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Capítulo 11

Durante la hora de francés me enteré que Marc había abordado a Andrea en el pasillo cuando iba sola a clase y la había invitado a salir esa misma noche. Haberme quedado a hablar con el señor Martin, había resultado productivo para todos. Estaba encantada con que Andrea se olvidara de su fascinación por Gabriel y recuperara su interés por Marc, un problema menos del que preocuparme y, con la semana que estaba teniendo, eso era una gran noticia.

En cuanto terminaron las clases, mi amiga se disculpó por no venir a casa a comer conmigo y se marchó corriendo a saquear su armario para planear qué se iba a poner, cómo se iba a peinar, etc…

Decidí volver paseando a casa, necesitaba tiempo y soledad para pensar e intentar colocar cada pieza en su lugar. Después de lo que me había contado el profesor de literatura, las palabras de Rachel cobraban más sentido para mí. El apodo con el que se había dirigido a Gabriel tenía ahora un significado conocido que podía comprender. El señor Martin había dicho que Mefistófeles era el representante del demonio, lo que venía a significar que cuando Rachel dijo que Gabriel no era una buena influencia, lo decía literalmente.

Supuse que si leía la novela, probablemente terminaría entendiendo algunas cosas más, así que tomé nota mental como tarea para el fin de semana, leer el Fausto de Goethe.

Cuando llegué a casa, mi padre se sorprendió que fuera sola. Estaba aliñando una ensalada que tenía una pinta estupenda, le había añadido nueces y queso y se me hacía la boca agua solo con mirarla.

—¿Dónde has dejado a Andrea? —preguntó socarrón.

—No ha venido. Tiene que arreglarse para una cita, así que vas a tener que compartir tu ensalada conmigo por que estoy muerta de hambre —le dije al tiempo que ponía un plato, un vaso y un tenedor de más sobre la mesa.

—¡Dalo por hecho, pequeña! —dijo sonriendo de forma sospechosa—. ¿Y tú, no tienes una cita para este fin de semana? —ahí estaba la pregunta y la razón de que su mirada me hubiera parecido conspiradora.

—No, ¿por qué? ¿Quieres que hagamos algo? —contesté haciéndome la inocente.

—Lo siento cariño, pero yo sí tengo plan —me dijo como si nada. Durante un segundo, pensé que había quedado con alguien, ¡por fin!, pero su risita socarrona, me hizo darme cuenta que iba a decir algo más—. En realidad tengo una cita con los exámenes parciales que he hecho esta semana a dos de mis clases.

—¿Sabes que no tienes ninguna credibilidad para decirme que salga más cuando tú tampoco lo haces? —le regañé.

—Cariño, yo ya soy viejo. ¿Por qué no le preguntas a Samuel si quiere ir al cine, a comer pizza o alguna cosa de las que hacéis los jóvenes para divertiros? —me guiñó un ojo mientras intentaba aguantarse la risa.

—Mejor no. Samuel ya no está tan interesado en ser mi amigo, papá —dije sin profundizar demasiado en el tema.

—Entiendo —dijo mi padre pensativo.

—¿De verdad? Porque yo no entiendo nada —confesé hundiendo los hombros.

—Danielle, ese chico lleva enamorado de ti toda la vida. Y es lógico que si le has dado calabazas, quiera mantenerse un poco al margen por ahora —explicó como si fuera la cosa más natural del mundo.

—¿Y tú como sabes tanto de mi vida? —le pregunté enfadada. Era evidente que me espiaba, como si no iba a saber que le había rechazado.

—Cariño, yo también voy al instituto cada día y he oído lo tuyo con Oliver. He de decir que no es el chico que yo hubiera elegido para ti, pero si a ti te gusta… No me opondré, incluso le pondré buena cara cuando le invites a cenar —se notaba a la legua que estaba disfrutando de nuestra conversación, o más bien de mi reacción ante sus bromas.

—¿Lo mío con Oliver? —pregunté alzando la voz—. ¿De qué hablas? Solo somos amigos —le expliqué levantándome de un salto de la silla.

—Entonces te pido disculpas, estoy mal informado —me sonrió y empezó a comer su ensalada tranquilamente.

Aún no había pinchado de mi plato, cuando sonó el teléfono de la cocina. Mi padre se levantó a cogerlo mientras yo disfrutaba de la comida, realmente estaba hambrienta. Las emociones siempre me daban un hambre atroz. Menos mal que era de las afortunadas que podían comer de todo sin engordar un gramo.

—¿Dígame? —preguntó mi padre a la persona que llamaba, su sonrisa se ensanchó hasta casi rozarle las orejas.

—Sí. Un momento, por favor… —le pidió a quien fuera que estuviera al otro lado.

