MÁS EPIDERMIS QUE PISTOLAS (1976-1990)

Tras la muerte de Franco, el género negro no tuvo suerte en la cinematografía española. La desaparición definitiva de la censura en noviembre de 1977 no trajo consigo el surgimiento de un cine negro autóctono. Entre 1975 y 1990 se dan casos aislados que basculan entre el mimetismo hacia el cine policíaco norteamericano y el polar francés, con preferencia por los thrillers psicológicos y los personajes desquiciados.

A pesar de que pueden contarse historias sobre la corrupción política, los negocios sucios de los ricos, los abusos policiales, las irregularidades del poder… en las películas criminales españolas desde la Transición hay más epidermis que pistolas, más crónica del lumpen en las grandes ciudades que del mundo organizado del crimen[21]. El cine de Eloy de la Iglesia es el exponente más destacado de este subgénero, inventor de lo que se definió con el término «coleguismo», y que ahora muchos denominan «cine kinki». Con obras como Navajeros, Colegas, El pico…, De la iglesia realizaba un cine torpe, sin tapujos, panfletario, y retrataba de manera simplista y oportunista el supuesto submundo de la marginación radical.

La reciente democracia trajo consigo el boom de la novela negra en España, con autores como Manuel Vázquez Montalbán, Juan Madrid, Andreu Martín, Francisco González Ledesma, Jaume Fuster, Julián Ibáñez, Carlos Pérez Merinero… Por el contrario, en la cinematografía española son excepcionales y aisladas las películas de temática criminal, con crítica social y denuncia política.

González Ledesma, en el centro, junto a Mariano Sánchez Soler.

La enumeración de sus títulos más relevantes, por escasa y mediocre, resulta sencilla: Tatuaje (Bigas Luna, 1976), según la novela homónima de Vázquez Montalbán; La verdad del caso Savolta (Antonio Drove, 1979), a partir de la novela de Eduardo Mendoza; Asesinato en el comité central (Vicente Aranda, 1981), basada en el libro de Vázquez Montalbán; y Demasiado para Gálvez (Antonio Gonzalo, 1981), sobre la novela de Jorge Martínez Reverte.

En este desierto creativo no hay más remedio que hacer algún comentario en torno a los tres únicos jalones que ha dejado el fantasmal cine negro español en los años ochenta, cuando la transición política española tocaba a su fin:

El crack (1981), de José Luis Garci, con guión del propio Garci y de Horacio Valcárcel. Lastrado por un exceso de referencias cinematográficas y literarias a la cultura norteamericana, el guión original naufraga en la pedantería sensiblera que haría estragos en las películas posteriores de Garci. La historia, dedicada «A Dashiell Hammett», se sostiene gracias al oficio de Alfredo Landa, que encarna al detective hard-boiled Germán Areta. El buen hacer de Landa, la sencillez clásica de la trama y alguna referencia al crimen durante la Transición española, como la bomba colocada en el pecho con esparadrapo al estilo «Bultó», confieren a la cinta cierto valor referencial. Lo mejor, la primera secuencia donde el detective Landa, pistola en ristre bajo la mesa con el cañón en los genitales del malo, amenaza al impagable delincuente José Manuel Cervino: «Vareta, que te quemo los huevos».

Alfredo Landa es el detective German Areta en El crack.

El arreglo (1983), de José Antonio Zorrilla, sobre una novela de Antonio Muñoz Molina, es un thriller con cierto rigor dramático que fue recibido como una película clave para el desarrollo del género negro en España. El arreglo narra las peripecias de un inspector de policía, encarnado por Eusebio Poncela, que debe poner orden frente a las corrupciones de sus colegas. La cinta permanece como una obra apreciable, aunque su autor no ha vuelto a cultivar el género.

Y Fanny Pelopaja (1984), de Vicente Aranda, con guión del propio director a partir de la novela Prótesis, un clásico de Andreu Martín. Aranda destrozó la novela, cambió de sexo a su personaje principal y dio rienda suelta a sus obsesiones erótico-criminales. Coproducido y con actores franceses, el resultado fue un filme noir, al estilo del polar francés, insólito en la filmografía española. El propio Aranda ha escrito al respecto: «Desde el principio la historia me cautivó, más si cabe después del cambio de sexo efectuado en uno de los personajes protagonistas. (…) Con el tiempo y la distancia, me doy cuenta de que es una historia pasional, con tintes de thriller»[22]. Por lo que vemos, para el cineasta, su película más claramente negra sólo tiene «tintes» genéricos.