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Capítulo 20

El mismo día que hablé con Rachel decidí que me merecía al menos un tiempo para disfrutar de mi relación con Oliver sin la constante sombra de mi enfermedad o de mi oscuro destino. Durante un solo día me iba a olvidar de Gabriel, de Samuel e incluso de mí misma e iba a vivir mi momento con él.

Le conté a mi padre mi plan de saltarme todas las clases del miércoles para salir con Oliver y no se opuso. Me miró tan fijamente que estoy segura que pudo leer en mi alma lo que sentía, ya que se limitó a decirme que tuviera cuidado. Como estaba tan comprensivo, me atreví a pedirle las llaves del coche y para mi absoluta sorpresa me las tendió sin rechistar, ni siquiera arqueó una ceja cuando lo hizo.

El punto era que mi padre era muy liberal, me dejaba tomar mis propias decisiones y cometer mis propios errores, incluso me animaba para que saliera más y disfrutara de la vida, pero su actitud abierta desaparecía en cuanto la palabra coche salía en la conversación. Su Bentley era intocable, me había ofrecido varias veces comprarme un vehículo de segunda mano, simplemente para no verse en la obligación de dejarme el suyo. Yo no entendía muy bien la razón, tampoco es que tuviera un Ferrari, su coche era un simple Bentley, eso sí, importado de su amada Inglaterra. Así que cuando aceptó sin rechistar, me sentí la persona más afortunada del mundo. Al menos ese día la vida me sonreía.

El miércoles me levanté más temprano que de costumbre. Me duché, me vestí con unos vaqueros pitillo y un jersey de cuello alto gris, unas botas también grises y mi abrigo. Cogí el bolso, las llaves del coche prohibido y salí por la puerta, dispuesta a llegar a casa de Oliver antes de que saliera para venirme a buscar.

Entré en el garaje y encendí el motor ronroneante del Bentley, sonreí al escuchar la música que empezó a sonar nada más ponerlo en marcha. The Beatles pedían ayuda con mucho ritmo y una perfecta pronunciación, que me arrancó la sonrisa. Apagué el lector de CD y encendí la radio para escuchar el parte meteorológico. Se anunciaban cielos despejados y temperaturas propias para un mes de enero normal en Armony. Faltaba muy poco para mi cumpleaños, y la pregunta que se instaló en mi mente me paró en seco, ¿dónde iba a estar yo para aquel entonces?

Metí el coche en el camino de entrada de casa de Oliver y salí corriendo a su encuentro. Ya que nada más poner un pie en la calle noté el contraste entre la calefacción del vehículo y el frío de la vía.

Tomé nota mental de comentarle a Oliver que el viernes íbamos a salir con Marc y con Andrea, mi amiga me lo había propuesto y me había parecido una buena idea, Marc me caía bien y además quería que Andrea conociera de verdad a Oliver y se olvidara de todo lo que habíamos escuchado de él y que no correspondía con la verdad.

Iba a coger la llave de emergencia que Oliver guardaba dentro del buzón del correo, que se podía abrir sin la llave, cuando la puerta se abrió y me encontré de frente con la persona equivocada.

—Buenos días pequeña —me saludó Gabriel alegremente—. ¿Te has caído de la cama?

—He venido a ver a Oliver —después de decirlo me di cuenta que era evidente que esa era la razón por la que estaba allí a esas horas intempestivas.

—Ya, me imagino que no es a mí a quien vienes a ver —me respondió con ganas de bromas—. Estás en tu casa, Oliver todavía duerme. ¡Disfruta tu día!

—Gabriel —le llamé—, mañana te telefonearé hay un asunto que quiero tratar contigo, no hace falta que te diga que quiero que quede entre nosotros —le pedí. Mi frase había sido lo suficientemente clara para que comprendiera a quién quería ocultárselo.

En sus ojos brilló una mirada especuladora.

—Te refieres a Oliver, acabáis de empezar a salir juntos y ¿ya os guardáis secretos? —se burló, aunque su risa era más enigmática que burlona—. ¡Cuenta con mi silencio!

—¿Qué quieres decir? —pregunté enfadada porque sabía que tenía razón, ocultar era igual que mentir—. Solo necesito que no digas nada.

—Muy pragmática, sí señor. Cada día me gustas más pequeña —y me guiñó un ojo. Sinceramente, si no hubiese conocido nunca a Oliver y jamás hubiese sabido quien era en realidad Gabriel, me hubiera derretido ante el gesto—. Esperaré tu llamada. Has despertado mi curiosidad —y salió por la puerta tan fresco.

