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Capítulo 24

Abrí los ojos todavía con el recuerdo de mi sueño en la cabeza. En él, Dani y yo estábamos tumbados en el sofá peleándonos entre risas por hacernos con el poder absoluto, el mando de la televisión. Ella se tumbaba prácticamente sobre mí, intentando llegar hasta él, pero yo era bastante más alto que ella y mi brazo por tanto también, así que por mucho que se estiraba nunca llegaba a cogerlo. Seguíamos riendo, pero entonces sonó el timbre de la puerta, insistente e incansable. Fuera quien fuera la persona que estaba en el umbral, estaba decidida a entrar. Entonces volví a escuchar el sonido y supe esta vez estaba despierto. Me levanté de la cama y me vestí en unos segundos, bajé las escaleras descalzo para no hacer ruido y no molestar a Danielle que dormía plácidamente.

Abrí la puerta consciente que la persona que estaba al otro lado era Céline o Rachel, como se hacía llamar ahora, puesto que no emanaba ningún sentimiento de ella. Normalmente las personas sentían grandes pasiones a las que mi don interceptaba como una antena parabólica gigantesca. Los sentimientos que percibía iban del amor al odio, pasando por otros estados más comunes como el hambre, el sueño, la tristeza, el aburrimiento…

Si bien los primeros son los que solían regir a la humanidad, los otros eran los más comunes.

Con Céline era diferente. Nunca había sentido nada que emanara de ella. Nunca desde esa noche de agosto en el laberinto. La pasión que la había embargado y que yo había sentido a pesar de mi embriaguez, había desaparecido junto con la claridad de la mañana.

Abrí la puerta y tal y como había adivinado, ella estaba frente a mí, con el mismo cabello negro y sus mismos ojos transparentes e inexpresivos, aunque a diferencia de aquellos años en los que iba a ser mi cuñada, su rostro estaba vacío y glacial. Recordé a la Céline que siempre me había perturbado. La joven que miraba todo lo que la rodeaba interesada y perspicaz, y me pregunté qué había hecho el tiempo y Mefistófeles con nosotros.

¿Había sido Céline un ángel desde siempre? O al igual que a mi su trato con Mefisto le había cambiado la vida. ¿Añoraba su antigua vida tanto como lo hacía yo? Una vida en la que todavía podía elegir… Sentí la tentación de preguntarle, pero me reprimí. Mi curiosidad no importaba, lo que realmente importaba era proteger a Danielle y lamentablemente Céline, o Rachel, era mi única aliada. Irónico ¿verdad?

—Buenas noches, Fausto —me saludó con su habitual actitud distante.

—Buenas noches, Céline —le respondí apartándome para dejarla entrar en casa.

—Hace mucho tiempo que ya nadie me llama así. No me gusta —se quejó mientras pasaba a mi lado—. Por cierto —comentó como si lo que iba a decir no tuviera la más mínima importancia—, la respuesta a tu pregunta es sí —durante diez segundos me quedé parado mirándola incapaz de entender a qué se estaba refiriendo. Una lucecita se encendió en mi cerebro cuando comprendí a qué se referiría.

Archivé la información para más adelante, para cuando todo este infierno hubiera terminado y pudiera pensar libremente en ello.

simple

Escuché murmullos abajo y me estremecí pensando que Gabriel había regresado, las luces azules del despertador de Oliver anunciaban que eran las nueve y media de la noche. Me había quedado dormida y ahora estaba hambrienta, me sentía capaz de comerme a una vaca, pero pensaba conformarme con un bistec muy hecho.

Me vestí y bajé sigilosamente las escaleras, esperando poder escapar a la cocina sin cruzarme con él. Me había dado de plazo hasta el domingo y mientras no pasara de la medianoche, seguía siendo sábado.

Pero entonces capté una voz femenina que me resultó familiar. En ella apenas había modulación, todas sus palabras tenían la misma entonación desganada, como si fueran pronunciadas sin ningún interés.

Asomé la cabeza por la puerta del salón y vi a Oliver sentado en el taburete del piano y a Rachel sentada frente a él en el sofá. Estaban concentrados en su conversación y aún no se habían percatado de mi presencia.

Mi fijé en que los ojos de Oliver brillaban expectantes, fuera lo que fuera lo que le estaba diciendo Rachel, estaba creándole esperanzas. Media sonrisa iluminaba su amado rostro.

—Buenas noches —saludé entrando con paso firme en el salón. Oliver se levantó de un salto y me llevó de la mano, hasta el lugar en el que había estado sentado segundos antes. Agradecí el gesto, necesitaba sentir su calor, la frialdad de Rachel siempre me incomodaba.

Era evidente que estaban tramando algo en contra de Gabriel. Y a pesar de mí misma, aquel hombre me inspiraba lástima, incluso compasión. Sentía que era mucho más de lo que nos dejaba ver de sí mismo… Sus circunstancias, eran lo que le habían llevado a ser lo que era. Por lo que sabía, su vida no había sido fácil.

—Rachel ha venido ha hablar contigo de mañana —me contó Oliver mientras se acercaba tanto a mí que podía sentir el latido de su corazón en mi espalda.

