Cine español «en negro», francotiradores y visitantes
Mientras el cine negro, desde el thriller policíaco a la ficción criminal post-moderna, sigue dando películas valiosas en la cinematografía internacional, en la producción española de los últimos veinte años el género negro es casi inexistente. En España, la apuesta por la intriga realista, por la crítica social y política, por la denuncia a través de historias criminales apenas ha provocado una decena de películas ubicadas dentro de las claves genéricas, y otras veinte que merodean a su alrededor, dirigidas por otros tantos cineastas, entre francotiradores y visitantes, que se han atrevido a irrumpir en el género. Los problemas de la verosimilitud, la falta de tradición a pesar del boom del cine policíaco español de los años cincuenta y la actitud remisa de los productores explican esta situación en la que, sin embargo, algunas películas brillan con luz propia.
A principios de los años cincuenta, tras la estela del cine negro norteamericano, dos películas producidas en Barcelona, Brigada criminal (Ignacio F. Iquino, 1950) y Apartado de correos 1001 (Julio Salvador, 1950), principalmente, inauguraron un serio intento para adaptar en España los códigos propios del género. Fue la corriente mayoritaria del cine policíaco español bajo la dictadura, con más de cuarenta películas rodadas. Se trataba de filmes influenciados lejanamente por el neorrealismo y con formas de aparente documental, de «procedimiento policial», maniqueos y cargados con una exacerbada apología de las fuerzas del orden como discurso[20]. Basta citar la leyenda, con voz en off exaltada, que abre la precursora Brigada criminal: «Film homenaje a la abnegación y el heroísmo de todos los funcionarios de la policía española, que, sin grandes alardes técnicos y contando con el factor hombre como máximo valor, está considerada como una de las mejores del mundo».
En este incipiente cine policíaco español destaca Distrito quinto (1958), del gran especialista Julio Coll. Su argumento recuerda levemente Atraco perfecto, de Stanley Kubrick: tras un atraco, los integrantes de la banda se reúnen en un piso; el tiempo pasa y el jefe, que se ha quedado el botín, no acude. Los nervios y la desconfianza van aflorando mientras recuerdan las circunstancias que les llevaron a secundar el robo. Vale la pena citar algunos otros títulos: Barrio (Ladislao Vajda, 1947), La corona negra (Luis Savlavsky, 1951), Los ojos dejan huella (J. L. Sáenz de Heredia, 1952), Camino cortado (Iquino, 1956), cuyo eslogan publicitario era «El honor debe ser la divisa de la Guardia Civil», y Un hecho violento (José María Forqué, 1958). De los últimos años de la década es también un thriller existencialista bajo la influencia de la Nouvelle Vague, obra de José María Nunes y titulado No dispares contra mí.
En 1962, Manuel Fraga Iribarne y José María García Escudero, ministro de Información y Turismo y director general de Cinematografía, respectivamente, inician un período reformista para las producciones españolas. El cine policíaco español sigue teniendo gran presencia en la programación cinematográfica, con especial interés por las historias de ladrones y delincuentes contra la propiedad ajena. Existe un interés de algunos realizadores por reflejar la realidad urbana y social del momento, las calles barcelonesas, los nuevos marginados, los fenómenos delictivos juveniles… Entre ellos, Francisco Rovira-Beleta, con Los atracadores (1962), realiza una interpretación comprensiva de la delincuencia, con discurso autocrítico incluido sobre el fracaso de la sociedad. Los atracadores es una historia basada en la novela del novelista y policía Tomás Salvador, en la que tres jóvenes de distinto origen social —un obrero, un lumpen y un señorito— se dedican a cometer atracos hasta que en uno de ellos hay un muerto. A partir de ese momento, la suerte de los muchachos estará completamente echada.
Fotograma de Brigada criminal, de Ignacio F. Iquino.
Francisco Pérez-Dolç, con A tiro limpio (1963), habla de una banda de atracadores cuyos miembros se van eliminando unos a otros, poco a poco, debido a las diversas diferencias que surgen entre ellos, en clara referencia a La jungla de asfalto. Este filme es el único realizado en esta etapa olvidada que ha tenido un remake en 1996, por obra del cineasta Jesús Mora. Destacable es también Culpable para un delito (1966), de José Antonio Duce, que cuenta una historia de falso culpable, a través de un exboxeador solitario acusado de un crimen que no ha cometido.
Tras numerosas incursiones en el cine policíaco como guionista y director (Relato policíaco, 1954), Antonio Isasi realizó Las Vegas, 500 millones, una superproducción española de atracos al más puro estilo norteamericano realizada en 1968. Un año más tarde, desde Barcelona, Josep Maria Forn dirige La respuesta, una adaptación de M'enterro en els fonaments, novela policíaca del gran autor catalán Manuel de Pedrolo.
Antonio Isasi-lsasmendi dirigió en 1968 Las Vegas, 500 millones.