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Capítulo 4

Aparcamos a dos calles de la fiesta, ya sabíamos que no era buena idea dejar el coche demasiado cerca de la celebración, no era la primera vez en la que los coches aparcados delante de la casa terminaban llenos de papel higiénico y espuma de afeitar.

Caminábamos los tres charlando animadamente, cuando al girar la esquina comenzamos a vislumbrar el jardín de la casa de nuestro amigo y a algunos de los invitados o de los que se invitaban solos a sus fiestas.

—Cada vez empiezan a desfasar antes —comentó Andrea visiblemente enfadada.

—Chicas voy a adelantarme a ver si Marc necesita ayuda para controlar a estos —dijo Samuel señalando con la cabeza a los invitados que estaban pisoteando el jardín.

—No tendría que haber venido —se quejó Andrea mientras él se adentraba en la multitud.

—¿Por qué? ¿Qué hay entre tú y Marc? —pregunté por millonésima vez.

—Nada, no hay nada. ¿Cómo crees que puede haber algo entre él y yo? ¿Acaso no te das cuenta de cómo es? Pasa de todo, Dani, no le importa nada lo suficiente, ni la casa de sus padres, ni su vida y mucho menos yo —su voz sonaba temblorosa.

Salió huyendo de allí, sin decirme nada más. Fue entonces cuando comprendí el silencio de mi amiga, y su empeño en evitar hablar del tema. Andrea siempre había sido la responsable, la que sentía que tenía que cuidar de mí. Incluso cuando Theresa estaba con nosotras, siempre era Andrea la que nos arropaba a las dos. Debía ser muy difícil para ella estar enamorada de alguien tan irresponsable como Marc. Iba a ponerme a correr para cogerla, cuando una voz comentó muy cerca de mí oído.

—Creía que no podías correr.

—Eso no es asunto tuyo —le espeté y seguí andando rápido en pos de Andrea, dispuesta a ignorar su presencia a mi lado.

—Podría serlo —comentó Oliver. Me sorprendió que me hubiera seguido, al parecer no había sido lo suficientemente clara. Me paré dispuesta a decirle cuatro cosas, pero en cuanto le miré a los ojos perdí el hilo de mis pensamientos.

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Estaba huyendo de mí mismo. Y lo peor de huir de uno mismo, es que no había ningún lugar en el que poder esconderse.

—Hola Dani —la saludé como si hiciera años que no nos hubiésemos visto. Supe que había reconocido mi voz, cuando se giró sonriente hacia mí.

—Hola Oliver —su alegría era tan sincera que me sentí culpable por encontrarla interesante, sabía que tenía que alejarme de ella, que nunca podría tenerla. Sin embargo, en ese momento, no me importaba volver a ser el que era, hubiera hecho cualquier cosa por quedarme con ella.

—¿Te llevo a casa? —le ofrecí olvidando lo que acababa de prometerme a mí mismo.

—No gracias, estoy esperando a Samuel, le he dicho que volvería a casa con él —me explicó con su dulce sonrisa.

—Pero Samuel no tiene coche y yo sí —le rebatí dispuesto a salirme con la mía.

—Samuel tiene mi edad, aún tenemos que esperar unos meses para poder sacarnos el carnet de conducir —me explicó sin perder su eterna sonrisa—. Así que vamos en moto o andando depende del día, y hoy toca andar —confesó finalmente.

Inesperadamente me pregunté si el chico rubio del que hablaba era su novio, no debería extrañarme, era realmente guapa, sobre todo destacaba su pelo castaño claro, en el que brillaban mechones rojizos y dorados. Aunque su cabello no era lo único destacable de su rostro, sus profundos ojos azules y su expresión amable y serena atraían todas las miradas, incluida la mía. Desde que la divisé en las gradas no había podido apartar la vista de ella.

—¿Es tu novio? —indagué curioso e interesado como no lo había estado desde hacía mucho tiempo.

—¿Samuel? —se echó a reír como si le hubiera contado un chiste realmente bueno—. No, es mi vecino y mi mejor amigo —explicó con sus expresivos ojos mirándome fascinados.

Me molestó que la noticia me alegrara tanto. De todas las chicas a las que había conocido en mi extensa vida. Danielle Collins era la más peligrosa. Tenía que mantenerla lejos de mí costara lo que costara. O jamás conseguiría redimirme.

—Me alegra que no lo sea —le confesé mientras me acercaba a ella. Estábamos en el pasillo que daba a los vestuarios de los chicos, no había nadie por allí. Los únicos sentimientos que percibía eran la fascinación de Danielle y mi deseo por ella. Los jugadores acababan de entrar a las duchas, y los demás habían abandonado el gimnasio y estaban subiendo a sus vehículos para dirigirse a una de las celebraciones que se organizaban ese fin de semana.

