Quería estar con él por última vez, por si nuestro plan no salía bien. Rachel parecía convencida del valor de las palabras, pero yo no estaba tan segura de su efectividad.
Necesitaba que Oliver supiera la verdad de mis labios, para que si las cosas se torcían quedara libre de toda culpa. Ya había cargado con suficientes culpas como para cien vidas más. No quería que se sintiera responsable como se había sentido con Isabella.
Si finalmente tenía que marcharme, se merecía saber que la elección había sido mía, libre y consciente de mis actos y que él no tenía ninguna responsabilidad en ellos.
Llegamos a su casa con tanta rapidez que estoy segura que en ningún momento durante el trayecto pisó el freno.
Se le veía tenso y su incomodidad me hacía sentir fatal. Porque era consciente que cuando supiera lo que había hecho se sentiría peor, incluso intentaría hacerme cambiar de idea.
—Vamos arriba —me dijo cuando entramos en casa. Sin darme tiempo a quitarme la chaqueta, me tomó de la mano y me arrastró escaleras arriba. Sus dedos se aferraron a mí con fuerza. La calidez que desprendía su mano en la mía me hacía sentir bien. Segura…
—Cuéntamelo —me pidió una vez que estuvimos dentro. Había sido cauto y no había dicho nada hasta llegar a su dormitorio, pero yo sabía que no era necesario. Gabriel se había ido y no volvería hasta el día siguiente, con los documentos que harían de mí una persona diferente. Fuera cual fuera el resultado, yo iba a dejar de ser la misma chica que era en ese mismo instante.
—Le he pedido ayuda a Rachel para solucionar esto —le confesé sin apenas respirar—. Ella me aconsejó que jugara esta partida con mis propias reglas, así que el viernes cité a Gabriel en mi casa y le ofrecí mi alma a cambio de la tuya y de que se mantuviera alejado de las personas que me importan —vi la tensión en la cara de Oliver, e incluso creí escuchar el sonido de sus dientes apretarse fuertemente.
—¿Qué te dijo Gabriel? —preguntó intentando contener su ira o al menos limitarla a los puños que mantenía fuertemente cerrados a sus costados.
—Por supuesto aceptó. Me dijo que el domingo volvería con los documentos que te devolverían la libertad —le expliqué cada vez más confusa. ¿Ahora se ponía a reír? Su risa era irónica, pero no por ello dejaba de ser una sonrisa.
—No puedo creerlo —murmuró más para sí que para mí.
—¿Qué sucede? —pregunté totalmente descolocada por sus reacciones.
—Se está burlando de nosotros, Danielle, yo le ofrecí poner mi don a su servicio, a cambio de que te dejara en paz, y me dijo que se lo pensaría… Ha estado jugando con nosotros, y mientras yo realmente creía que lo iba a pensar, pactó contigo.
—No puedes hacerlo Oliver. Prométeme que no lo harás —le rogué nerviosa. No podía hacerlo, si se doblegaba ante Gabriel se odiaría toda la vida y su vida era demasiado larga para pasarla en semejante estado.
—No puedo hacer eso, Dani, no puedo apartarme y ver como tú te enfrentas a él sola. ¿Es que acaso no lo entiendes? Estoy dispuesto a hacer lo que haga falta para mantenerte a salvo. Tú eres lo más importante. No quiero recuperar mi alma si con ello te pierdo a ti. No me sirve un alma si no es para amarte.
—No sabemos si va a funcionar —intenté explicarle—. Rachel dice que las palabras son lo más importante. Que si formulo la petición correctamente podremos engañarle —se notaba en mi voz que yo tampoco las tenía todas conmigo, no es que dudara de la buena fe de Rachel, sino más bien se trataba que sabía de qué era capaz Gabriel. Y no me parecía un estúpido que se dejara engañar por una adolescente.
—Danielle —murmuró Oliver con los ojos febriles.
Sentí que la cabeza me iba a estallar y al mismo tiempo estaba dispuesto a destrozar algo a puñetazos. Me dolían las manos de tanto apretarlas en puños. Respiré varias veces, intentando controlar la ira que me embargaba.
Danielle era tan cándida, ¿de verdad creía que tenía alguna oportunidad contra Mefisto?
No supe si reír o llorar. Dejé de escuchar lo que Dani me contaba y me concentré en un solo pensamiento: no puedo perderla tan pronto…
—Danielle —la llamé. Estaba tan desesperado que no podía pensar con claridad y una parte de mi agradecía no poder hacerlo. Me planté frente a ella en una sola zancada y la aprisioné en mis brazos. Mis labios buscaron su boca y sentí un escalofrío de placer recorrerme la espina dorsal cuando escuché el gemido que profirió. Todo se tiñó de oscuridad, cerré los ojos, incapaz de ver nada y dejé que mis manos y mis labios fueran mi visión. Me sentía posesivo, ella era mía y no iba a perderla, al igual que Orfeo, yo también estaba dispuesto a descender al mismísimo infierno con tal de rescatarla.
Mis manos se adueñaron de su cálido cuerpo, la pegué a mí y la tumbé sobre la cama. Danielle era confiada, se entregaba sin reservas y yo me prometí nuevamente ser digno de ella.
El silencio fue roto por nuestras respiraciones acompasadas. Durante unos minutos creí poder tocar el cielo, hasta que volví a la realidad y recordé que ese destino estaba vetado para mí.