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Epílogo

Nueve días después, a las ocho de la mañana, Oliver me esperaba en la puerta de casa, como cada día, dispuesto a llevarme al instituto. Iba medio dormida, por lo que no me di cuenta que había alguien más a parte de Oliver dentro del vehículo, no fue hasta entrar en el coche que me di cuenta que también estaban allí Marc, Andrea y Samuel sentados tranquilamente en la parte de atrás. Ni siquiera tuve tiempo de preguntar qué hacían allí cuando los cuatro gritaron al unísono.

—¡Feliz cumpleaños, Danielle!

Una sonrisa de auténtica felicidad se extendió por mis labios. Estábamos todos juntos en armonía y los cumpleaños ya no eran una fecha temida para mí.

Ya no había día límite o al menos no la conocía ni sabía cuánto tardaría en llegar. Lamenté que mi padre y mis amigos no lo supieran, era difícil explicar algo así, solo disponía de tiempo para que vieran que todo estaba bien y gracias a Dios, ese tiempo lo iba a compartir con Oliver.

Sonreí cuando Samuel se inclinaba sobre mí para darme un beso en la mejilla, había recuperado a mi amigo, que finalmente había entendido que en el corazón no se manda y que nada de lo que había pasado entre nosotros había sido con la intención de lastimarlo.

Marc y Andrea seguían con su relación, después de tanto tiempo jugando al gato y al ratón habían resultado ser una pareja estable que se compenetraba a la perfección.

De Theresa poco se podía decir, seguía con la misma actitud resentida conmigo y con el mismo interés en Oliver. Pero yo estaba demasiado segura de su amor como para sentirme incómoda por ello.

—¿Estás bien? —preguntó Oliver cuando coincidimos en nuestra taquilla al final de la jornada de clases.

—¡Vaya! Y yo que creía que no iba a volver a escuchar esa pregunta nunca más —bromeé

—Eso va a resultar difícil, yo siempre me voy a preocupar por ti, es el trabajo más duro de ser el novio —me comentó socarrón.

—Entonces te lo permito —concedí feliz.

Sentí su risa en mis labios. Gracias a él, mi vida tenía otro sentido. Y quién sabía si algún día no muy lejano, la historia volviera a comenzar. De momento Rachel había dejado el instituto, probablemente persiguiendo a Gabriel, parecía que el destino de esos dos era estar juntos por el resto de sus días…

Yo también sonreí cuando por el rabillo del ojo vi a mi padre hablar con Lucía la otra profesora de lengua inglesa que por fin había regresado de su baja laboral por enfermedad. La cara de mi padre resplandecía al comprobar que Lucía estaba perfectamente, sin duda un muy buen comienzo para una nueva historia.

simple

La misma noche en que terminó todo, Isabella vino a verme, era la segunda vez desde que estaba con Danielle que me visitaba en sueños. Pero fue esa segunda vez cuando comprendí que con todo lo que sabía de la vida, jamás me había planteado que los sueños fueran algo más que simples imágenes del subconsciente, ¿por qué razón no iba a tratarse realmente de mi hermana?

Esa noche, fue la primera que me habló. Se acercó a mí y se sentó a mi lado en el banco escondido dentro del laberinto, estábamos en casa en Florencia, el viento olía a lluvia y a hierba recién cortada.

—Te quiero, Fausto —me dijo con la sonrisa brillante que había tenido en vida.

—Yo también te quiero —y al decirlo sentí la paz que había perdido tantos años atrás…

Cuando se lo conté a Danielle sus ojos también se humedecieron.

—Creo que tienes razón —concedió varios minutos después rompiendo nuestro silencio—. Cuando sueñas con alguien que quieres y ha muerto, no es tu subconsciente. Realmente es una visita.

—¿Cómo estás tan segura? —pregunté mientras le acariciaba la mejilla y limpiaba sus silenciosas lágrimas.

—Lo siento aquí —me dijo y se llevó la mano al corazón, ese corazón que por primera vez bombeaba con fuerza.