Había llegado por fin el fin de semana en que mi padre iba a estar fuera de Armony, para asistir a un congreso sobre literatura medieval, una de sus grandes pasiones. La noche anterior me había acostado confusa y nerviosa, por lo que había sucedido en el cine. Cuando Samuel me dejó en casa se despidió con un simple roce de labios, no fue para nada como el beso que me había dado horas antes. Agradecí que no me presionara para que nuestra relación avanzara, ya tenía más que suficiente con la nueva actitud de Oliver como para preocuparme también por Samuel. Fuera lo que fuera lo que había entre nosotros, tenía que surgir naturalmente, igual que lo había hecho nuestra amistad.
Estaba tan cansada que me desperté bastante tarde la mañana del sábado, cuando bajé a la cocina dispuesta a prepararme el desayuno, comprobé que mi padre se había marchado sin despertarme, me había dejado una nota junto al teléfono con el número de su hotel y un emoticono de sonrisa, me reí; siempre conseguía sorprenderme, era tan diferente a los padres de mis amigas. Aunque quizás se debía a mi enfermedad, y a su afán porque disfrutara de la vida, fuera lo larga que fuera. Mi madre tomó la decisión de tenerme aunque ello acabara matándola, y yo tenía que vivir por las dos.
Me iba a pasar los próximos dos días sin nadie que estuviera todo el día pendiente de mí. Arrugué la nariz, Andrea iba a ser un hueso duro de roer, pero estaba segura de poder controlar la situación. Ella no iba a cesar en su empeño por cuidar de mí, pero podía deshacerme de sus atenciones con solo nombrar a Marc, entonces enrojecía y se ponía a hablar del tiempo, olvidándose de lo que estaba haciendo antes. Sus gustos eran tan evidentes que no podía evitar enfadarme cuando ella lo negaba tan vehementemente.
Como si la hubiera conjurado, mi mejor amiga llamó a la puerta con una bolsa de deporte rosa de Adidas y toda la intención de pasar el fin de semana conmigo.
Al parecer sus padres y el mío habían decidido que era buena idea sin consultarlo conmigo, de esa manera no estaría sola y al mismo tiempo dispondría de la libertad que mi padre siempre me otorgaba.
No éramos las típicas niñas de diecisiete años, debido a mi enfermedad. Mi padre había conseguido que mi amiga gozara de casi la misma libertad que tenía yo. No le había resultado muy difícil, él era profesor en nuestro instituto y yo era una buena influencia para su hija, pero sobre todo estaba lo de mi enfermedad, los padres de Andrea sentían lástima por mí y contribuían a la causa dejando que su hija y yo hiciésemos cosas de mayores, por si moría antes de llegar a los veintinueve como mi madre, pero aunque nadie lo decía abiertamente, yo sabía que mi madre hubiese vivido más si no se hubiese empeñado en tenerme.
Los padres de Samuel eran diferentes en ese aspecto, jamás me habían hecho sentir enferma o débil, pero ellos eran la excepción a toda regla y quizás todo se debía a una deformación profesional, la madre de Samuel, Anne, era psicóloga infantil y creía fervientemente que pensar en positivo ayudaba a que el cuerpo funcionara mejor.
Andrea entró como un vendaval en casa, soltó la mochila junto a la puerta y me arrastró hasta el sofá, sin siquiera saludarme.
—¡Cuéntame ahora mismo todo lo que pasó anoche! Y no te dejes ningún detalle —me pidió mientras me miraba directamente a los ojos.
—Hola Andrea, ¿qué tal estás? Veo que llevas bolsa, ¿quiere eso decir que piensas quedarte en casa? —pregunté a pesar de conocer la respuesta.
—Después —se limitó a decir como respuesta a mis preguntas—. ¡Cuéntamelo todo! No te hagas de rogar —se quejó ante mi silencio.
—Samuel vino a recogerme, fuimos a cenar y luego al cine —le dije para molestarla, al ver su cara fingí que iba a añadir algo más interesante—. Por cierto, vimos la última película de Katherine Heigl.
—¿Te crees graciosa? —me preguntó empezando a impacientarse por mis respuestas evasivas.
—Sé que soy graciosa —le rebatí. Al ver su cara sarcástica supe que ya la había hecho enfadar lo suficiente—. Vale, vamos a ver, Samuel vino a recogerme —frunció el ceño, y yo me reí—. Y fuimos a cenar a la pizzería Mario, la que está cerca del cine Imperial —me miró con el ceño fruncido, ya sabía de sobra dónde estaba la pizzería—, compartimos una pizza barbacoa y después fuimos al cine, nos encontramos con Theresa y con Oliver. Samuel me besó mientras Oliver nos miraba, luego Oliver me siguió hasta el baño de chicas y parecía que quería decirme algo, incluso llegué a pensar que iba a besarme —paré mi relato pensativa—, sí, casi estoy segura que esa era su intención, pero entonces me largué y lo dejé plantado, no me parecía correcto besar a dos chicos la misma noche —expliqué con total normalidad.