Subí al dormitorio de Oliver y me alegró comprobar lo mucho que había cambiado desde la primera vez que había estado allí. Ahora además del ordenador, había una cadena de música, más libros y pilas de CDs amontonadas por el escritorio, además de estanterías que había colgado en las paredes. La mesilla de noche la presidían las fotos que nos habíamos hecho en el fotomatón de la calle Violet Hill.

Intentaba ver con la poca luz que entraba en la habitación los dibujos que adornaban las paredes, cuando dos manos se enredaron en mi cintura y tiraron de mí hasta hacerme caer en la cama con delicadeza.

—Buenos días. Cuando he abierto los ojos y te he visto ahí parada he estado a punto de creer que eras un sueño —sentí sus labios en mi cuello y noté como sus manos me apartaban el cabello de los hombros.

—¿Qué haces? —pregunté demasiado aturdida para pensar en regañarle.

—Voy a hacer realidad el maravilloso sueño que acabo de tener —explicó con sus labios pegados a los míos.

—Me parece perfecto —fue lo único que alcancé a decir antes de perder el hilo de mis pensamientos.

Una hora después desayunábamos en su cocina mientras yo le contaba mi plan de pasar el día fuera de la ciudad, aunque me guardé el lugar al que íbamos a ir, quería que fuera una sorpresa.

—¿De verdad quieres salir? ¿No te parece mejor plan vaguear en casa y ver una película? —preguntó esperanzado de que aceptara—. Incluso te dejo elegir la película y todo —me ofreció.

—Hay un sitio que me gustaría que vieras y alguien a quien quiero que conozcas —le dije sinceramente.

—Eso me recuerda algo —metió la mano en el bolsillo de su pantalón y sacó una cadena de oro de la que colgaba una preciosa cruz, era pequeña, con diminutas perlas sobre ella, se veía a la legua que era antigua y valiosa—. Quiero que la tengas tú —me dijo con los ojos brillantes.

—Es preciosa Oliver, pero no puedo aceptarla —sentía que era demasiado importante para él, no podía aceptar un regalo así.

—Era de Isabella, es lo único que tengo de ella y me gustaría mucho que la tuvieras tú —me dijo mientras se acercaba a mi lado, tomaba mis manos y la depositaba en ellas. Sentí las lágrimas calientes resbalar por mis mejillas, en las últimas dos semanas había llorado más que en toda mi vida.

Oliver me abrazó sin decir nada. Cuando dejé de llorar, pasó la cadena por mi cabeza y me dio un beso en la mejilla.

—Puedes considerarlo un regalo de cumpleaños adelantado si eso te hace sentir mejor —me ofreció sonriendo.

—Eso estaría bien. Un regalo de cumpleaños es algo que puedo aceptar. Los novios se hacen regalos —concedí devolviéndole la sonrisa.

—Perfecto entonces —su sonrisa se volvió más brillante—. ¿Adónde vamos? —sus ojos brillaban de expectación.

—Es una sorpresa y conduzco yo —le expliqué que mi padre me había prestado su coche y que me iba a encargar de llevarle hasta nuestro destino. Vi como abría los ojos como platos y tuve que aguantarme la risa para no ofenderle.

—Creo que deberíamos ir en mi todo terreno —propuso en el último momento.

—Solo si me dejas conducirlo —cedí, dispuesta a que el día también fuera agradable para él.

—Hecho —vi como suspiraba aliviado. Debía de tener las mismas dudas sobre mis dotes de conductora que mi padre. Por lo menos en algo se ponían de acuerdo.

Sacamos el coche de Oliver del garaje y lo cambiamos por el mío. En realidad fue él quien lo hizo, una cosa era que hubiera cedido su puesto de conductor para el pequeño viaje que había planeado y otra que me cediera el puesto de manera indefinida.

Conduje durante casi una hora, dejando atrás la ciudad y pendiente de todas las indicaciones que me hacía Oliver, que si cambia de marcha, que si no corras tanto…

Di gracias cuando por fin llegamos a nuestro destino y estoy segura que él también lo hizo, aunque por motivos completamente diferentes.

Aparqué en el lugar habilitado para tal efecto en el parque natural de Armony, estábamos en pleno invierno y por tanto no era tan espectacular como en primavera, pero aún así tenía muchas ganas de mostrárselo a Oliver.

Tomé su mano y un agradable escalofrío recorrió mi espalda, Oliver tiró de mí y me acercó a su cuerpo, pasó su brazo por mis hombros y caminamos agarrados a través de la puerta que custodiaba la entrada al parque.

—No sabía que hubiera algo así por aquí —comentó asombrado por lo maravilloso que era el lugar.

