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Capítulo 18

Si tenía alguna posibilidad, sin duda era con la ayuda de Rachel. Me levanté la mañana siguiente a mi encuentro con Oliver en pijama con esa sensación, después de un sueño en el que hablaba con mi madre y ella me recomendaba que le pidiera ayuda a ella.

Al parecer la conversación que había tenido con Andrea sobre mi madre se había quedado grabada en mi cabeza y cuando me dormí se filtró en mis sueños para aconsejarme como hacían todas las madres con sus hijos.

Era la mujer que nunca había conocido, la que había visto en las fotos que guardaba mi padre como un tesoro o en los videos caseros que habían grabado durante su embarazo, temiendo que pudiera pasar lo que finalmente pasó, que nunca pudiéramos estar juntas.

Amelia Collins era tan hermosa en mi sueño como en los recuerdos que me había forjado de ella a través de, sus cosas o de lo que me habían contado mi padre y tío Damon.

Supe que era un sueño en cuanto la vi, llevaba el cabello dorado suelto por los hombros y me miraba con el cariño y el amor que había visto en las madres de mis amigas, un amor del que yo nunca pude disfrutar.

Antes de que pudiera articular ningún sonido inteligible, se acercó a mí y me abrazó con ternura, y al mismo tiempo con fuerza, como si temiera que fuese a escaparme si no lo hacía.

—Hola cariño, tengo poco tiempo para estar contigo. Necesito que escuches todo lo que voy a decirte —notaba sus manos acariciando mi pelo con suavidad—. Busca a Rachel y pídele ayuda, ella te dirá lo que tienes que hacer. Pero por sobre todas las cosas, confía en ti misma y en tu criterio. Te quiero cariño, estoy muy orgullosa de ver la persona en la que te has convertido —me dijo con la voz entrecortada por el llanto que ella también retenía en su garganta.

—Mamá —fue lo único que pude decir antes de echarme a llorar. Era la primera vez que podía usar ese apelativo dirigido a su persona. En ese momento se mezclaba en mí, la felicidad por estar entre sus brazos y la tristeza que sentía al saber que no era real, que de un momento a otro despertaría y volvería a estar sola con mi padre, como había sido siempre.

Ella siguió abrazándome mientras yo dejaba libres las lágrimas que había acumulado durante mis casi dieciocho años sin ella.

Cuando desperté y vi la almohada húmeda, comprendí que había llorado de verdad mientras dormía.

Me levanté de la cama con las pilas cargadas, dispuesta a jugar mi última baza, aunque para ello tuviera que dejar al margen a Oliver, no estaba dispuesta a implicarlo y crearle más problemas de los que ya tenía con Gabriel.

Llegamos juntos al instituto y como siempre me acompañó a la puerta del aula, esperé allí hasta que se perdió de vista camino de su clase de literatura, crucé los dedos y me encaminé a la biblioteca en busca de Rachel, esperando que con un poco de suerte la encontraría entre los libros de arte como la última vez que nos vimos.

Cuando entré en la silenciosa biblioteca del instituto, vi que alguna de las clases de los novatos tenía hora de estudio, porque había varias mesas a rebosar de alumnos de primer curso. La bibliotecaria me miró cuando entré y me puso mala cara, al parecer recordaba mi poco entusiasmo por Cumbres borrascosas o tal vez pensó que mis zancadas hacían demasiado ruido al caminar. Me esforcé por ser lo más silenciosa posible, ya que no estaba dispuesta a cambiar mi opinión sobre la novela y me adentré en el mar de estanterías, dispuesta a buscar la sección de arte.

—Te estaba esperando —me dijo Rachel, mientras se separaba del estante en que estaba apoyada.

—¿Y eso? —pregunté sorprendida, su actitud ya no era tan distante como la última vez que hablamos, ahora parecía casi amable e incluso sonreía cuando me respondió.

—¿No tuviste un sueño anoche? —su sonrisa se volvió enigmática, aunque seguía ahí. Las rodillas amenazaron con no sostenerme.

—¿Qué sabes tú de eso? —pregunté alzando la voz más de la cuenta, lo que me valió otra mirada airada de la bibliotecaria modelo, que iba con su silencioso carrito recolocando los libros que los alumnos habían devuelto del préstamo.

