Me paré en seco cuando noté que Oliver ya no me acompañaba. Estaba a cuatro pasos de mí, completamente pálido y con el rostro descompuesto. Me miró y noté una infinita tristeza en sus ojos verdes, incluso su sonrisa fue triste y forzada. Sus ojos me parecieron los más viejos y sabios que había contemplado jamás.
Inesperadamente sentí que necesitaba su silenciosa presencia a mi lado para poder calmar el dolor que sentía en el pecho. No se trataba de un dolor físico, era algo intangible pero igual de poderoso y dañino, probablemente más.
Cuando se dio cuenta que lo esperaba, se acercó lentamente a mí, en el más absoluto silencio me tomó de la mano y me guió hasta su coche. Me dejé llevar, tras la confesión de Theresa, sentía que me faltaban piezas para el rompecabezas que era mi vida desde la aparición de Oliver.
Subí a su coche con la mente llena de preguntas, preguntas que no me atrevía a formular en voz alta, la conversación que había escuchado entre Gabriel y Rachel me había confundido totalmente.
—Danielle —susurró Oliver cerca de mi oído—, ¿qué me has hecho?
Me quedé parada ante su proximidad y la sensualidad con la que había pronunciado mi nombre. Incapaz de hablar solo pude mirarlo fijamente. Entendía a la perfección su pregunta porque a mi me pasaba lo mismo con él. Tampoco era capaz de explicarme lo que ese chico le había hecho a mi ordenada vida. Desde que él había entrado en ella, había perdido a un amigo, a una amiga y ganado una enemiga. Y pese a todo yo anhelaba estar cerca de él. Oliver se aproximó hasta casi tocar mi mejilla con sus labios. Sentí que mi pulso se aceleraba, aunque esta vez no tuve que tomarme las pulsaciones, esta vez no tenía nada que ver con mi enfermedad, sino con el chico que tenía frente a mí y que me miraba con aquellos profundos ojos verdes moteados de dorado en los que me había perdido para siempre dos años atrás, cuando permití que me diera mi primer beso.
Instintivamente le toqué los labios con los dedos, eran suaves y cálidos. El labio inferior un poco más grueso que el superior, apenas perceptible. Sentí su aliento entre mis dedos, y me perdí en el deseo de su mirada. Cerré los ojos en los que estaba segura que él podía ver lo mismo y me incliné los pocos centímetros que nos separaban. Oliver me esperaba, en cuanto posé mi boca sobre la suya, atrajo mi cuerpo a su calor. Me sentía poderosa y valiente, había hecho por fin lo que llevaba meses soñando, había tomado la iniciativa y le había besado yo. Perdí el hilo de mis pensamientos cuando Oliver paseó sus dedos sobre mis costillas, arriba y abajo, delicadamente, sin pausa. Aspiré su aroma y me aferré con fuerza a su cuello, deseando que el momento se prologara para siempre. Siempre, una palabra a la que yo no tenía derecho. Noté algo cálido resbalar por mis mejillas.
Me separé de Oliver bruscamente. No podía permitírmelo, vivir estaba bien, experimentar estaba bien, pero amar era demasiado doloroso para alguien como yo. Cuando me fuera ya iba a dejar a bastantes seres queridos como para ahora añadir uno más a la lista. Marcharse iba a ser muy difícil si tenía que dejarle a él.
Disimulé mi malestar y mis lágrimas, y Oliver tuvo la amabilidad de hacer como que no se había dado cuenta de ellas.
Danielle, repetía en mi mente, Danielle y su dulzura, Danielle y sus labios. Nada de lo mucho que había vivido me había preparado para ese momento. El beso que nos habíamos dado dos años antes, no había sido nada comparado con este beso. La conexión era tan profunda que podía sentir el rugido de la sangre en mis venas. Una serie de imágenes invadieron mi mente, Danielle a mi lado para siempre. Danielle firmando con su propia sangre. Y entonces, cuando casi había aceptado la idea como posible, como viable, ella se había separado de mi y yo me había sentido culpable por albergar esos pensamientos.
La criatura egoísta que había sido toda mi vida, se deleitó ante la idea de tenerla conmigo, pero el nuevo Fausto, el Fausto que Danielle había despertado se horrorizaba ante la mínima posibilidad de condenar a un ser tan bueno y dulce como ella.
Tenía que estar preparado para dejarla marchar, en más de un sentido.
Arranqué el motor en silencio y conduje. Danielle evitó mirarme durante el trayecto, entre avergonzada y afectada por algún pensamiento que parecía doloroso y que no compartiría conmigo. Ignoré sus lágrimas por temor a avergonzarla más.
