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Capítulo 17

Tener novio era una nueva experiencia para mí, aunque al mismo tiempo no quería que eso afectara a mi amistad con Andrea, y aunque ella estaba en la misma situación que yo con Marc, habíamos decidido organizar una tarde solo de chicas en mi casa.

Los sucesos de la mañana no es que hubieran contribuido a alegrarme el día, sin embargo estar de nuevo con Andrea, me ayudaba a alejar de mi mente ciertas historias que inesperadamente habían invadido mi apacible vida y la habían transformado en el caos que era ahora.

El hecho que Oliver se fijara en mí, había atraído la atención de Gabriel y en una ciudad pequeña como Armony no había secretos y mucho menos si estos eran tan morbosos como mi enfermedad y la muerte de mi madre. Gabriel había dispuesto de toda la información que precisaba sin recurrir a mi novio, que por supuesto no estaba dispuesto a contarle nada.

Esa misma mañana mientras íbamos a clase, le pregunté por lo que había hecho que volviera a hablarme y me quedé absolutamente sorprendida cuando Oliver me confesó que lo que había hecho que bajara sus defensas conmigo fue escucharme cantar. Me sentí halagada porque fuera así. Mi padre contaba que el sueño de mi madre siempre había sido cantar, si su enfermedad se lo hubiese permitido, seguro que hubiese triunfado en la música.

Dejé mis pensamientos para cuando estuviese sola y volví de regreso a mi dormitorio con mi mejor amiga, divagando sobre lo increíble que era Marc y lo bien que besaba.

—El primer día que salimos, me quedé sorprendida ¿sabes? —no siguió hasta que hice un gesto de negación con la cabeza—. No me esperaba que durante el tiempo que hemos sido solo amigos se haya fijado tanto en mí.

—Cómo puedes decir eso si estaba colgado por ti desde el parvulario —la acusé riéndome—. ¿Qué esperabas? —me miró con el ceño fruncido.

—No me refiero a eso y lo sabes. Quiero decir que me sorprendió que prestara atención a las cosas que he dicho. Ya sabes que hablo mucho, pero él recordaba cosas como por ejemplo que las fresas me dan alergia o que odio a morir el queso. No sé, esa clase de detalles.

—Supongo que ya lo sabéis casi todo el uno del otro —le dije sonriendo, al comprobar lo ilusionada que estaba mi amiga. Marc y Andrea eran como Samuel y yo, lo conocíamos todo del otro, razón por la que resultaba sorprendente que descubriéramos algo desconocido en el otro. En mi caso la sorpresa había sido desagradable, la actitud de Samuel conmigo, me había trastocado profundamente. Me alegraba que el caso de Andrea fuera más alentador.

—En realidad no, y eso es lo que más me gusta. El viernes descubrí que es más inteligente de lo que parece, que sabe escuchar y que besa de maravilla —dijo mientras rompía a reír al ver mi sonrisa burlona.

—Sinceramente me has pillado, no me esperaba esa respuesta —le dije mientras me unía a sus risas.

—Lo que quiero decir, es que siempre hay algo nuevo en Marc que me sorprende y eso es bueno, me hace tener más ganas de estar con él. Es un chico muy sensible y la actitud de su madre le ha hecho mucho daño. Necesita a alguien como yo, para que le aconseje y le cuide, ahora tú ya no me necesitas tanto, tienes a Oliver, que por cierto pone cara de tonto cada vez que te mira. ¡Quién lo hubiera dicho! —ahora le tocaba el turno a ella de reír.

—¡Serás malvada! —me quejé

—¿Y por qué lo soy exactamente? ¿Por decir que pone cara de tonto? ¿O porque me haya sorprendido su amor por ti? —preguntó la muy bruja.

—Por las dos cosas —le contesté muy digna—. Aunque supongo que lo segundo me ha molestado más. Porque en realidad yo tampoco pensé que alguna vez pudiera pasar.

—Parece que esta vez Theresa ha sido la más lista de las dos, porque ella le caló a la primera —me dijo mientras atacaba su segundo donut de chocolate. Me eché a reír, a pesar de todo, su comentario me hizo gracia.

—¿Echas de menos a tu madre? —preguntó repentinamente.