—Yo lo sé todo. Y no me preguntes nada, porque es todo lo que te voy a decir al respecto —la sonrisa que me había sorprendido unos segundos antes, había desaparecido por completo de su rostro, dejando en su lugar su inexpresiva mirada.

—No me caes muy bien cuando haces eso —le expliqué molesta por su actitud de no contesto más preguntas. Para mi sorpresa, no se lo tomó a mal sino que se echó a reír sinceramente.

La bibliotecaria volvió a lanzarnos una mirada asesina, lo que hizo que Rachel me cogiera por el codo y me sacara de allí a toda prisa.

—¿Adónde vamos? —pregunté impaciente. Me había saltado la clase de literatura únicamente para hablar con ella y lo que menos me apetecía era hacer un recorrido turístico por el instituto.

—Ya lo verás —me respondió con su habitual tono de voz.

Silenciosamente la seguí. Subimos hasta el tercer piso y al llegar a él torció a la izquierda y abrió una puerta diminuta en la que yo nunca me había fijado. Me extrañó que tuviera la llave pero no dije nada. La puerta llevaba a unas nuevas escaleras, esta vez más viejas y empinadas. Cuando terminamos de subir, llegamos a una zona abierta en la que había colgados miles de dibujos al óleo o en carboncillo, algunos atriles y varios botes de pintura, también había una especie de horno del que emanaba un agradable calor. Rachel siguió mi mirada y antes que pudiera interrogarla por el tema, contestó a mis cuestiones no formuladas.

—Es un horno para la cerámica. Bienvenida al hogar secreto de los estudiantes de arte del instituto Armony —sus brazos abarcaron el lugar mientras hablaba.

—Sí que es secreto, jamás hubiese imaginado que existiese un lugar así en el instituto. Incluso se está calentito —le comenté intentando romper el hielo transparente de su mirada.

—Eso que hay ahí —dijo señalando una puerta en la pared de la derecha—, es la sala de calderas. Es por esa razón que el horno fue instalado aquí arriba —me explicó amablemente.

—Un sitio maravilloso —comenté impaciente—, aunque no es a hablar del edificio a lo que he venido esta mañana —le dije muy seria. Consciente que tenía que presionarla si quería que me contara lo que yo había ido a descubrir.

—Lo sé. Ya te dije que lo sabía, ¿es que acaso no escuchas cuando la gente te habla? —preguntó ofendida. Rachel era la chica más irascible y bipolar que había conocido nunca.

—¿Y tú no eres muy borde para ser un ángel? —le repliqué con toda la mala leche que esa mujer me inspiraba.

—Nunca dejas de sorprenderme. Pero supongo que tienes razón —concedió con un toque de humor en su voz.

—Entonces, ¿me lo vas a contar? —la insté demasiado impaciente y enfadada como para mantener el tono cortés.

—Hay poco que contar. Lo único que importa en estos momentos es cómo lo vas a hacer para evitar que Gabriel utilice a tus amigos para llegar a ti —me quedé parada cuando comprendí que realmente esa chica de aspecto oscuro sabía mucho más de lo que parecía a simple vista. En lugar de extrañarme porque fuera un ángel, yo me preocupaba porque estuviera tan bien enterada de todo, parecía que mi cerebro estuviera sobrecargado con tanta información nueva e increíble.

—Creo que va a usar a Samuel para manipularme, los vi juntos y creo que ahora son buenos amigos, al menos eso es lo que cree Samuel —le expliqué.

—Ya te he dicho que lo sé. La pregunta es, ¿hasta dónde estás dispuesta a llegar para salvarles? Primero será Samuel, pero detrás irán todos los demás —su mirada transparente se clavó en mí con tanta fuerza, que sentí como si me estuviera invadiendo, como si fuera capaz de conocer mis pensamientos. Rompí el contacto visual y la sensación desapareció con la misma rapidez con la que había surgido.

—¿No eres un simple ángel, verdad? —inesperadamente supe que Rachel era mucho más de lo que parecía. Su silencio me molestó tanto que levanté la voz—, ¿no crees que tengo derecho a saberlo?

—No lo soy —respondió únicamente, con la expresión inalterada.

