2
Capítulo 14

Cuando me desperté, el dormitorio estaba completamente a oscuras. No tuve tiempo de pensar en lo que había pasado entre nosotros dos, cuando sentí los brazos de Oliver rodeándome. Un estremecimiento al reconocerle me recorrió entera.

Era absurdo sentirse avergonzada en ese momento, pero era así como me sentía. No sabía cómo reaccionar, ¿qué hacer, qué decir? Era la primera vez que me encontraba en una situación así. Y mi inexperiencia me hacía sentirme tonta. Me esforcé por no pensar en las veces en las que Oliver se había despertado junto a otra persona, pero cuanto más intentaba alejar de mí las imágenes, más fuerte volvían a acosarme.

—¿Estás bien? —preguntó Oliver con la nariz enterrada en mi pelo. No tenía muy claro a qué se refería exactamente con la pregunta. ¿Físicamente, emocionalmente?

Acaba de tener mi primera experiencia sexual con el chico del que estaba completamente enamorada, así que por ese lado todo perfecto. La cosa cambiaba si me paraba a pensar en el hecho de que ese mismo chico al que amaba era un mito y un personaje literario. Un chico cuya vida era prácticamente ilimitada, mientras que la mía era un dar gracias continúo por cada día que pasaba.

Si la pregunta hacía referencia a físicamente, la respuesta también era positiva, mi enfermedad no me había molestado en ningún momento.

—Estoy bien —contesté sinceramente.

—¿Te arrepientes? —su voz sonó temblorosa, parecía inseguro de mi respuesta. Me sorprendió comprobar que al igual que me pasaba a mí, él también tenía dudas, aunque sin duda de otra índole.

—No —dije mientras me daba la vuelta entre sus brazos para mirarle a los ojos—, no me arrepiento de nada. Te quiero y me alegro de que haya pasado. A lo mejor mañana hubiese sido demasiado tarde para nosotros —comenté aludiendo a mi muerte.

—No digas eso nunca —me regañó—. Ahora que te he encontrado, no puedo perderte. No lo voy a consentir —me asombró la determinación con que pronunció las palabras, como si realmente él pudiera hacer algo al respecto.

—Tienes que hacerte a la idea, Oliver —le pedí aunque en realidad era a mí misma a la quien me lo decía. Noté las lágrimas calientes resbalar por mis mejillas, las aparaté de un manotazo, no quería que Oliver viera mi debilidad.

—Tiene que haber alguna forma. No puedo vivir un día más sin ti, y no quiero morir contigo, no puedo enfrentarme a la muerte. No estoy preparado. Tenemos que buscar alguna salida para que lo nuestro dure, para que puedas ser mía siempre —me dijo nervioso, mientras se levantaba como un vendaval de la cama y encendía el ordenador, el único objeto que le daba a su dormitorio cierta temporalidad.

Todavía estaba tratando de asimilar el cambio en nuestra relación, así que aparté la vista de su cuerpo enfundado tan solo en unos vaqueros, iba descalzo y sin camiseta. Tan solo con mirar su piel bronceada, sentía que se me aceleraba el pulso y la respiración.

—Vamos a averiguarlo todo sobre tu enfermedad —me dijo inclinándose sobre mí para depositar un cariñoso beso en mis labios—. Y después vamos a llevarte al mejor médico cardiovascular del país, ¡qué digo del país! ¡Del mundo entero! —estaba tan atractivo así, dando vueltas nervioso por la habitación, que tardé un poco más de lo normal en entender qué era lo que estaba diciéndome.

—Oliver, no hay nada que hacer —le dije tranquilamente—, ¿acaso crees que si lo hubiera mi padre no habría encontrado la forma de llevarme allí? Es un defecto congénito, y no es operable, punto. Además lo que dices es imposible, no tenemos tanto dinero como para desperdiciarlo con algo que no tiene solución —le expliqué, intentando frenar su euforia.

—Dani, el dinero no será un problema —me dijo suavemente. Iba a protestar, pero entonces me di cuenta de la inutilidad de mi gesto. En cuanto investigara sobre mi dolencia, se daría cuenta de lo que yo ya sabía desde siempre, que no había ninguna solución viable para mí.

—¿Por qué huiste de mí cuando nos conocimos? —le pregunté sorprendiéndome a mí misma, si bien era una duda que tenía desde siempre, en ningún momento me había planteado preguntarle. Inconscientemente me llevé la mano a los labios, como si con el gesto pudiera recuperar las palabras que habían escapado de mi boca.

Oliver me miró con los ojos tan abiertos, que temí que se hiciera daño. De nuestra conversación trascendental sobre mi enfermedad, yo había cambiado el tono preguntándole sobre nuestro antiguo distanciamiento, o más concretamente sobre su extraña huida.

Me levanté de la cama y comencé a vestirme de espaldas a él, a la espera que contestara a mi pregunta y al mismo tiempo, temiendo su respuesta.

—Tú no eres lo que yo buscaba —dijo suavemente aunque sus palabras me golpearon en el pecho con tanta fuerza que hicieron que mi estómago se retorciera—, tú eres mucho más —dejé de intentar entender el significado de sus palabras—. Verás, tengo muchos años, no te diré cuántos, porque son muchos y a lo largo de mi vida he visto morir a mucha gente.

»Gente a la que he querido, como Isabella, amigos o simplemente conocidos. Desde que descubrí lo que mi don podía hacer, dejé de tocar, durante un tiempo intenté hacerlo en la soledad de mi dormitorio, para finalmente dejar de tocar, incluso me obligué a no tararear ninguna canción. No podía permitir que Mefisto se aprovechara de mí, así que me encerré en mí mismo. Desterré de mi vida los afectos, no quería sentir nada.

