Después de hablar con Rachel retomé mis clases con relativa normalidad. Como no quería que Oliver se enterara de mi escapada a primera hora y, principalmente, de la razón por la que había ido a buscar a Rachel, fingí que todo era normal y que no me preocupaba lo más mínimo mi situación.
Las dos primeras clases a las que asistí fueron bastante normales. En lengua inglesa nos presentaron al profesor sustituto, que si bien parecía agradable, estaba muy despistado incluso para ser su primer día.
Mis compañeros eran chicos normales, por lo que se rieron un poco de su despiste pero nada grave. La actitud de Samuel con él fue mucho más desagradable, en uno de los descansos entre clase y clase en que Marc vino a ver a Andrea y estar con nosotras, apareció con la cara lívida. En seguida nos preocupamos porque parecía enfermo, sin embargo comprendimos su estado cuando finalmente nos contó lo que había sucedido. Mientras el profesor Greene, el sustituto que acabábamos de conocer, escribía su nombre en la pizarra y sus alumnos se reían disimuladamente al ver como con cada letra que garabateaba perdía la tiza, Samuel le había lanzado una pelota del papel de aluminio del bocadillo, el problema es que dentro había una piedra.
Cuando el profesor pidió explicaciones, se puso en pie sin más y declaró que había sido él. Ante la insistencia del señor Greene por conocer el motivo de su acción, se limitó a responder que era un simple sustituto y que no tenía porque justificarse ante él. Dicho esto abandonó la clase, dejando al profesor y a sus compañeros estupefactos.
Marc no había vuelto a verlo desde entonces, llevaba dos asignaturas a las que no había asistido.
Me llevé las manos a las sienes, un dolor de cabeza repentino me impedía pensar en nada, por primera vez en mi vida, me compadecí de mí misma.
Una clase antes de comer, mientras iba camino de mi taquilla para cambiar de libros, me di de bruces con Samuel, iba a disculparse cuando se dio cuenta que era conmigo con quien había chocado.
—Eres tú —dijo simplemente, sus ojos ya no eran amables, sino gélidos y distantes.
—Samuel, tenemos que hablar —le pedí, aliviada de que por fin me hablara. Después de lo que me había contado Marc, era urgente que tuviéramos una conversación.
—Danielle, no creo que tú y yo tengamos nada que decirnos la verdad, pero tú dirás —me lastimó su actitud, nunca había sido una persona cruel, siempre había sido dulce y encantador con todo el mundo. Si no hubiese sido Marc quien me contó el incidente con el profesor Greene, nunca lo hubiera creído.
—¿Qué te ha pasado? ¿Por qué me hablas así? —pregunté molesta por el modo en que se dirigía a mí.
—¿No lo sabes? Bien pues te lo cuento. Resulta que llevo colgado por una chica cuatro años y cuando por fin la chica parece que también siente algo por mí, cuando por fin me besa, me deja tirado por un tipo que se ha pasado toda la vida ignorándola. Eso es lo que me ha pasado —me dijo con los ojos brillantes de humillación y dolor ¿o era rabia?
—Las cosas no fueron, así. Hay mucho que no sabes —le dije suplicante, intentando que me diera tiempo para explicarme—, déjame contarte la verdad.
—La verdad. Dirás tu verdad, no la mía. La verdad es que no eres quien creía que eras, y ya no me importa. Tengo amigos que me valoran, no como tú, que solo me has utilizado todo este tiempo —me recriminó. Supe que esas palabras no eran suyas, que Gabriel ya había empezado con su plan y comprobé que iba por muy buen camino.
—Tus amigos, como tú los llamas, no son buenas personas Samuel. Gabriel no es lo que parece, de hecho es mucho peor de lo que puedas llegar a imaginar —abrió los ojos sorprendido cuando pronuncié el nombre de su nuevo amigo.
—Claro, no había caído —comentó irónico—. Gabriel es el tutor de Oliver y como no le permite hacer todo lo que le da la gana, pues por eso te ha puesto en su contra. ¿Sabes, Danielle? La equivocada aquí eres tú. Oliver no es lo que parece y cuando se haya cansado de ti, te hará lo mismo que le ha hecho a Theresa. Te dejará sin volver la vista atrás, y cuando llegue el día, hazme un favor y no me busques —y dicho esto, se dio la vuelta y se marchó sin dedicarme una última mirada o dejarme hablar.
Mi breve encuentro con Samuel fue el que me decidió a seguir al pie de la letra las instrucciones de Rachel, a pesar de sus distancias y de mi incomodidad cuando estaba con ella, comprendía que Rachel era la única que sabía cómo hacerle frente a Gabriel.
