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Capítulo 15

Me pasé el fin de semana prácticamente en casa de Oliver. Por alguna razón que no logramos determinar, Gabriel no apareció por allí, lo que hizo que pudiéramos disfrutar tranquilamente y sin sobresaltos de nuestro tiempo juntos. Charlamos y nos conocimos en dos días, más de lo que lo habíamos hecho en los dos años que nos conocíamos.

El único momento que estuvimos separados fue el ratito que pasé el sábado con Andrea para contarle lo que había pasado con Oliver, no quería que mi mejor amiga se enterara por los chismes de la gente y para escuchar a su vez, los detalles de su cita con Marc. Una cita que yo había anhelado casi tanto como ella.

Estábamos tomando un café en una pequeña cafetería a la que asistía gran parte del instituto, cuando Theresa entró seguida por su pequeño séquito.

Fue entonces cuando recordé que tenía mucho que contarle a mi amiga, empezando por la confesión que me había hecho Theresa en el cuarto de baño del instituto o la agresión que había sufrido cuando intenté marcharme.

La mirada de Andrea era siempre melancólica cuando Theresa aparecía, yo sabía que de las dos, ella era la que más la echaba de menos. Las tres habíamos estado muy unidas y Andrea siempre había sido la más responsable de las tres. Cuando Theresa se buscó nuevas amigas, Andrea fingió que no le importaba para evitar que me sintiera mal, pero nunca consiguió engañarme. Creo que necesitaba sentir que había alguien más con nosotras, que cuando yo me fuera habría alguien que sería capaz de entender a la perfección su dolor. Yo sabía que Theresa no era esa persona. Nunca supe qué era lo que iba mal, pero sí que notaba su afán de protagonismo y sus celos sin sentido.

—¿Te acuerdas que el jueves no volví a clase después de comer? —le pregunté mientras le daba vueltas a mi café descafeinado.

—Sí, claro. Te llamé y me dijiste que no te encontrabas muy bien y que por eso estabas en casa.

—Y así era, lo que no te dije fue por qué no me encontraba bien —le dejé caer mientras dirigía una mirada a la mesa en la que Theresa parloteaba con sus amigas.

—Me estás asustando, ¿qué pasó? ¿Y qué tiene que ver Theresa en eso? —preguntó. Tal y como había supuesto se había dado cuenta del significado de mi gesto, se apartó nerviosa el flequillo de la frente, impaciente por conocer la historia.

—El jueves cuando volví a por el pañuelo de mi madre, me encontré con ella cuando iba camino de clase y prácticamente me arrastró hasta los baños de la planta baja. Una vez allí, me exigió que dejara de hablar con Oliver, más bien me dijo que no me acercara a él y dio a entender que él la había dejado por mi culpa —la cara de Andrea pasó de la palidez al rojo ira en cero coma dos segundos—. Y me confeso algo… Algo que pasó hace mucho tiempo.

—¿Qué, ¡por Dios!? —la sutileza nunca había sido una de sus mejores cualidades, porque hizo la pregunta casi saltando en la silla de la impaciencia.

—Oliver nunca le dijo que dejara de ser nuestra amiga, se lo inventó para justificar su actitud con nosotras. La razón por la que lo hizo, es por algo que te he ocultado durante dos años. No te lo conté por vergüenza… —respiré profundamente, ya no estaba avergonzada, ahora me sentía tonta y muy culpable por no habérselo contado antes a mi mejor amiga—. Oliver me besó el día que nos conocimos y después pasó de mí. Theresa nos vio y decidió sacarme de la ecuación —Andrea permaneció callada sin decir nada, me preocupaba que no entendiera mi silencio, porque en ese instante, ni yo misma lo hacía—. ¿No vas a decir nada? —pregunté al cabo de varios segundos de mirarnos calladas.

—¿Qué quieres que diga? —preguntó tan tranquilamente que temí que la tormenta estallara en cualquier momento.

—Dime que entiendes que no te lo contara, dime que no estás enfadada y por favor, no me mientas, necesito que sea verdad —le pedí con el corazón en un puño.

—No estoy enfadada, no termino de entenderlo, pero estoy dispuesta a intentarlo si me lo cuentas todo —concedió. Di gracias al cielo que su cita con Marc hubiese sido un éxito, la Andrea que yo conocía, no se hubiera tomado con tanta calma algo como lo que acababa de confesarle.

—Cuando él me besó yo pensé que era porque le gustaba, que me pediría salir y que estaríamos juntos. Ya sabes las tonterías que nos poblaban la cabeza con quince años… Pero cuando lo volví a ver, era novio de Theresa y según ella, él le había pedido que dejara de vernos. Me dio vergüenza contarte lo tonta que había sido, además quería borrar el recuerdo de mi cabeza, por eso nunca te lo dije.

—Entiendo que te diera cierto reparo contármelo, pero tú eres mi amiga, más que eso, mi hermana, yo nunca te hubiera juzgado, ni me hubiera burlado de ti. Me duele que pensaras que podría actuar de ese modo contigo —intenté replicar a sus palabras, no se trataba de eso. Era más un asunto personal, que porque creyera que iba a pasar lo que Andrea comentaba. Pero no me dejó hacerlo y siguió hablando—. En cuanto a Theresa, se merece que le den un buen escarmiento. ¡Qué engañadas nos tenía! Es una víbora. Es peor que una víbora —recapacitó—. Al menos con ellas sabes que te juegas la vida. Con Theresa no te lo esperas —las dos reímos ante su explosión de mal genio. Esta chica enfadada que se quejaba de las injusticias y las mentiras, sí que era mi amiga. No la que se quedaba callada y aceptaba las traiciones sin inmutarse.

