¿BALANCE? ¿QUÉ BALANCE?
Desgraciadamente, este escaso recorrido cinematográfico ni siquiera tiene garantizada su raquítica continuidad. Los propios cineastas «en negro» cambian sus registros y se embarcan en proyectos variopintos, en comedias y melodramas, en thrillers de terror, en historias televisivas… ¿A qué se debe tal situación? Quizá algunas claves ayuden a encontrar una respuesta.
El primer gran problema es la verosimilitud, que las historias filmadas y los personajes sean creíbles en sus circunstancias, sus detalles y su desarrollo; que las películas estén construidas con tal artesanía narrativa que no chirríen hasta provocar hilaridad o vergüenza ajena. Buscar y encontrar la verosimilitud supone, en la práctica, demasiado trabajo de documentación, demasiado compromiso con la realidad social y política, demasiado esfuerzo para que los personajes sean de carne y hueso mientras nos conducen por unos hechos criminales cercanos.
José Coronado en No habrá paz para los malvados.
A esta verosimilitud imprescindible, a la cercanía de las temáticas, se suman los previsibles problemas judiciales (querellas y demandas) que puede traer consigo el relato realista de historias criminales en España. En este sentido, el cineasta y productor Pedro Costa podría dar una conferencia magistral sobre las dificultades judiciales a las que se ha enfrentado para poder rodar La huella del crimen o El caso Almería, por ejemplo.
Demasiado riesgo para los bolsillos subvencionados de los productores españoles. De modo que… ¡A por la comedia enloquecida! ¡Sigamos los pasos de Pedro Almodóvar, de Álex de la Iglesia y sus perditas durango o del Bajo Ulloa de Airbag! O mejor: ¡A por el suspense metafísico con toques sobrenaturales! Transitemos tras las huellas de Amenábar, como él copió hábilmente los hallazgos de Clayton o de Mulligan, de Suspense y de El otro! ¡A por el terror y la fantasía obsesiva a la manera de Jaume Balagueró! Bueno, también tenemos otra opción: más allá del thriller está el subcine escatológico de la era post-ozores (don Mariano) que tan grandes dividendos ha dado a los Torrente, de Santiago Segura, que, por cierto, no deja de ser una saga dentro de lo policial.
Cualquier variante comercial es buena para escurrir el bulto y ocultar las carencias de tantos cineastas frente a las claves del lenguaje cinematográfico. Todo les vale, menos el fastidio de utilizar un género complejo y sin concesiones como el negro policial, que sigue dando obras maestras en la cinematografía internacional y que nació con el cine. En plena post-modernidad, parece que en España se impone la copia consciente de películas de éxito, la mezcla de géneros sin ton ni son, el pastiche descarado o la astracanada con sus crímenes perfectos y sus criminales de pacotilla, aunque algún cineasta, como Enrique Urbizu, insista en iluminar la sombra. Su última película, No habrá paz para los malvados, estrenada en septiembre de 2011, es cine negro en estado puro; un filme potente y desolador llamado a convertirse en un clásico, dentro de un género complejo apenas transitado por el cine español.