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Capítulo 21

El jueves pasó rápidamente y finalmente llegó el viernes, día en que habíamos quedado con Marc y con Andrea, esa era la parte agradable del día, la parte desagradable era que ya no podía eludir más la llamada que tenía que hacerle a Gabriel.

Por eso, cuando a mediodía terminaron las clases, cogí el teléfono de la cocina y llamé a Gabriel que contestó antes del tercer tono.

—Hola pequeña —me saludó eufórico—. Creí que te habías arrepentido y que no ibas a llamarme ya —comentó.

—Lo siento, ayer se me complicó, ¿podrías venir ahora a casa? Mi padre tiene claustro de profesores y no vendrá hasta más tarde, así que podremos hablar tranquilamente.

—Por supuesto. Dame cinco minutos y estaré allí —sin siquiera despedirse colgó.

Puntual como un reloj llamaron a la puerta. Fui a abrir con las piernas temblorosas y la garganta seca.

—Pasa por favor —le señale el interior del salón. Entró con actitud resuelta.

—Gracias. Tú dirás, pequeña ¿para qué te soy útil? —preguntó con una amabilidad sin artificios que me pilló desprevenida.

—Tengo algo que ofrecerte. Un trato —le respondí con la voz firme, al contrario que mis rodillas que se estaban esforzando al máximo por sostenerme.

—¿Y cuándo ha sucedido este cambio de papeles?, hasta donde yo sé el que ofrece los pactos soy yo —su amabilidad inicial se había evaporado.

—Rachel me dijo que podías ser razonable —le expliqué—, pero veo que no te conoce tanto como cree.

—Rachel se equivoca en muchas cosas ¿qué más te dijo de mí? —me sorprendió ver por primera vez desde que le conocía, un interés real en sus ojos pardos.

—Rachel me dijo que no eras tan horrible como querías hacer creer, que me escucharías y terminarías por aceptar mi propuesta —le respondí. Siguió fingiendo desinterés en lo que tenía que contarle.

—¿De verdad creías que me importaba algo lo que ella diga o piense? No es nada en mi vida, es menos que eso —pero la firmeza de su voz había desaparecido y en su lugar solo encontré desilusión.

—Sé que te importa —aseveré tenaz.

—Eres tan inocente, ¡me encantará tenerte a mi lado!

—No estoy dispuesta a aceptar sin poner mis propias condiciones.

—¡Vaya! ¡Qué sorpresa! ¡El pastelito muerde! —se burló. ¿Y cuáles son esas condiciones de las que tanto alardeas pequeña?

—Primero, te vas a mantener alejado de todas las personas que me importan —le exigí—. Y segunda y más importante, tienes que romper tu trato con Oliver, le vas a dejar libre para que pueda elegir su camino —en este punto no había lugar a las negociaciones, era mi petición principal. Sabía que era él quien tenía la sartén por el mango pero yo no iba a recular, me quedaba la baza de la codicia, yo era lo que él quería a toda costa. Su pasaporte al éxito.

—Puedo mantenerme alejado de tus amigos, en eso no hay problema…

—No he dicho mis amigos —le corté impaciente. Al parecer las palabras que usara eran cruciales para este tipo de tratos—, he dicho todas las personas que me importan, lo que casi viene a decir que abandones la ciudad, para siempre.

—Y tú conmigo querida, pero ese no es el punto. El punto es que no puedo dejar libre a Fausto, ya no me pertenece. Yo solo recolecto almas, no las poseo, soy un simple peón, y es ahí donde entras tú, para que yo suba un escaloncito más —su sonrisa hacía juego con sus ojos de gato. Hasta me pareció ver que tenía los caninos más afilados de lo normal—. Seguramente, si aceptas ser mi discípula, podamos acceder a los documentos que tanto deseas, pero eso sería después… Primero vas a tener que firmar, estoy atado de manos hasta que lo hagas —se lamentó.

—Entonces no me sirves para nada y por lo tanto no vas a tenerme —le expuse con la cabeza bien alta.

—No voy a arriesgar mi pellejo por él. Tú estás loca querida —dijo con la mirada llena de ira. Era consciente que no iba a transigir en ese punto.

—Pues entonces no hay trato —dije dispuesta a llevarlo al límite.

—Debe haber alguna otra cosa que quieras —comentó zalamero. Su actitud volvía a ser amistosa pero en sus ojos se vislumbraba la rabia que sentía.

—No la hay —terminé la conversación dispuesta a darme la vuelta y a abrirle la puerta para que se fuera.

—Está bien —dijo mientras me sujetaba con delicadeza del brazo—. Prepararé el documento y en cuanto firmes cumpliré mi palabra —parecía tan sincero que me eché a reír.

—¿Realmente me ves tan ingenua o solo estabas probando suerte? —le pregunté alzando una ceja.

