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Chandler frente a Hammett.

La creación de Philip Marlowe

«He vivido mi vida al borde de la nada».

Raymond Chandler, en 1959

La mejor literatura inglesa de hoy está escrita por los americanos, pero no en ninguna tradición purista. Han vulgarizado la lengua como lo hizo Shakespeare y lo han hecho en la violencia del melodrama y desde la tribuna de prensa. Han removido las tumbas y escarnecido a los muertos. Que es como debería ser[3].

Son palabras de Raymond Thornton Chandler, nacido en Chicago el 26 de julio de 1888, educado en Inglaterra y fallecido en la población californiana de La Jolla casi setenta y un años más tarde. Así habla un crítico literario valioso y uno de los grandes novelistas norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX, un renovador de la novela criminal y, sin duda, uno de los escasos autores modernos que ha aportado un personaje universal a la literatura y al arte cinematográfico: su detective Philip Marlowe. A decir de muchos, el más importante detective de la literatura mundial, sólo comparable al Sherlok Holmes de Arthur Conan Doyle.

En Philip Marlowe se concentra la aportación literaria de Chandler, un escritor de formación clásica, poeta en sus comienzos, traductor de Cicerón al inglés directamente del latín como ejercicio estilístico y que llegó a la literatura criminal por avatares del destino.

Cuando se lanzó al relato policial, tras su despido de una empresa petrolera, Raymond Chandler era ya un hombre maduro que, en sus escritos, cultivaba un inglés británico. Tenía cuarenta y cinco años cuando envió su primer relato a Black Mask después de cinco meses redactándolo. Según sus propias explicaciones, para escribirlo había tenido que «aprender el inglés americano igual que si fuera un idioma extranjero»[4].