—¿Me vas a hacer preguntártelo verdad?

—Sabes que no puedo mentir, y sabes que tampoco puedo contestar a todas tus preguntas, así que piensa bien cómo vas a formularla. Si haces la pregunta equivocada te quedarás con la duda —realmente era exasperante hablar con ella, decidí.

—De acuerdo —dije más para mí que como respuesta a su comentario—. ¿Qué clase de ángel eres? ¿Cuál es tu misión en la tierra?

Rachel frunció el ceño ante mis preguntas. Recé mentalmente para que contestara y vi como sus labios dibujaban una nueva sonrisa. Sin duda era capaz de leerme la mente, me dije. La pregunta era si solo podía hacerlo conmigo. Si pudiera meterse en la mente de Gabriel podríamos desbaratar sus maquiavélicos planes.

Rachel negó con la cabeza contestando a la pregunta que había estado pensando y abrió los labios para contestar a la que había formulado en voz alta.

—Ahora soy un principado, somos los mensajeros de Dios y somos los encargados de dirigir a las legiones del cielo en su eterna batalla contra los hijos de las tinieblas. ¿Alguna pregunta más? —interpeló irónica.

—Sí, ¿qué eras antes? ¿Por qué estás aquí? Sin duda eres un ángel de categoría, ¿por qué persigues a un simple soldado como Gabriel?

—Estás tentando tu suerte —me dijo enfadada, tanto que creí que esta vez no iba a contestarme, pero lo hizo, aunque pasó por alto mi primera pregunta—. Lo que hay entre Gabriel y yo es un asunto personal, que tengo que resolver antes de poder volver a donde pertenezco.

—¿Por eso vas a ayudarme? —pregunté muy seria, era evidente que su deseo de ayudarme iba más allá de ser una simple responsabilidad o un deber.

—Voy ayudarte porque es mi obligación —le faltó mencionar lo poco que le gustaba la idea—. Aunque tendrás que confiar en mí totalmente y sé que el hecho que sea un ángel no es suficiente para ganarme tu lealtad. Aun así vas a tener que dármela si quieres que me moleste en ayudarte.

—Me parece justo —otorgué a regañadientes. Vale que fuera el primer ángel que conocía y probablemente el único que conocería en toda mi vida, pero también era arisca, antipática y un poco rara. No se parecía en nada a la imagen que la televisión, el cine o la literatura me había inculcado de los ángeles. Aunque sobre todo, se alejaba billones de años luz de la imagen que la religión había dado de ellos.

Era hermosa de una manera oscura, su pelo no era dorado, sino negro como la noche y su cuerpo no era anodino ni asexuado, sino que era delgada aunque voluptuosa.

Ni su mirada era misericordiosa o compasiva, sino fría y distante, sentía como si me mirase a través de lo que sus ojos habían visto a lo largo de los años, tal vez siglos.

—Lo primero que debes saber es que Mefistófeles jamás se va a dar por vencido hasta que consiga lo que quiere de ti. Así que lo mejor es que tú misma se lo ofrezcas —me propuso con toda la tranquilidad del mundo. Me pregunté si eso era lo que había hecho ella.

—¿Estás loca? ¿Entonces para qué narices te necesito? —grité asustada por sus propuesta, qué clase de ayuda me brindaba si lo que me pedía era que me ofreciera en bandeja al enemigo.

—Te he dicho que tenías que confiar en mí, y a la primera palabra que pronuncio te molestas y me juzgas, esto es inútil —gruñó mientras se daba la vuelta para marcharse dejándome allí sola. Entré en pánico.

—¡No te vayas! —le pedí mientras la agarraba por el brazo con todas mis fuerzas intentando retenerla—. Dame otra oportunidad, por favor —le rogué apelando a su condición celestial.

—Está bien. Pero tienes que hacer todo lo que te diga sin rechistar, punto por punto. Es crucial que lo hagas así —resaltó la última frase, alzando la voz y alargando y separando las sílabas.

—De acuerdo —le concedí, completamente dispuesta a cumplir con mi parte.

—Ya te he dicho que lo importante son las palabras y cómo las uses, en ellas reside la clave del mundo. Ya sabes, in principio erat verbum.