—Siempre, pero últimamente más. Hay muchas cosas que me hubiera gustado contarle — sobre todo ahora, pensé. Me hubiese encantado escuchar su opinión sobre Oliver, algún consejo…

—Seguro que tu madre no era como la mía —se quejó Andrea malhumorada—, tiene cara de haber sido enrollada —dijo mientras miraba la foto que tenía puesta encima de mi mesilla de noche.

—Tu madre es encantadora y muy amable —la regañé yo ante sus protestas—, no sé cómo puedes quejarte de ella con lo buena persona que es.

—Eso lo dices porque no tienes que vivir con ella. Quiere saber demasiadas cosas. Y ahora que sabe que salgo con Marc, más todavía —lanzó un largo suspiro exagerado de resignación.

—Yo de ti no me quejaría, si no la tuvieras la echarías de menos —le expliqué intentando sonreír o al menos sonar menos triste—. Pero bueno, tengo la suerte de tener un padre tan maravilloso como el mío, así que no me puedo quejar —y esta vez mi voz sonó natural, no hubo necesidad de ocultar mi pena.

—Cierto, no te puedes quejar, y mejor no lo hagas. Paso de empezar a protestar por el reparto de padres, lo mío es mala suerte —concluyó—. Hablemos de cosas más agradables —me propuso mientras se comía el último Donut de chocolate, sonreí interiormente, era la primera vez que veía a Andrea comer tranquilamente sin preocuparse de engordar, era increíble lo que había conseguido Marc en menos de una semana.

Varias horas después estaba tumbada en mi cama y en pijama. Iba a ponerme a leer cuando sonó mi móvil, enseguida salté de la cama a por él, sabía que era Oliver porque sonaba la melodía que le había asignado.

—Hola —dije soñadora.

—Hola, ¿estás visible? —la pregunta consiguió descolocarme.

—Voy en pijama, ¿por qué? —su voz sonaba divertida y con un toque de picardía que me hizo pensar en las motitas doradas de sus ojos verdes.

—Estoy en la puerta de tu casa. Pasaba por aquí y he pensado que quizás podías salir aquí conmigo un ratito —me propuso esperanzado.

—¿Por qué no entras tú? —interrogué algo descolocada por su propuesta. La idea de salir en pijama no terminaba de convencerme.

—¿Está tu padre en casa? —su voz sonó muy sería.

—Sí, claro. Estará haciendo la cena y escuchando algún programa de radio en el que pongan música clásica o algo por el estilo —le comenté todavía sin captar la conexión entre su pregunta y el que yo saliera de casa.

—Pues por eso. Si entro no podré hacer lo que deseo hacer desde que te fuiste con Andrea esta tarde —la picardía volvió a irrumpir de nuevo en su voz, sentí un cosquilleo en la nuca.

—¿Y qué es? —pregunté aún estando bastante cerca de intuir la respuesta.

—Besarte, por supuesto.

—¡Dame dos minutos! —exclamé. Colgué el teléfono y corrí a ponerme unos zapatos y un chaquetón para salir a la calle.

Bajé las escaleras, todo lo rápido que pude y pasé por alto la sonrisa burlona de mi padre por mi atuendo y mis prisas. Aún no habían pasado los dos minutos cuando yo ya estaba dentro del todoterreno lanzándome a los brazos de Oliver que me sonreía divertido por mis pintas.

—No te rías. Si lo haces no te besaré —le avisé.

—Estás preciosa —me dijo con la voz ronca.

—No es verdad, pero me encanta que me lo digas —le confesé feliz de pasar otro momento a su lado.

Soy una chica afortunada, pensé mientras sentía sus manos pasearse por mis costillas. Había conocido el amor y cuando hiciera recuento de mi vida, esta experiencia haría que la balanza se decantase y que pudiera decir que había sido feliz.

Cuando pudo dejar de besarme, yo estaba casi sin respiración.

—Eres preciosa —me dijo con los ojos brillantes de deseo.

—Prefiero tu otra manera de decírmelo. Suena más sincera —bromeé con el corazón acelerado por sus besos y sus caricias.

—Genial, yo también —replicó y volvió a besarme, esta vez más despacio, saboreando el momento.