—Danielle, es para ti —me ofreció el inalámbrico—. Es Oliver —anunció con la sonrisa triunfal en los labios que no le había abandonado desde que descolgó.

Oliver, pensé, ¿cómo sabe mi número? Me levanté nerviosa. La situación ya era incómoda de por sí, como para además tener a mi padre al lado mientras hablaba. Desde el beso del día anterior no le había vuelto a ver. No sabía muy bien cómo actuar con él. ¿Estaría molesto por mi arrebato? ¿Complacido? ¿O simplemente le daba igual?

—Hola —dije por el auricular.

—Hola Danielle, soy Oliver. Te llamaba para invitarte a salir. ¿Quieres que vayamos al cine o a tomar un café? —me ofreció y noté que estaba tan nervioso como yo.

—Claro —acepté—, pero al cine no me apetece —dije. No estaba dispuesta a volver a encontrarme con alguien y pasar un rato embarazoso allí, con Oliver. Probablemente Andrea y Marc irían allí y yo prefería no tener a nadie observándome mientras estaba con él. Y si nuestra amistad ya era vox populi en el instituto, como había dicho mi padre, todavía tenía menos ganas de dar que hablar a los chismosos.

—Podemos cenar aquí si te apetece. Estaremos solos y podremos hablar —ofreció como si me hubiese leído la mente.

—Me parece bien —respondí, mientras por el rabillo del ojo, observaba a mi padre todavía sonriendo, y a juzgar por eso, sus palabras anteriores sobre que no le convencía que saliera con Oliver resultaban cuanto menos chocantes.

—Pasaré a recogerte a las seis. No sabes dónde vivo —atajó antes que yo pudiera decirle que quedábamos allí.

—De acuerdo —acepté, si algo no lo impedía, mi padre iba a estar en casa cuando viniera a por mí. Recé para que la situación fuera lo menos embarazosa posible. Pero con mi padre, nunca se sabía.

Me senté nuevamente a la mesa y seguí comiendo, después de todo, la ensalada estaba mucho más buena de lo que recordaba.

—Entonces finalmente, ¿sales? —preguntó mi padre mordaz.

—Ya te he dicho que solo somos amigos —le expliqué nuevamente, molesta por su insistencia.

—¿He dicho yo lo contrario? —dijo levantando las manos, señalando así su aparente inocencia.

—Papá, ¿cómo supiste que mamá estaba interesada en ti? —pregunté expectante. Me encantaba escuchar a mi padre hablar de ella, pero en este caso, había algo más que me interesaba. ¿Por qué Oliver me invitaba a salir?

—Bueno tu madre era una persona muy especial. Era incapaz de ocultar sus sentimientos, su cara era el espejo de su alma. Nunca podía engañarme, ni siquiera cuando intentaba ocultarme sus dolores —dijo con la voz cargada de sufrimiento y nostalgia.

—¿La echas de menos? —necesitaba saber que en eso no estaba sola, que mi padre la añoraba tanto como yo.

—Cada día, pero tú te pareces tanto a ella, que es como si nunca se hubiese ido. Tu cabello es más oscuro que el suyo, pero en todo lo demás eres su vivo retrato —me contó, con la mirada cargada de melancolía y la voz ronca por las lágrimas contenidas.

—Yo también papá —dije en un susurro apenas perceptible.

Me callé y seguimos comiendo en silencio, al tiempo que yo emulaba a mi mejor amiga y decidía que iba a ponerme para mi cita con Oliver. Ese chico era demasiado complicado, me confundía y me atraía como un imán a un trozo de metal.

Pensé en llamar a Andrea para contárselo y pedirle consejo. Pero descarté la idea cuando recordé que salía con Marc, el mejor amigo de Samuel. Mejor se lo contaría al día siguiente, así no se le escaparía delante de su cita y Samuel no tendría porque enterarse. Sobre todo porque desconocía la trascendencia que mi salida iba a tener en mi amistad con Oliver.

Al fin y al cabo, solo lo estaba aplazando, tampoco es que no fuera a contárselo a mi mejor amiga. Me paré en seco cuando comprendí que las únicas cosas que le había ocultado a Andrea a lo largo de nuestra amistad tenían que ver con él, primero el beso y ahora nuestra salida.

Terminé de comer rápidamente, ayudé a mi padre a recoger y a fregar los platos y subí a mi habitación, demasiado nerviosa para recordar mis planes de leer Fausto y encontrar las respuestas a mis preguntas anteriores, ahora solo me interesaba la respuesta a la nueva pregunta que vagaba en mi cabeza, ¿qué había entre Oliver y yo? y ¿qué quería yo que hubiera?