Estábamos solos, esa fue la idea que me empujó a besarla. Una idea que me asustó profundamente, tan profundamente como me sentía atraído por ella, besarla haría que rompiera con todas mis promesas, con mis propósitos…

Noté sobre mis labios el respingo que dio cuando posé mi boca sobre la suya, era cálida y suave, parecía tan inocente, tuve que ejercer presión sobre ella para que me dejara besarla más profundamente. Lo primero que noté fue su sabor dulce y afrutado, casi tan sublime como el olor de su pelo o el tacto de sus mejillas en mis dedos.

La escuché gemir sorprendida y fue entonces cuando comprendí que por alguna inexplicable razón, este era su primer beso y yo se lo había robado.

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Me había pasado toda la vida huyendo, y al fin era consciente de que era imposible huir eternamente. La idea me vino a la mente mientras veía a Danielle Collins correr hacía la casa, alejándose nuevamente de mí.

La noche anterior, después de nuestro desastroso encuentro en el cine, había decidido que iba a dejarme llevar y que pasara lo que tuviera que pasar. Mi castigo autoimpuesto, mi sacrificio, no servía para nada. Todo seguía igual, seguía condenado y nada que pudiera hacer iba a cambiar mi destino.

La seguí en silencio, parecía enfadada, dispuesta a marcharse otra vez y dejarme nuevamente con la palabra en la boca, pero cuando se giró su mirada cambió, pasó de la ira a la confusión y posteriormente a la determinación.

—¿Por qué tanto interés por mí? —preguntó juntando todo el valor que tenía para hacerme semejante pregunta.

—No estoy seguro —respondí con toda la sinceridad de la que fui capaz, esa chica conseguía que siempre le dijera la verdad, un auténtico éxito para ella—, pero creo que tú podrás salvarme.

—¿Salvarte de qué? —su voz sonaba ¿confusa? ¿Esperanzada?

—De mis elecciones —respondí con la mirada clavada en sus ojos.

—No entiendo qué significa —confesó.

—Eso ahora es lo que menos importa —respondí tentado por su carnosa boca.

—Lo siento Oliver, pero no tengo tiempo para tus acertijos. Además será mejor para los dos que sigas con tu rutina de estos dos años. No quiero problemas con Theresa y tampoco me interesan tus secretos —dicho esto se dio la vuelta y volvió a dejarme plantado por segunda vez en veinticuatro horas.

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Entré en la casa buscando a Andrea, no estaba huyendo de Oliver, me dije a mí misma. Oliver no me importaba, ni él ni sus crípticas palabras. Lo único en lo que debía pensar era en encontrar a Andrea, que se había alejado enfadada y dolida. Tuve que pararme y apoyarme contra la pared un momento, mi breve carrera había tenido consecuencias, me estaba mareando, una bradicardia, supe al llevarme la mano a la muñeca y ver que mi pulso era débil y lento. Fue gracias a mi experiencia que pude notarlo, de tan débil que era mi pulso en ese instante.

Sentí que alguien me pasaba el brazo bajo las rodillas, me cogía en volandas y que me sacaba de allí, del calor, del olor a cerveza y del ambiente cargado de humo del salón, de la música y de los gritos…

Cuando abrí los ojos, estaba tumbada en una cama, posiblemente la de la madre de Marc. Me incorporé despacio para no volver a marearme y vi que Andrea estaba sentada en la silla del tocador frente a mí, con cara de preocupación.

—¿Danielle, estás bien? —me interrogó nerviosa.

—Sí, ahora sí —contesté cuando recuperé la voz—. ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Cómo pudiste subirme? Noté que me cogían pero no sabía que eras tú —comenté recordando los instantes antes de desmayarme—. Lamento haberte asustado —lo dije todo de corrido, agradecida por seguir con vida.

—Danielle, yo no te traje, fue Oliver. Te trajo aquí y no quiso dejarte sola estando inconsciente, hay gente bastante bebida y temía que pudiera pasarte algo. Así que mandó a Rachel a buscarme, la chica esa tan rara, creo que es gótica, pero no estoy segura.

—¿Rachel? —pregunté alucinada de que ella también estuviera aquí, no la había visto. De hecho en unos pocos días me la había encontrado más que en los últimos dos años.

—Sí, Rachel, al parecer cuando Oliver te llevaba en brazos, tropezó con ella y le pidió que me buscara. En cuanto subí, se marchó, parecía preocupado por ti. Creo que le hemos juzgado mal, igual no es tan superficial como parece —sentenció al final.

—Andrea, que haya sido amable conmigo hoy, no quiere decir que le hayamos juzgado mal. Probablemente he sido su buena acción del día, nada más.