Cuando paré en la puerta de su casa, apenas me miró, pero yo necesitaba más, necesitaba que me dijera de quién estaba hablando con Theresa, de quién eran los besos que tanto había disfrutado.
—Gracias por traerme —dijo en un susurro.
—Cuando quieras, estoy a tu servicio —bromeé, para hacerla sonreír, pero no obtuve mi premio. Se marchó cabizbaja mientras yo volvía a quedarme solo. Una sensación a la que no había logrado acostumbrarme a pesar de los años en los que había sido mi única compañera.
Dispuesto a olvidarme de todo lo que me rodeaba conduje hasta casa a toda velocidad, la muerte había dejado de importarme, en ese momento solo quería escapar.
Aparqué el coche en la entrada de casa sin siquiera molestarme a meterlo en el garaje, me empujaba la necesidad de tocar. De canalizar mis sentimientos, mis frustraciones a través de la música. Mi pasión más peligrosa.
Entré en el salón con tanta fuerza que casi saqué la puerta de sus goznes. Mi pulso estaba acelerado, mis dedos temblaban ansiosos con la misma fuerza con la que temblaban los alcohólicos antes de tomar su primera copa del día.
Suavemente aparté el taburete y me senté frente a mi querido piano. Los temblores cesaron, la ansiedad paro. Era débil, otra vez… Mis dedos acariciaron las teclas, cerré los ojos, no necesitaba leer las partituras, estaban todas en mi cabeza. Las veía cuando cerraba los ojos, cuando los tenía abiertos. Invadían mi mente a todas horas. La melodía subió de tono, descargué en ella todo lo que soy, mi miedo, mis deseos más oscuros…
Cuando terminé de tocar tenía el cuerpo relajado y la cabeza despejada. La droga había vuelto a hacer su efecto.
—¡Bravo! —aplaudió Gabriel y sus palabras me trajeron a la mente otro día lejano, en una tierra también lejana en que mi vida y mi destino dejaron de pertenecerme.
En cuanto llegué a casa fui directa a encender el ordenador, esforzándome en no pensar en lo que acababa de ocurrir entre Oliver y yo, ya tenía bastantes cosas en que pensar en un solo día. Pero me resultaba difícil olvidar sus labios y el olor de su piel. Sentí como el vello se me erizaba con el recuerdo. Moví mi cabeza de un lado a otro, como si mi mente fuera una de esas pizarras en las que podías escribir y al mover un botón de lado a lado, se quedaba vacía y limpia, dispuesta para que volviéramos a reescribir nuestra historia.
El ordenador se encendió finalmente con lo que ya no tenía ninguna excusa para seguir divagando sobre lo que Oliver me hacía sentir, ahora iba a intentar descubrir de qué iba la conversación entre Gabriel y Rachel, lo de Oliver ya lo analizaría más adelante, cuando el recuerdo de sus labios no estuviera tan nítido en mi memoria.
El ordenador tardó un minuto en iniciarse y otro más en abrirse la pagina de la Wikipedia.
Escribí el nombre con el que Rachel había llamado a Gabriel, si era un apodo quizás pudiera encontrarle el sentido por el que se lo habían puesto y con ello lanzar alguna hipótesis sobre lo que estaba sucediendo.
En seguida apareció mi búsqueda.
Mefisto puede referirse a:
Lucifer, o lo que era lo mismo, el diablo, la primera acepción no pintaba muy bien. Fausto, segunda vez en el día que me encontraba con ese nombre. Tomé nota mental de sacarlo de la biblioteca al día siguiente. Quizás el libro pudiera darme más pistas sobre lo que estaba pasando a mi alrededor.
Me tumbé en la cama, demasiado cansada como para cambiarme y ponerme el pijama, cogí el libro que descansaba en mi mesilla de noche, Cumbres borrascosas. Un clásico que estaba dispuesta a terminar de una vez por todas. Lo había comenzado porque era el libro de cabecera en cada novela de literatura juvenil que leía, pero entre que los personajes eran odiosos y que la historia no me atraía nada, estaba siendo una historia que me moría por terminar. No lograba entender el éxito que tenía la historia, la protagonista tenía a dos hombres a los que amar y contra todo pronóstico se decidía por el más oscuro de los dos.
Abrí el libro por la página en que me había quedado y retomé la lectura, jamás dejaba una novela a medias, no importaba lo que me costara. No podía permitirme abandonarla y dejarla para más adelante, yo nunca sabía si tendría un más adelante.
Pensé que Gabriel se parecía un poco a Heathcliff, no en el aspecto físico, ya que Gabriel era muy atractivo y Heathcliff era más bien feo, me lo recordaba por otro motivo, tenía la sensación que Gabriel al igual que Heathcliff amaba con la misma intensidad con la que odiaba.