No habíamos dado ni cinco pasos dentro, cuando el guarda se acercó a nosotros a paso ligero, cuando me reconoció abrió los brazos y sonrió, me separé de Oliver y me lancé a ellos.

—Tío Damon —le abracé feliz de volver a verle.

—Dani, ¿por qué no me has dicho que ibas a venir? Habría preparado mi famosa tarta de manzana que tanto te gusta —el tío Damon era una versión masculina de mi madre, su cabello era rubio como el de ella y al llevarlo más largo que de costumbre, se le rizaba en la nuca y le daba un aspecto más juvenil. Sus ojos eran oscuros, no azules como los de ella o los míos propios, pero en todo lo demás eran muy parecidos.

—Lo decidí en el último momento —le expliqué—. Quiero que conozcas a alguien —dije señalando hacía Oliver—. Oliver este es mi tío Damon, el hermano de mi madre —los presenté.

Vi como Oliver se sorprendía, nunca le había dicho que mi madre tuviera un hermano y mucho menos que viviera tan cerca de mí.

—Encantado —le dijo a mi tío mientras le ofrecía la mano educadamente.

—Igualmente Oliver —le contestó Damon radiante por verme, normalmente era él quien hacía las visitas a casa, el parque había sido el lugar de mi infancia, pero desde que había comenzado a hacerme mayor lo visitaba cada vez con menos frecuencia, ocupada en salir con mis amigos.

Damon sonreía amable pero entonces pareció recordar algo porque su cara se puso muy seria.

—Señorita, ¿vosotros dos no teníais clase hoy? — preguntó con el ceño fruncido.

—Papá lo sabe —le respondí, eso era lo único que calmaría su preocupación.

—En ese caso todo perfecto —me concedió tal y como yo había supuesto—. Por qué no vas a enseñarle a Oliver todo esto, mientras, yo prepararé un poco de té y miraré a ver si queda algo de tarta de manzana en la cocina —se rió complacido cuando vio mi cara de felicidad ante la idea de zamparme una porción de su deliciosa tarta.

—Eso sería perfecto, tío —le agradecí que me diera libertad para enseñarle el lugar a Oliver y que pudiéramos así, hablar libremente.

Tomé su mano y me adentré en el parque, dejando atrás la figura de mi tío, parada al lado de su casa de guarda.

—Aquí fue donde vivió mi madre hasta que se casó con mi padre. Y aquí es donde mi padre y mi tío esparcieron sus cenizas cuando murió —le expliqué a Oliver emocionada.

—Entiendo que sea un lugar especial para ti, gracias por compartirlo conmigo —me susurró mientras se inclinaba y me daba un suave beso en la frente.

Paseamos de la mano y le mostré los lugares más importantes para mí, le conté cómo había sido mi niñez entre especies de plantas protegidas, conejos y demás animalitos que convivían en paz en aquel mágico lugar. Una hora después regresábamos a casa de Damon con las pilas recargadas y la sensación de estar más cerca de mi madre de lo que había estado en mucho tiempo. Sentir que me abrazaba aunque fuera en sueños, había conseguido que hacer este pequeño viaje se convirtiera en una necesidad para mí, quería que ella conociera a Oliver, pero como eso era imposible, opté porque él la conociera a ella.

Mi tío se quedó impresionado con Oliver, le hizo varias preguntas comprometidas para ver cómo reaccionaba, pero se encontró con respuestas serias y templadas propias de un chico maduro y responsable. Me reí internamente, puede que Oliver aparentara solo dieciocho años, pero tenía muchos más, su madurez estaba más que probada.

Cuando llegó la hora de marcharse, Oliver me abordó con mucho tacto.

—Bueno cariño, has conducido tú al venir, y yo he estado lo suficientemente atento como para poder regresar conduciendo yo mismo sin problemas. Seguro que estás cansada, no hemos parado de andar…

Me eché a reír, ¿de verdad conducía tan mal? No era algo para tomarse a risa que tu novio temiera que pudiera sucederle algo si eras tú quien estaba al volante, o que tu padre no se fiara de que acabaras destrozando su querido Bentley de importación, pero la cara de Oliver era tan cómica mientras trataba de decirme lo que pensaba sin herir mis sentimientos, que no pude más que sonreír y aceptar su propuesta. En realidad y aunque lo negaría todas las veces que hiciera falta ante él, si que estaba cansada, agotada más bien.

Me despedí de mi tío, después de prometerle que volveríamos muy pronto. Damon era un hombre solitario, nunca se había casado y aunque era una elección propia, pensé que debía de ser duro vivir solo tanto tiempo y tan aislado de la gente, la casa más cercana estaba a cuarenta y cinco minutos en coche.