La semana empezó lo que se dice fatal, toda la tranquilidad de la que disfruté el domingo con Andrea, nuestros pijamas y viejas películas de Doris Day, se vino abajo cuando el lunes me encontré con Theresa esperándome en la puerta de la clase de matemáticas, con una actitud prepotente y altiva que le iba estupendamente bien a su nueva imagen. Al parecer había evitado hacerse la encontradiza conmigo cerca de mi taquilla para que Oliver no se enterara de su charla amistosa, como ella la denominó, aunque a mi me sonó más bien a amenaza velada.
Según pude entender, el sábado alguien le fue con el cuento que me habían visto marcharme con Oliver de la fiesta de Marc, la cara de Martha Bates enrojeció al momento, lo que me permitió adivinar que había sido ella quién se lo dijo a mi antigua amiga.
Cuando Oliver volvió a la fiesta después de dejarme en casa, se lanzó sobre él dispuesta a exigirle una explicación, pero cual fue su sorpresa cuando él le anunció que habían terminado. Ruptura que Theresa no estaba dispuesta a aceptar, sobre todo si dicha ruptura tenía algo que ver conmigo.
Dispuesta a evitar el escándalo que Theresa pretendía organizar al abordarme delante de toda la clase, la escuché en silencio. Una vez terminó su perorata y sus «consejos», me limité a responderle en un tono tranquilo e incluso desdeñoso.
—Si te ha dejado no tiene nada que ver conmigo. Así que busca en otra dirección, aquí no están las respuestas que buscas —di media vuelta y me metí en clase, dejándola sorprendida tanto a ella como a sus amigas, y a Andrea, que no se despegó de mi en ningún momento, dispuesta a unirse a la batalla en caso que fuera necesario.
Por una vez estaba dispuesta a seguir el consejo de mi padre y vivir el momento. Y mi momento había llegado cuando pude responder a Theresa con toda la indiferencia que fui capaz de fingir.
El resto del día fue tan normal como siempre. Salvo porque no coincidí con Oliver ni en los cambios de clase ni en la taquilla. Theresa decidió que era mejor no insistir y me evitó varias veces cambiando de dirección, la primera vez en la fila para comprar el almuerzo y la segunda vez cuando entré al baño del primer piso.
Por la tarde, Samuel me preguntó sobre el sábado, el domingo le mandé un sms para decirle que estaba bien y que iba a tomarme el día de relax, entendió el mensaje oculto y no apareció por casa en todo el día. Me respondió que iría a ayudar a Marc a limpiar y que hablaríamos el lunes.
Pero esa mañana no había ido con él a clase. El día estaba muy gris y anunciaba lluvias, así que papá me trajo consigo, mientras que Samuel había ido con el mini de su madre.
Ahora estábamos los dos en el coche y parecía inevitable que habláramos de lo que había sucedido durante el fin de semana.
—¿Por qué te fuiste con Oliver a casa el sábado? —preguntó directamente y sin rodeos, con una actitud posesiva que me molestó.
—Me encontraba mal —mentí, no creo que entendiera la verdad, ni yo misma la entendía realmente, ¿cuál fue la razón? Oliver quiso alejarme de su tutor, por eso fue por lo que me hizo salir de allí a toda prisa, y sin darme ninguna explicación yo le seguí—. Y Oliver se ofreció a llevarme. No estabas y sabía que Andrea te avisaría, así que acepté.
—¿Por qué no me buscaste? —preguntó dolido. Demasiado teniendo en cuenta que solo éramos amigos.
—No lo pensé. Simplemente me sentía mal y me fui, ¿por qué le das tanta importancia? —pregunté intentando que él no se la diera.
—Porque la tiene. Te marchaste sin mí… Te marchaste con Oliver, ¿crees que no me di cuenta que el viernes salió detrás de ti en cuanto te fuiste al baño? No sé qué está pasando, y merezco saberlo, nosotros…
—Nosotros somos amigos Samuel, siempre lo seremos, pero eso no quiere decir que tengamos que estar pegados siempre —supe que mis palabras le habían hecho daño en el momento en que empecé a pronunciarlas. Pero algo que no entendía me empujó a frenar sus expectativas. Sentí deseos de llorar, dos días antes, había disfrutado de su beso, de su compañía y un par de encuentros con Oliver, habían conseguido que hiciera daño a mi mejor amigo. Me maldije por mi estupidez y maldije a Oliver por hacerme sentir así.
—¿Amigos? —preguntó en un susurro ahogado.
—Claro, somos amigos, siempre lo hemos sido —expliqué terminando de un solo golpe con todas sus esperanzas.
—¿Y qué fue lo que paso el viernes? ¿Qué significó nuestro beso para ti? —preguntó con los ojos brillantes y la voz ronca.
—No lo sé. Estás yendo demasiado deprisa —le acusé.
—¿Y cómo quieres que vaya contigo, Danielle? Ni siquiera sé cuánto tiempo voy a poder estar junto a ti —explotó, dejando salir todo lo que había guardado en su interior hasta entonces—. Necesito aprovechar cada momento a tu lado —cuando el fogonazo de ira desapareció y fue consciente de lo que había dicho ya era demasiado tarde.
Sus palabras calaron hondo en mí, sin decir nada, abrí la puerta y salí del coche. Samuel no intentó impedírmelo y yo supe que algo se había roto definitivamente entre nosotros.
Di otra vuelta en la cama, pero no había manera de conciliar el sueño, había decidido quedarme en casa y no ir a clase, con la esperanza que la soledad me ayudara a aclararme las ideas, pero el silencio solo hacía que traerme una y otra vez el sonido de su voz.