—¿Por qué lo desprecias tanto? ¿Qué me ocultas? Tú no eres una persona rencorosa, pero con él…—preguntó dolida.

—Eso mismo te he preguntado yo hace un rato sobre Marc y nunca te he presionado para que me lo cuentes —repliqué herida al comprender que nos estábamos distanciando al ocultarnos cosas.

—Tienes razón —y su voz sonó tan dolida que olvidé mi enfado y me acerqué a ella.

—¿Quieres contármelo? —pregunté suavemente.

—Sí. La respuesta a tu eterna pregunta es sí. Me gusta Marc, siempre me ha gustado, pero sé que no es para mí, nunca sería feliz con él, es demasiado distante, ni siquiera como amigo me permite acercarme más que unos pocos pasos. Sé que soy tonta, pero no puedo evitar que me guste.

—Cariño, no eres tonta. Eres la chica más inteligente y responsable que conozco. Te mereces todo lo mejor, o al menos todo lo que desees. No te rindas, el amor lo puede todo, esa era la frase que según mi padre, mi madre repetía una y otra vez durante el tiempo que estuvo embarazada de mí. El amor lo puede todo, aunque en su caso, no pudo con nada —mi voz sonó temblorosa al final. No podía permitirme tener esperanzas. La realidad dolía más cuando por fin hacía su aparición.

—Hoy es el día de las confesiones —dijo con una sonrisa triste—. Te toca.

—Samuel no puede ser algo más que un amigo para mí, porque Oliver es el chico que me interesa, siempre me ha interesado, aun cuando estaba enfadada con él. Aún cuando me ignoraba.

—Dani —me abrazó comprensiva.

—Lo sé, soy idiota —me sentía así, pendiente de un chico solo porque había decidido hablarme, tras pasar los últimos años haciendo como si yo no existiera.

—Somos unos desastres —sentenció mi amiga—, pero es sábado y estamos en una fiesta llena de chicos guapos. Disfrutemos de la noche y dejemos la autocompasión para mañana, la aderezaremos con un buen helado y seguro que entra mucho mejor —su sonrisa era contagiosa.

—Me parece una idea genial —la animé—, seguro que Samuel está preocupado, no lo hemos visto desde que llegamos y de eso ya habían pasado casi dos horas.

—Tienes razón, busquemos al príncipe azul —me reí de sus palabras. Se acercó a mi decidida y volvió a abrazarme.

—Siento no haber sido sincera contigo. No quería preocuparte y ya sabes que no soporto sentirme débil —se excusó.

—Yo siento no haberte contado lo que sentía —me mordí la lengua, dispuesta a que no se me escapara toda la verdad que no le había contado. No podía contarle lo del beso. Que mi primer beso había sido un desastre y que el chico que me lo había dado, había huido inmediatamente después. No estaba preparada para contarlo, ni siquiera a ella.

—¿Amigas sin secretos? —preguntó alzando la ceja.

—Hecho —dije con los dedos cruzados tras la espalda—. Ahora vayamos a romper unos cuantos corazones —bromeé dispuesta a dejar los remordimientos para más tarde. Desgraciadamente la vergüenza era más poderosa que mi lealtad.

Cuando finalmente bajamos, la fiesta estaba en su mayor apogeo. Nada más llegar vi a Samuel cerca de la puerta de entrada hablando con un chico un par de años mayor que nosotros. Me extrañó que estuviera en la fiesta con unos adolescentes, cuando lo que le pegaba era estar en una fiesta universitaria. Era increíblemente guapo, alto con el cabello oscuro y de mirada penetrante. Pareció darse cuenta de mi mirada, porque se giró y clavó sus ojos sobre mí, fue entonces cuando Samuel también me vio y me hizo señas para que me acercara a ellos.

Me pareció poco educado no ir, por lo que atravesé la improvisada pista de baile y me acerqué a ellos sonriendo tímidamente.

Samuel me preguntó dónde había estado, pero no parecía en absoluto preocupado o molesto por mi ausencia, supuse que no debía saber nada sobre mi desmayo. Le contesté que con Andrea, omitiendo la parte en la que aparecía Oliver, fue entonces cuando pareció recordar a su acompañante.

Me lo presentó como Gabriel, que según contó él mismo, era el tutor legal de Oliver. Se trataba de un pariente lejano, ya que los padres de Oliver le habían nombrado tutor en caso que les sucediera algo. Desgraciadamente habían muerto, dejando a su único hijo a su cargo.

—¿Pero tú eres muy joven para eso, no? —pregunté sorprendida, no parecía tener más que un par de años más que yo.