La cara de mi amiga era todo un poema, estaba tan alucinada que tardó varios segundos en comprender que ya había terminado mi historia y que no iba a añadir nada más.
—¿Que Oliver intentó besarte? —preguntó por fin con los ojos abiertos y desconcertados.
—Vaya y yo que pensaba que te emocionaría más el beso de Samuel —me burlé yo, intentando que no se pusiera a diseccionar esa parte de la historia.
—¿Hablaste con Theresa? —su voz era la misma que ponía para contestar a las preguntas que le formulaban los profesores en clase, seria e interesada al mismo tiempo.
—Me saludó con un gesto, pero no me habló. Cumplió a la perfección con lo que Oliver le ha pedido —le expliqué, recordándole con mis palabras, lo que Theresa nos contó dos años atrás.
—¿Sabes? A veces la echo de menos. Todo era diferente cuando estábamos las tres. No entiendo como pudo dejarnos tiradas después de estar toda la vida juntas, y encima por un chico, por mucho que el chico se llame Oliver y esté buenísimo.
»En fin, si se enterara que Oliver intentó besarte, no creo que le sentara muy bien, siempre ha sentido celos de ti. Además no tendría mucho sentido al fin y al cabo, ella nos dejó porque él no quería tener nada que ver contigo y tampoco que lo tuviera ella. O al menos esa fue la excusa que ella nos dio —comentó dudando de la veracidad de la explicación que habíamos creído a pies juntillas desde hacía dos años—. No entiendo como ahora él ha decidido que vuelves a existir y mucho menos que te siga hasta el baño con la intención de besarte.
—Yo tampoco lo entiendo —la corté—, pero no me importa. He vivido dos años sin ellos y ahora la que no está interesada en su amistad soy yo.
—¿Qué harás si Oliver te busca? —me sorprendió que me preguntara algo así, Andrea sabía de la animadversión que yo sentía por Oliver.
—Nada, no haré nada, porque eso no va a suceder —dije intentando convencerme a mí misma de mis palabras, apagando cualquier esperanza que pudiera surgir de nuevo en mí.
—¿Es por Samuel? —preguntó perspicaz.
—Es por mí. No soy ninguna tonta y no voy a dejar que me manipulen. La conversación ha terminado, no tengo ganas de seguir hablando del tema. Oliver no significa nada para mí, nunca lo ha significado —esa era la mentira más gorda que le había contado nunca a Andrea—. La primera vez que hablé con él fue diferente porque no le conocía, pero ahora sé exactamente quién es y no lo quiero cerca de mí —le expliqué intentando dar por finalizado el dichoso temita, y eso que ella no conocía mi historia completa con él. Tuve que morderme la lengua para no contarle la otra cara de la moneda.
Mientras Andrea vaciaba la mochila y colocaba sus cosas en mi cuarto de baño, me di una ducha rápida y me preparé el desayuno, un par de tostadas y un zumo, ya que el café lo reservaba para ocasiones especiales, los médicos me lo tenían prohibido a menos que fuera descafeinado, pero no me sabía igual, así que no lo tomaba. No había hecho más que sentarme cuando volvieron a llamar a la puerta, me levanté mirando con ansia la tostada que acababa de untar con mantequilla y mermelada de arándanos.
Cuando abrí me encontré con Samuel en el umbral, sonriente y con el pelo húmedo, debía haberse dado una ducha porque olía a gel cuando se acercó y me dio un beso suave en los labios. Tan delicado que apenas rozó mis boca.
Recordé nuestro beso del día anterior y un escalofrío me recorrió la espalda. Lo malo era que por mucho que fuera de dura, el repentino interés de Oliver me tenía confundida y me traía a la mente ideas que había luchado mucho por desechar.
El recuerdo de otro beso era el que ocupaba ahora mi mente. El que la había ocupado durante dos años, a pesar de mis denodados esfuerzos por olvidarlo.
—Buenos días Dani —me saludó sonriente—. ¿Qué vas a hacer esta noche? —parecía contento incluso eufórico.
—Andrea está aquí, así que…
—¿Andrea está aquí? —me cortó—, ¿se queda contigo el fin de semana? —parecía desanimado al conocer la noticia.
—Sí, está deshaciendo la maleta —bromeé, pero a Samuel no pareció divertirle mi ocurrencia.