Entre los dos me explicaron qué tenía que hacer. Parecía un intento a la desesperada. Pretendían que engañara al mayor mentiroso de la historia, yo contra Mefistófeles y realmente creían que podía salir airosa de ello.

Tenía que hacer mi elección en ese mismo instante. Rachel se levantó y entonces vi la carpeta que había a su lado, en la que no me había fijado antes.

—No te voy a pedir nada a cambio, nosotros solo ofrecemos. Eres libre de elegir, libre para vivir tu vida como quieras. Pero si aceptas, estarás protegida de él.

—¿Por qué ahora? —pregunté entre molesta y aliviada.

—Ya no tengo la potestad para elegirte —no logré comprender la magnitud de todo lo que admitía con esas palabras.

—¿Quién lo ha hecho? —pregunté impaciente por satisfacer mi curiosidad.

—Digamos que alguien muy influyente ha abogado por ti —Rachel no iba a decir nada más, por lo que dejé de insistir en el tema.

—¿Me va a doler? ¿Necesitas sangre? —me sentí estúpida, después del dolor que había soportado a lo largo de mis diecisiete años de vida, la pregunta estaba fuera de lugar.

Rachel sonrió y había ternura en sus ojos cuando lo hizo.

—Sentirás una pequeña quemazón cuando se te marque como nuestra, la sangre no es necesaria en nuestro trato. Tranquila —me dijo, mientras apartaba su pelo y dejaba al descubierto el pequeño tatuaje que había visto en su cuello en el restaurante chino, el día que habíamos coincidido con Gabriel.

—¿Si acepto qué seré? —ese punto era el que más me preocupaba.

—Serás tú, solo que con más esperanzas de vida. Tendrás una vida larga o corta. Lo que el destino haya deparado para ti. Si eres cuidadosa, será muy, muy larga, pero deberás vivirla con rectitud y fidelidad a nuestra causa, deberás actuar con bondad y misericordia, y quizás algún día, yo te visite de nuevo y te pida ayuda con algo que necesite. Como mi discípula, tendrás la obligación de ayudarme, sea lo que sea lo que te pida —me explicó mucho más seria de lo que era habitual en ella.

—Danielle, no te lo pienses más. Es la solución perfecta. Si aceptas a Rachel, todo lo que pactes con Gabriel carecerá de valor. Firmarás un contrato vinculante para toda tu vida, el primero es el único que será legal. Podrás obligarle a otorgarte lo que le pidas —su rostro se volvió serio de repente, supe que iba a haber un pero, algo que me hiciera imposible conseguir nuestros objetivos—. Pero tienes que conseguir que no se de cuenta de lo que ha sucedido en esta habitación —me estremecí. Desde pequeña había aprendido a ocultar mis molestias, pero esto era algo totalmente diferente a ocultar los pinchazos o las taquicardias. Lo que me estaban pidiendo es que engañara a Gabriel hasta que consiguiera lo que buscaba de él, la libertad de Oliver y la de todos mis seres queridos.

—Acepto —dije por toda respuesta. Fijé la mirada en los ojos claros de Rachel y comprobé lo que ya sabía, esa chica no sentía nada. Su expresión hubiese sido la misma si me hubiese negado, nada parecía afectarla o conmoverla.

—Entonces firma esto —se limitó a decir mientras sacaba unos papeles de un sobre lacrado y de aspecto muy caro.

—Estás de broma, ¿verdad? Creía que se trataba de un pacto divino, no de un contrato de trabajo —comenté totalmente desorientada. ¿Qué narices les pasaba a los escritores y a los guionistas que se empeñaban en darnos una imagen tan absurda de los ángeles y los demonios?

—Es un pacto divino. ¿Qué hay de malo en legalizarlo para que sea concluyente en ambos planos? —preguntó sorprendida por mi reacción—. ¿Nunca habéis escuchado el dicho, «es el abogado del diablo»? Pues hemos adoptado sus mismas reglas para jugar en la misma liga. Ahora firma y todo habrá terminado —me instó impaciente, por fin había un sentimiento en su rostro tallado en hielo.

—En realidad, si firmo, no habrá hecho más que comenzar —le dije mientras tomaba el documento y la estilográfica que me tendía.

Lo cogí y en lugar de apoyarme sobre la enorme mesa del salón, lo hice sobre el piano de Oliver, me pareció mucho más apropiado para la ocasión. Estampé mi firma con pulso seguro, consciente de lo que estaba haciendo. De la elección que había hecho.

En cuanto la pluma se levantó del papel, noté un pequeño mordisco en el cuello, era la quemazón de la que Rachel me había hablado. Me llevé la mano allí y noté que la piel en esa zona estaba más caliente de lo normal y me escocía. Una pequeña rugosidad, marcaba el lugar en el que se habían estampado mis alas.

—Ya está hecho —anunció Rachel solemne—, ahora debes escucharme y hacer exactamente lo que yo te diga.

Antes que pudiera responder, Oliver se abalanzó sobre mí y me besó, por el rabillo del ojo vi a Rachel arquear una ceja perfecta.