Desde que recogí a Dani en su casa, como cada día, para ir a clase, sentí que algo era diferente. No sabría decir qué era exactamente, quizás su aire ausente, con la mirada perdida en el paisaje o tal vez que cuando entró en el coche se olvidó de darme un beso.
Me pasé todo el camino a clase, pendiente de la más mínima variación en sus sentimientos. Mi don solo era efectivo ante sentimientos fuertes, como el deseo, la pasión, la ira… Danielle se mantenía en un nivel al que no lograba llegar. En algún momento llegué a preguntarme si lo hacía deliberadamente, pero descarté la idea. No había ningún motivo para que lo hiciera.
Cuando la acompañé a clase, parecía impaciente, aunque a parte de eso no pude notar nada más significativo. En clase de francés me pasé la hora dándole vueltas a una idea, que sabía que era poco ortodoxa, pero que quizás me permitiera mantener a Danielle a salvo.
Tres segundos después que sonara la sirena del cambio de clase, yo ya estaba saliendo por la puerta, dispuesto a olvidarme de mis principios por ella.
Conduje a toda velocidad por las calles de Armony, impaciente por llegar a mi casa y encarar a Gabriel. Crucé los dedos e incluso estuve a punto de rezar pidiendo ayuda al cielo para que hiciera que estuviera en nuestra casa. Hubiese resultado irónico que después de tantos años, rezara pidiendo ayuda divina y más aún que me hicieran caso.
Aparqué de cualquier manera, las multas por estacionar inadecuadamente el vehículo eran lo que menos me preocupaba en ese momento, necesitaba regresar antes que Dani se diera cuenta que me había ido. En cada cambio de clase nos veíamos unos segundos, cuando íbamos a nuestras taquillas a cambiar los libros. Tenía que estar allí cuando el profesor abandonara la clase.
Entré en casa con la clara determinación de proteger a Danielle a cualquier precio, era lo único que importaba, mi alma ya estaba condenada, ahora todos mis esfuerzos serían por salvar la suya.
Gabriel estaba esperándome sentado en el taburete de mi piano. No tenía la certeza de saber que me esperaba, pero su actitud altiva y expectante, me hacía sentir que así era. Me había calado como a un principiante.
Ni siquiera le saludé, simplemente expuse mi oferta, si me lo pensaba una vez más quizás terminara por echarme atrás.
—Pongo a tu servicio mi don si dejas de acosar a Danielle —lo dije de un tirón, sin apenas respirar—. Tocaré para ti —volví a ofrecerle.
—Una propuesta interesante, que sin duda tengo que meditar —me respondió con sus ojos de gato fijos en los míos, en busca de más información que poder usar contra mí. Al tiempo que su rostro carecía de expresión, así no me mostraba sus cartas.
—¿Qué tienes que pensar? —pregunté irritado, al ver que mi plan no era tan efectivo como había esperado.
—Querido Fausto, ya deberías conocerme después de tanto tiempo juntos. Nunca tomo decisiones a la ligera. Al contrario que tú, yo medito bien cada paso que doy. Y ese es el secreto por el que yo estoy cada vez más cerca de mi objetivo y tú estás doblemente condenado —le miré sin comprender el sentido de su última frase—. ¿No sabes a qué me refiero? —ronroneó sarcástico—. Has perdido tu alma y ahora vas a perder a la persona a la que amas. No me mires así, si no soy yo, se la llevará el ángel de la muerte, en cuyo caso también la perderás. Al menos conmigo seguirá viva y a tu lado. ¿No te parece que mi oferta es la mejor? —me dijo ofreciéndome una salida que yo no estaba dispuesto a tomar. Supe en ese instante que le había dado la vuelta a mi propuesta para que solo le beneficiara a él.
—Estás disfrutando como nunca —le acusé. Sus ojos brillaron con algo parecido a la indignación. El chispazo solo duró un segundo, lo justo para que yo lo viera.
—En realidad no. Danielle me cae bien y eso es mucho más de lo que puedo decir de nadie —recalcó las últimas palabras para que me diera por aludido. No pude evitar sonreír, Gabriel a veces resultaba demasiado desconcertante hasta para mí, que lo había visto todo, y además varias veces.
—No sé por qué. Pero te creo —le dije mientras me marchaba, estaba cerrando la puerta de casa cuando le escuché gritar.
—Estudiaré tu propuesta con el interés que merece.