—Bueno entonces supongo que hay cambio de planes. Pensaba proponerte, una noche tranquila en casa con una película, además me tocaba elegirla a mí, y palomitas, pero paso de compartir palomitas también con Andrea, se las comería todas —dijo Samuel recuperando la sonrisa, sabía tan bien como yo que Andrea era una maniática de la comida sana y una obsesa del sobrepeso—. Así que mejor os invito a las dos a la fiesta que da Marc en su casa esta noche —se pasó la mano por el cabello húmedo, intentando recolocarse un mechón rebelde que le caía sobre los ojos.
—Supongo que será una de esas fiestas a las que va todo el mundo —comenté intentando no fijarme en su gesto, inconscientemente y sin previo aviso, una imagen diferente había invadido mi mente, la de Oliver apartándome un mechón de pelo de mis ojos.
—Seguramente… Pero Dani, yo quería hablar de lo que pasó ayer —de repente lo noté nervioso, con la mirada fija en mí.
—Samuel, yo… —me callé, incapaz de decir nada, estaba demasiado confundida en ese instante como para tomar una decisión respecto a nuestra relación.
—¡Hola chicos! —interrumpió Andrea, evitándome una conversación para la que no estaba preparada, mi sonrisa ante su aparición, fue de profundo alivio.
—Hola —contestamos Samuel y yo al mismo tiempo. Samuel intentaba recomponer su gesto de fastidio, era evidente que la presencia de Andrea había cortado sus planes para hablar sobre nosotros. Ni siquiera estaba segura que hubiera un nosotros así que, cuanto más retrasáramos la conversación, más tiempo dispondría para yo aclarar mis sentimientos.
A ningún observador avispado se le hubiera pasado por alto la diferencia que había entre la cara de Samuel y la mía.
—Samuel ha venido a invitarnos a una fiesta —le expliqué intentando suavizar el ambiente que se había creado con su repentina aparición.
—Sí —ratificó este, abandonando su silencio.
—¡Genial! —comentó Andrea—. ¿Dónde es la fiesta?
—En casa de Marc, su madre se ha ido con su nuevo novio de fin de semana y él ha decidido aprovechar la situación y dar una fiesta —explicó nuestro amigo.
—Marc siempre aprovecha las situaciones —criticó Andrea molesta—. Casi todas las semanas da fiestas, eso no es ninguna novedad.
—Supongo que es lo bueno de que tus padres estén divorciados y que tu madre haya vuelto al mercado de las citas en busca de un nuevo marido —sentencié yo inquisidora, la actitud de la madre de Marc contrastaba con la decisión de mi padre de seguir viudo y criarme solo, sin la ayuda de nadie, a excepción del tío Damon que de vez en cuando ejercía de poli malo. Mi padre jamás me había castigado, era demasiado blando conmigo, hasta yo veía eso.
No era que yo no quisiera que mi padre rehiciera su vida, simplemente era que la forma en que la madre de mi amigo intentaba recomponer su vida me resultaba escandalosa e incluso egoísta, ya que en ningún momento tenía en cuenta los sentimientos de su propio hijo.
—Vaya, hay alguien que no lo aprueba —se rió Samuel ante mi mordaz comentario.
—No es eso, es que no entiendo como esa mujer puede pasar tanto de su hijo y al mismo tiempo enrollarse con chicos que podrían serlo por la edad que tienen —dije explicando mi animadversión.
—Bueno Dani, no todos los padres son como el tuyo —comentó Andrea con cariño, éramos amigas desde siempre y las dos sentíamos el mismo afecto por nuestros respectivos padres.
—Lo sé, pero eso no la justifica —dije aceptando sus palabras.
—Bueno chicas, parece que esta conversación se está volviendo muy seria y es sábado, dejemos la seriedad para los días entre semana, para el instituto y sus desdichas —sus palabras nos hicieron reír y abandonamos el tema. Me di cuenta que, por primera vez, habíamos hablado de Marc y Andrea no había esquivado el tema.
Quedamos en que Samuel nos recogería a las siete y que vendría con el coche de su padre para que pudiéramos ir los tres.
En cuanto se marchó, Andrea se volvió loca, eligiendo la ropa que íbamos a llevar a la fiesta. Era una suerte que tuviéramos la misma talla, hasta de zapatos, porque nos evitamos ir a su casa a por ropa que ponerse. Lo que llevaba en la bolsa rosa no era adecuado para una salida nocturna y mucho menos para una fiesta en casa de Marc, el chico que ella se empeñaba en convencerme que no le interesaba.
Mis planes para aprovechar el fin de semana libre, habían fracasado estrepitosamente.