Alargué la mano y cogí el iPod que descansaba en mi mesilla. Lo encendí y la pista diecinueve comenzó a sonar. El aria principal de La favola d´Orfeo de Monteverdi inundó mis sentidos. Todos y cada uno de ellos, podía oler el incienso que perfumaba la catedral de San Marcos, mezclada con el olor de los presentes y del pestilente canal. Venecia fue el lugar en el que me refugié o más bien al que huí tras la muerte de Isabella.
Isabella, mi querida hermana. La razón por la que dejé de usar mi don y al mismo tiempo mi maldición. Y ahora Mefisto había descubierto que disponía del arma para obligarme a usarlo. Volví a la seguridad de mis recuerdos, más inofensivos que mi presente.
El aria alcanzó la cúspide en cuanto Orfeo decidió bajar al infierno en busca de su amada Eurídice. Mis ojos volvían a ver la grandeza de San Marco, y la solemnidad con la que escuchaban los presentes.
Hasta podía sentir la humedad que reinaba en el ambiente ese frío mes de abril de 1614. Sacudí la cabeza desesperado por seguir en el pasado, evadiéndome de un presente que se anunciaba tormentoso. Mefisto, el ser que había terminado con la vida de mi hermana, que la había embaucado con sus mentiras y sus promesas, el demonio que la había empujado al suicidio… La bestia que me había seguido y atormentado durante toda mi vida, volvía a estar de caza.
Era un peligro para toda la ciudad de Armony pero lo era mucho más para Danielle, su enfermedad la hacía vulnerable a su poder y sus circunstancias, eran demasiado atractivas para que él las pasara por alto. Mantenerla alejada de mí no había servido de nada. Ahora que las tornas habían cambiado, tenía que hacer todo lo posible para protegerla y eso implicaba estar a su lado constantemente. Resultaba irónico o incluso cruel que pretendiera meterme en su vida, cuando me había esforzado tanto precisamente por hacer todo lo contrario.
Me levanté de un salto de la cama y me puse en marcha, dispuesto a redimirme de la mejor manera que tenía a mi alcance, Danielle, ella me salvaría de mí mismo.
No me extrañó que Samuel no me detuviera, estaba demasiado dolido conmigo como para hacerlo. Aunque por otra parte agradecí el momento a solas, siempre estaba rodeada de rostros expectantes y preocupados, papá, el tío Damon, Andrea o el propio Samuel.
Caminaba enfrascada en mis pensamientos cuando escuché que me llamaban. Giré la cabeza y me encontré con la cara llena de pecas de Marc, era un pelirrojo a la vieja usanza, su cabello era color zanahoria oscuro, sus ojos color miel y en la pálida piel de su rostro bailaban las pecas, algunas tan juntas que parecían manchas.
—Hola Marc —le saludé escueta.
—Te acompaño a casa —sentenció sin darme opción a negarme. Era imposible estar sola en Armony, pensé contrariada, no por la compañía en sí, sino porque había perdido la oportunidad de ordenar mis ideas.
—Gracias —dije mientras le brindaba mi mejor sonrisa.
—¿Estás bien? —me interrogó mientras cogía mi mano y disimuladamente me tocaba la muñeca. Sonreí, Marc podía ser un irresponsable o un alocado, pero no se podía dudar de su buen corazón y sus buenas intenciones.
—Físicamente prefecta —contesté sonriendo, sin apartar la mano, para que pudiera comprobar que lo que decía era cierto.
—¡Ah! Entonces tu carita se debe a un mal de amores —bromeó enarcando una ceja mientras esperaba una respuesta.
—¿Cuándo he dicho yo eso? —le seguí el juego.
—No lo has dicho, pero puedo verlo en tu cara. A Samuel le importas, no deberías tener en cuenta lo que sea que te haya hecho —le defendió demasiado perspicaz.
Reí divertida por su comentario.
—¿Qué te hace pensar que Samuel haya hecho algo? La verdad es que todo es culpa mía. Me encontraba mal y me marché de la fiesta sin avisarle y se preocupó.
—Así que son ciertos los rumores —murmuró para sí—, Oliver te llevó a casa —comentó esta vez en voz más alta y clara—. Bueno, en ese caso se trata de celos. Tranquila se le pasará.
Mientras hablábamos, una idea se instaló en mi cabeza. No volvería a tener mayor oportunidad que esa para averiguar sobre Gabriel, al fin y al cabo había sido Marc quien le había invitado, ¿no?
—Hablando de Oliver, en la fiesta conocí a su tutor, un tal Gabriel —noté como Marc se tensaba—, dijo que le habías invitado tú, que os conocíais. Tengo curiosidad, ¿dónde le conociste? Es demasiado mayor para que le conocieras en el instituto.
—En realidad fue mi madre la que lo trajo a casa —comentó nervioso. Así que era eso. Su madre se había liado con un chico más joven, tan joven que había terminado siendo amigo de su propio hijo.
—Parece simpático —y diabólico pensé.
—Sí, es la persona perfecta para divertirse, se le ocurren las mejores ideas para pasar el rato —noté que una vez desviados del tema de su madre, volvió a relajarse y a ser él mismo.
Charlando, charlando llegamos a mi casa. Se quedó parado cuando vio que Andrea cruzaba la calle en dirección a nosotros. Casi todas las tardes merendábamos juntas y hacíamos los deberes, o bien íbamos de tiendas, nos tomábamos un refresco…
Conocer por fin los sentimientos de mi amiga respecto al chico que me acompañaba me hizo sentir incómoda, pero Andrea no era como Theresa, se acercó sonriente y nos saludó. Hablamos unos minutos, estar con mis amigos hizo que olvidara mi discusión con Samuel, pero en cuanto ellos se fueron, volví a sentirme culpable por no sentir por él lo que se esperaba que sintiera, culpable por complicarme la vida con la persona equivocada.