaba atada a un árbol, sin más ropa encima que una larga y muy oportuna cabellera. Tenía levantada la visera de su casco, como muestra de sociabilidad, y jugueteaba con las cuerdas que ataban a la dama, al parecer sin resultado alguno. Me detuve un momento y pensé que, de vivir yo en esa casa, tarde o temprano tendría que subir allí y ayudarle, ya que parecía que, en realidad, él no intentaba desatarla»[8].

Esta simple descripción explica ya la magnitud del personaje como objetivo literario. Por eso, cuando el general Sternwood le pregunta sobre su persona, Marlowe le responde: «Hay poco que decir. Tengo treinta y tres años; fui al colegio y, si es necesario, aún puedo hablar inglés. Y no hay gran cosa en cuanto a mi profesión. Trabajé para mister Wilde, el fiscal del distrito, como investigador. Su investigador principal, un hombre que se llama Bernie Ohls, me telefoneó y me dijo que usted quería verme. Soy soltero, porque no me gustan las mujeres de los policías».

«—Y un poco cínico —dijo el anciano, sonriendo—. ¿No le gustaba trabajar para Wilde?

»—Fui despedido por indisciplina. Mi índice de indisciplina es alto, general».

El nuevo caballero andante racional, individualista y callejero se ha puesto en marcha. Duro, desengañado, impertinente, sin más locura que la de caminar al borde del abismo y sortear la legalidad para cumplir, a su manera, un código ético personal y dar rienda suelta a una visión sentimental a prueba de cambalaches.

Bogart «enamora» a Lauren Bacall en El sueño eterno, de Howard Hawks.