—Las dos cosas —confesó—. Eres realmente divertida pequeña. Está bien, te traeré el documento y entonces firmarás. Haré que los abogados lo vayan redactando, para que todo sea más rápido —comentó con total naturalidad, como si no estuviera hablando de vender mi alma inmortal.

—¿Los abogados? —pregunté sorprendida.

—Claro pequeña. ¿Quieres que sea legal, no?

—Y eso me recuerda otra cosa, quiero algo que certifique que el documento que traes es el verdadero y no una falsificación —sus ojos volvieron a brillar risueños.

—¿Por quién me has tomado? —preguntó fingiéndose el ofendido. No pude evitar reírme y pensar que era una lástima que fuera un demonio, si hubiera sido un chico normal, me hubiera caído realmente bien, era inteligente, divertido, amable y absolutamente encantador. Si no hubiera conocido al Mefisto que había detrás, habría podido entender a Rachel—. Dame un par de días, probablemente el domingo lo tenga todo listo. Te llamaré entonces. ¡Disfruta de tus últimos momentos de libertad! —me aconsejó pensativo.

—Mientras tanto, mantente alejado de ellos —le exigí, ante su mirada sorprendida.

—Realmente eres una cajita de sorpresas. Haré lo que pueda, querida. Aunque no puedo prometerte nada —concedió sardónico ante mi atrevimiento.

Cuando Mefisto se marchó, me levanté del sofá y me dirigí como una autómata a la cocina, necesitaba moverme, hacer algo que consiguiera hacerme olvidar lo que acababa de hacer. Siempre había sabido que mi vida iba a ser corta, pero esto era otra cosa. Con el pacto iba a conseguir la inmortalidad, al menos en el sentido de que ni el tiempo ni las enfermedades me afectarían, pero de nada me servía si Oliver no iba a estar conmigo.

De nada me servía si me alejaba de las personas a las que amaba, y bajo ningún concepto podía quedarme en Armony, tenía que alejar a Gabriel de aquí, de la gente que me importaba, de la única vida que había conocido. Mi padre iba a quedarse destrozado, él siempre había albergado la esperanza de que mi enfermedad me permitiera vivir más tiempo que a mi madre.

Una vez en la cocina, no pude contener más las lágrimas que me picaban en los ojos. Me enfadé conmigo misma por mostrarme débil y llorosa. Tenía que ser fuerte, porque las dificultades no habían hecho más que comenzar.

Eran las seis cuando Oliver pasó a recogerme, llamó al timbre una sola vez. Estaba terminando de arreglarme con la música puesta y cantando a todo grito cuando escuché que llamaban, pero como no había nadie más que yo en casa tuve que bajar a abrirle la puerta, descalza y con un ojo pintado y el otro no.

—¡Pasa! —le pedí casi sin mirarlo, dispuesta a subir a mi cuarto y terminar con el maquillaje.

—Espera, ¿dónde está mi beso? —me preguntó con voz risueña. Cuando me giré a mirarle, arqueó una ceja divertido—. ¿Y eso? ¿Qué es la nueva moda en maquillaje? Pues te confieso que soy bastante anticuado para estas cosas, porque reconozco que me gustaba más cuando las mujeres se pintaban los dos ojos.

—Muy gracioso, es que no he tenido tiempo de pintarme y he tenido que bajar a abrirte y… —cortó mi perorata con un beso. Antes de que pudiera decir nada más me atrajo hasta su cuerpo y me besó.

—Estás preciosa, siempre lo estás —sentí que las piernas se me volvían de gelatina y me maravillé de estar aún en pie, la dulzura con la que me había hablado era más importante que las palabras en sí. Subí sonriendo como una boba mientras iba a mi cuarto a pintarme el dichoso ojo.

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Los amigos de Dani, resultaron ser muy agradables y entretenidos. No eran la clase de personas con las que había tratado los últimos años en el instituto, así que no sabía muy bien qué me iba a encontrar cuando Danielle me anunció que habían organizado una salida conjunta, pero ahora me alegraba de no haber puesto pegas.

A Marc era al único que conocía un poco más, ya que era asiduo a las fiestas que organizaba en su casa cada vez que su madre se largaba con un nuevo novio. No obstante, el Marc de entonces distaba mucho del Marc que estaba viendo en esos momentos. Pendiente de Andrea, la mejor amiga de Dani y con la sonrisa permanente. Yo recordaba al rebelde que había sido. Al chico problemático cuyas celebraciones siempre terminaban porque aparecía la policía alertada por los vecinos que sufrían desperfectos en sus vehículos o que no podían dormir por el ruido ensordecedor de la música.