—En realidad lo soy, pero no había nadie más que pudiera hacerse cargo —me explicó con una sonrisa. Fue en ese momento cuando me fijé en el extraño color de sus ojos. Pardos y dorados, me vino a la mente la imagen de un lince, astuto y silencioso, noté como un escalofrío me recorría la espalda y en su recorrido me erizó el vello de la nuca.

—Debes aburrirte mucho aquí —comentó Samuel con su sonrisa perfecta.

—Para nada. Me encantan las fiestas de Marc. Son de lo más interesantes —comentó amablemente con su extraña mirada clavada en mí.

—¿Interesantes? ¿Qué tienen de interesante tres docenas de adolescentes bebiendo cerveza y bailando? —pregunté con cierta impertinencia. No sabía por qué, pero Gabriel no me gustaba. Era guapo, más que guapo diría yo, pero parecía fuera de lugar entre nosotros, además su mirada me hacía sentir incómoda, alerta.

—Te sorprendería lo interesantes que son vuestros amigos —me llamó la atención que pudiera hablar y mantener la sonrisa al mismo tiempo.

Empecé a sentirme fuera de lugar cuando Samuel anunció que iba a por bebida y me dejó a solas con Gabriel. Me preguntó si quería algo, pero rechacé el ofrecimiento esperando que se quedara conmigo, algo que no entendió, y se marchó tranquilo.

Antes que pudiéramos retomar nuestra conversación. Oliver se acercó a nosotros echando chispas por los ojos. Imaginé que estaba molesto por mi anterior comportamiento, yo estaba más que dispuesta a agradecerle su ayuda durante mi ataque, pero se puso a mi lado sin mirarme siquiera. Su ira en esta ocasión, no iba dirigida a mí.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó insolente a su tutor.

—He venido a divertirme y he conocido a esta hermosa señorita. Danielle, ¿la conoces? —preguntó, disfrutando de la expresión de horror que apareció en la cara de Oliver cuando se dio cuenta que yo era la persona que estaba a su lado.

—¿Sabes, Danielle? Oliver canta como los ángeles —se rió como si hubiera contado el mejor chiste que hubiera escuchado nunca—. ¿Te gustaría oírle cantar?

—La verdad es que no —contesté envalentonada por la actitud de profundo desprecio de Oliver y la expresión burlona de Gabriel.

—¡Eres maravillosa! —me alabó Gabriel—. ¿Dónde te has metido todos estos años? —preguntó alargando la mano para tocarme, pero en el último momento lo pensó mejor y la dejó caer a un lado.

Antes de que me diera cuenta, estaba siendo arrastrada por Oliver fuera de la fiesta. Ni él ni yo dijimos nada, simplemente me dejé llevar por él, lejos de ese hombre que tanto me desconcertaba. Sentí que podía confiar en que él me mantendría a salvo.

Cuando salíamos nos dimos de bruces con Andrea, pero Oliver mantuvo la calma y le informó que me llevaba a casa. Al recordar el episodio anterior, Andrea propuso volver conmigo, pero le dije que no era necesario y le di mis llaves de casa, yo usaría la de repuesto que estaba bajo la maceta de entrada.

Caminé junto a Oliver en silencio, me quedé de piedra cuando vi el coche al que nos dirigíamos, un deportivo rojo que seguramente costaba tanto como mi casa. Oliver me abrió la puerta con la misma actitud silenciosa, que había mantenido desde que salimos de casa de Marc y se puso al volante, bajó la capota a pesar del frío y arrancó el motor, que rugió violentamente. Inmediatamente después, «Life after you» de Daughtry comenzó a sonar a todo volumen.

Last time we talked, the night that I walked, burns like an iron in the back of my mind, I must’ve been high to say you and I[1]… —canté olvidando que estaba en el coche de Oliver. Solo sentía el viento en mi pelo, la sensación me hizo sentir poderosa, por primera vez en mucho tiempo, volví a sentirme viva y capaz de casi cualquier cosa.

—No pares, por favor —me pidió con los ojos brillantes y una expresión que no pude descifrar.

… weren’t meant to be, and just wasting my time. Oh, why did I ever doubt you? You know I would die here without you3 —cuando cantaba, me olvidaba de todo. Conseguía hacer mía la canción y sumergirme en la letra, como si de una experiencia personal se tratase.

—Tienes una voz preciosa —me comentó en ese instante, aunque durante el resto del trayecto mantuvo la mirada fija en la carretera y no volvió a hablarme en ningún momento.

Cuando paró frente a mi casa, sin siquiera volver la cabeza y mirarme me dijo algo que yo ya había intuido por mí misma.

—Mantente alejada de Gabriel. No es lo que parece.

Y se marchó, dejándome tan confundida como siempre, sus palabras nunca eran más que un nuevo enigma por descubrir y yo acababa de decidir que quería conocer las respuestas.