»Empecé a relacionarme con personas frívolas, personas por las que sabía que jamás sentiría nada, y entonces apareciste tú, y con tan solo dos frases supe que eras especial, que merecías la pena. Esa misma tarde, cuando terminó el partido escuché a dos chicas hablar de ti y me enteré que estabas enferma y entonces fue cuando decidí que no podía estar cerca de ti. Eras una chica guapa, inteligente, para nada superficial, tú conseguirías que volviera a mi antiguo yo, y yo estaba dispuesto a todo para no hacerlo. Cuando te besé fue una especie de traición a mí mismo, me había prometido mantenerme apartado de tu vida, de tu círculo de amistades, pero no pude hacerlo, me atraías sin remedio.

»Fue tu enfermedad la que me ayudó a mantenerme alejado de ti, cuando me enteré que tu afección te condenaba a morir joven, fue más fácil para mí apartarme. No iba a poder soportar perder a nadie más que me importara, no estaba dispuesto a perderte una vez que te tuviera. Y ahora que ya eres mía, no voy a permitir que me dejes —me dijo mirándome fijamente.

—No vas a tener elección —y mi voz sonó más triste de lo que pretendía, resultaba inquietante que las convicciones de una persona cambiaran tan profundamente cuando el amor entraba en su vida. Siempre había sabido cuál era mi destino, había aprendido a vivir con ello, pero ahora todo lo veía diferente, más duro, casi como un castigo divino por el simple hecho de haber nacido.

—Eso ya lo veremos —comentó con una mirada desafiante que supe que no iba dirigida a mí, sino a la vida misma, al hado, destino o como quisieran llamarlo.

—¿Ha habido alguien más? —pregunté fingiendo que la pregunta solo la motivaba la curiosidad.

—Nadie como tú —me contestó mientras cogía mis manos entre las suyas—. Nunca ha habido nadie como tú.

—¿Eso que quiere decir? —pregunté pendiente de cada uno de sus gestos.

—Ha habido sexo, pero nada más. Nunca había estado enamorado antes. Jamás me había permitido esa debilidad, pero entonces apareciste… Tú eres a la única mujer a la que he querido y querré siempre. Y si tenemos en cuenta los años que estoy vivo, la declaración es bastante impresionante —bromeó intentando que sonriera.

«Querré siempre»

Siempre era una palabra demasiado grande para mí. Mi siempre podía durar un año, dos, tres, diez… Su siempre era casi eterno, la distancia entre nosotros era abismal.

En ningún momento dudé de sus palabras, sabía que no me mentía, podía tratarse de intuición o simplemente que me sentía conectada a él a un nivel tan profundo que había momentos en los que dudaba que lo que estaba sintiendo me perteneciera a mí. Mi oxidado corazón podía tener mal sus engranajes, pero nunca me mentía.

—¿Y Theresa? —no tuve que decir nada más para que entendiera lo que quería saber.

—Nunca pasó nada serio entre ella y yo —contestó sin apartar sus ojos de los míos, buscando en ellos más de lo que contaban mis palabras—. Podríamos decir que durante un par de décadas, me he estado castigando a mí mismo de diversas formas. La más efectiva ha sido, eludiendo todo aquello que me diera placer —hizo un gesto con la mano abarcando la habitación y entonces comprendí a qué se refería. La austeridad, la falta de objetos en su dormitorio, formaba parte de su plan para lograrlo.

—¿Por qué has intentado castigarte? —pregunté interesada en comprender un poco más lo que sentía.

—Al principio, cuando me fue otorgado el regalo, yo hice uso y abuso de él. Prácticamente desde el primer momento descubrí lo que mi don les hacía a las personas. Con mi petición de llegarles al alma, dejé sus almas al descubierto para que Mefisto y sus hermanos, fueran capaces de ver en ellas los más íntimos deseos de cada ser humano y así tentarlos —comprendí el sentido de sus palabras cuando recordé la emoción que había sentido al escucharle, y las imágenes que habían invadido mi mente. Estábamos sentados uno frente al otro encima de su desordenada cama, Oliver no me soltaba las manos, como si no soportara perder el contacto conmigo—. Y no me importó, toqué y toqué y me vanaglorié con mi música, me aproveché del pacto y disfruté de algo que no me pertenecía por derecho propio, hasta que murió Isabella y la venda que me había puesto yo mismo en los ojos para justificar mi maldad, cayó, y me di cuenta de la clase de persona en que me había convertido.

»Desde entonces me he arrepentido muchas veces por lo que hice, jamás debí ser tan vanidoso como para vender mi alma por algo tan nimio como la gloria. Y también desde entonces, he intentado muchas veces redimirme. Intento pagar parte de mi culpa de diversas formas. He peregrinado a tierra santa, he hecho y hago regularmente obras de caridad, dono sangre e incluso he donado médula ósea… Intento que cuando llegué el día, a pesar de estar irremisiblemente condenado, sienta que mi vida no ha estado tan vacía. Por eso vine a aquí, Armony es una de las ciudades más importantes musicalmente hablando. Me trasladé porque la música flota en el aire, porque aquí iba a sufrir la tortura de escucharla y no poder compartir la que fluye desde mi interior. Lo demás, el sexo, las comodidades… Eran la parte más insignificante de mi sacrificio.

Sentí una vez más que Oliver era la persona más compleja e interesante que había conocido en mi vida.

Sabía que esperaba una respuesta, un comentario a su historia. Pero fui incapaz de hablar, en lugar de ello, me incliné hacia delante y le bese con ternura, con suavidad, memorizando cada rincón de su boca. Jamás tendría el tiempo necesario para descubrir al hombre que se había empeñado tanto en ocultar.