—¿Y qué tal tu cita? —pregunté cuando por fin pude dejar de reír.

—Chica lista, pero hoy no cuela. Cuéntame tú la tuya y después te cuento yo la mía —me propuso. No pude negarme, estaba tan agradecida que fuera mi amiga y que me hubiera perdonado sin rencores, que acepté la propuesta sin rechistar.

—Vale —dije sacando pecho. No tenía la más remota idea de cómo contarle todo lo que había pasado, pero esta vez no iba a mentirle—. Estuvimos en su casa. En su dormitorio, charlamos y nos conocimos mejor… —enrojecí y no supe dónde posar la mirada.

—Danielle Amelia Collins, dime que no pasó lo que me ronda ahora mismo por la cabeza —me pidió sonriente y estupefacta al mismo tiempo.

—No puedo, sería una mentira —admití—, y le he jurado a mi hermana no volver a hacerlo jamás —le contesté intentando desviar su atención, algo que evidentemente no funcionó.

—Cuéntamelo todo y no omitas ningún detalle, bueno, mejor guárdate alguno —me exigió acercándose más a mí, para que la conversación fuera lo más privada posible en aquel lugar.

Durante unos pocos minutos, que para mí fueron horas, le conté lo que se podía contar de mi primera experiencia con Oliver. Que había sido maravilloso y muy tierno conmigo, y que estaba loca por él, algo que por su expresión deduje que no le pillaba por sorpresa. A su vez ella me lanzó preguntas que yo esquivé como buenamente pude y al final, cuando comprendió que no le iba a contar nada más, dejó el tema y se centró en contarme con absoluto lujo de detalles su fabulosa cita con Marc.

Respiré tranquila cuando me dijo que habían empezado a salir en serio. Andrea ya no era una presa fácil para Gabriel, el momento de fascinación que había sentido por él, se había evaporado con la misma rapidez con la que había aparecido. Él era un chico guapo que trataba con unos modales perfectos a todas las mujeres, pero solo era eso, un chico al que acababa de conocer y Marc era el chico del que llevaba toda la vida colgada, la elección era de lo más fácil, de hecho nunca fue necesaria tal elección.

Volví a dar gracias a Marc mentalmente por decidirse a pedirle una cita, al fin. Se la veía tan feliz mientras me hablaba de sus planes para el fin de semana. Le prometí que organizaríamos una cita a cuatro mientras nos poníamos los abrigos para marcharnos.

Cuando nos acercábamos a la puerta de la cafetería, coincidimos allí con Theresa y sus amigas, pasé sin siquiera mirarlas, pero Theresa estaba demasiado molesta con el salvamento de Oliver del otro día como para dejarlo pasar sin abrir la boca.

—Hola Dani —me saludó destilando rabia en la voz—. ¿Tan importante te crees que ya no saludas a las viejas amigas? —me preguntó, lo suficientemente alto como para que varias cabezas se giraran a mirarnos interesadas.

Iba a darle alguna respuesta mordaz que la pusiera en su sitio cuando Andrea se me adelantó.

—¿Y dónde está esa amiga que dices? Porque yo lo único que veo es a una hipócrita muerta de celos porque su novio de mentira la ha dejado por otra de la que está totalmente enamorado. ¿Te refieres a esa amiga? —y su voz sonó tan dulce como el algodón de azúcar que comíamos de pequeñas en la feria.

Las seguidoras de Theresa se quedaron tan calladas como ella misma, que se había puesto verde de ira.

Jamás se hubiera imaginado que Andrea fuera capaz de contestarle de ese modo y ya puestas, yo tampoco.

simple

El sábado me desperté sonriendo, mi cama todavía guardaba el perfume floral que usaba Dani, si cerraba los ojos, hasta podía imaginarla junto a mí.

Pero la sonrisa desapareció de mis labios en cuanto estuve lo suficientemente despierto para recordar que la persona a la que quería estaba condenada a una muerte segura antes de cumplir los treinta. Al igual que había sucedido con Isabella, yo estaba castigado a repetir la historia.

Me levanté de un salto y me metí en la ducha a toda prisa, tenía pensado visitar la biblioteca de la Facultad de Medicina y tal vez hablar con algún catedrático especializado en el tema. No pensaba rendirme, no estaba dispuesto a entregarla sin luchar. Ahora era mía y pensaba cuidarla y protegerla, no pude hacerlo con mi hermana, pero con Danielle estaba dispuesto a todo.

Cuatro horas después, volvía a mi casa con el ánimo por los suelos y la frase que me había destrozado nuevamente la vida dando vueltas en mi cabeza.

«No se puede hacer nada por ella. Solo evitarle disgustos y esfuerzos innecesarios». El doctor Shermann, catedrático de la universidad y especialista en cardiología, no era consciente que con esa sola frase había destruido de un solo plumazo todas mis esperanzas de felicidad. Danielle era mucho más de lo que nunca había soñado encontrar, lo supe la primera vez que la besé y lo sabía en este instante, cuando había caído sobre mí la fuerza de la certeza. Y con ello también caía la posibilidad de ser alguien mejor a la persona que había sido siempre.