La conversación era de lo más interesante, las chicas hablaban sin parar, contando anécdotas realmente graciosas sobre su pasado común. Era fascinante verlas juntas, se notaba que su amistad era profunda y verdadera, Andrea se ganó mi afecto en cuanto noté el cariño sincero con el que trataba a Danielle.

—¿Te acuerdas de aquella vez que Theresa robó un pintalabios en la tienda del señor Ferrars y para que no la pillaran fingiste un desmayo? El pobre señor Ferrars llamó a la ambulancia y a tu padre en cero coma dos segundos, temeroso que te hubiera sucedido algo grave… —contó Andrea riendo de buena gana.

—No te rías —la regañó Danielle—, bastante mal lo pasamos cuando tuvimos que explicarle a mi padre la verdad —comentó con la culpa presente en sus preciosos ojos azules.

—Y tu padre no solo no nos castigó, sino que se echó a reír y nos dijo que eras una actriz consumada. Casi le dio un ataque cuando te vio en la camilla de la ambulancia. El pobre siempre nos ha cubierto las espaldas.

—Tu padre es un buen hombre —comentó Marc—, aunque sea un profesor de instituto.

Me reí, era fácil sonreír entre esta gente. No había dobleces ni mentiras entre ellos, me pregunté cómo hubiese sido mi vida si hubiese nacido en esta época. Seguramente sería como la de ellos, tendría una familia normal y tendría una vida tranquila, e Isabella seguiría con vida, ahora las mujeres tenían más libertad, una libertad que habían conseguido con años de lucha y muchos sacrificios.

—Tío, ¿estás bien? —me preguntó Marc, mientras Andrea y Dani seguían recordando sus historias. Me había perdido en mis propios pensamientos y solo había regresado de ellos cuando la voz de Marc me sacó de allí de un plumazo.

—Sí, muy bien —le respondí con una sonrisa franca.

—Ya sabes como son las mujeres, en cuanto se juntan no hay forma de hacerlas callar —bromeó lo suficientemente alto como para que las chicas se callaran de golpe y se le quedaran mirando con cara de pocos amigos—. Aunque eso sí, si metes la pata te pillan seguro —siguió con su broma mientras miraba a Andrea con cara de niño bueno.

La noche siguió del mismo modo, entre bromas y buenas vibraciones, hasta fui capaz por unas horas de olvidarme de los problemas que había acumulado en mi dilatada existencia, de Mefisto y de la decisión que había tomado de volver a ser el Fausto que dejé en Florencia tras la muerte de mi hermana.

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—Danielle, ¿puedo hablar contigo un momento? —me preguntó Marc cuando ya abandonábamos el restaurante. Vi que Andrea no parecía ni sorprendida ni molesta y supe que fuera lo que fuera lo que quisiera decirme, ella ya lo sabía.

—Por supuesto, Marc —le contesté mientras miraba a Oliver que sonrió amablemente y se alejó charlando animadamente con mi amiga.

—Verás Dani, lo que quiero decirte no es fácil, en realidad sé que no tengo derecho a pedirte lo que voy a pedirte, pero es que la situación se vuelve más delicada por momentos.

— ¿Qué sucede? —pregunté cada vez más nerviosa.

—Se trata de Samuel y de su nueva actitud. Ya no se trata solo de los profesores, ahora es cruel con todo el mundo. Se ha hecho amigo de Gabriel, el tutor de Oliver. Sé que le conociste en mi fiesta, pero ahora que sales con Oliver probablemente le conozcas más… Verás, Gabriel no es una buena influencia, lo sé con conocimiento de causa, ¡créeme! —me abstuve de preguntar la razón por la que estaba tan seguro de lo que decía, me callé porque intuí que era por algo relacionado con su madre y yo sabía lo violento que se sentía cuando alguien abordaba el tema de su progenitora.

—Yo también lo sé y aunque no puedo decirte nada más, tienes que creerme. Las cosas van a cambiar. Gabriel no va a volver a molestar a Samuel, yo me encargaré de ello. Te lo prometo —le dije con profunda convicción.

—No, Dani, no te metas con Gabriel o saldrás perdiendo —me aconsejó—. Lo que quería pedirte, es que hablaras con Samuel, está dolido, aunque sé que a ti te escuchará. Él todavía siente algo muy fuerte por ti.

—Ya lo he intentado Marc —le confesé. Contándole nuestro encuentro en el pasillo y su actitud desangelada.

—Intenta volver a hablar con él —me pidió, afligido por ponerme en esa incómoda situación—. Si esta vez no funciona, no te pediré que lo vuelvas a hacer. Pero es nuestro amigo y tenemos que quemar todas las naves antes de rendirnos definitivamente.

—Te lo prometo —le dije sinceramente.

Al día siguiente por la mañana, quemaría mi última nave con Samuel. Recé para que no fuera una misión suicida.