Eran las ocho en punto cuando abrí la puerta y me encontré a Samuel sonriéndome y mirándome con admiración.
—Estás impresionante —dijo en un susurro ahogado. Al parecer no podía evitar decir lo mismo cada vez que me veía. Sonreí ante la idea de que me encontrara guapa.
—Gracias, tú también —le respondí, y era totalmente cierto, llevaba un jersey de lana gris y unos vaqueros azules que le quedaban como un guante, sus enormes ojos del mismo color brillaban y su sonrisa dejaba al descubierto su perfecta y blanca dentadura, fruto del arduo trabajo de su padre. Sonreí aún más, al recordar a sus padres, a cual más pintoresco, el simpático dentista y la alocada psicóloga infantil. Nunca me extrañó que Samuel fuera tan especial siendo educado por semejantes progenitores.
Cenamos en una pizzería del centro a la que íbamos bastante, por lo que la noche comenzó bastante normal. Compartimos una pizza barbacoa y hablamos sin parar de las clases y de los amigos comunes, Samuel sonreía y bromeaba sin descanso y durante un momento me encontré fantaseando con la idea de que me besara. Me resultó absolutamente increíble que fuéramos amigos prácticamente desde siempre y que me hubiese costado tanto darme cuenta de lo guapo y dulce que era. Noté como me ruborizaba al mismo tiempo que sentía un familiar pinchazo en el corazón.
Samuel palideció al instante, estaba demasiado pendiente de nuestra conversación como para no darse cuenta de mi gesto al llevarme la mano al pulso que latiendo en mi muñeca.
—¿Estás bien, Danielle? —preguntó preocupado.
—Perfectamente —había perfeccionado tanto mi expresión que era imposible que se diera cuenta que estaba mintiendo. Necesitaba relajarme para que me bajaran las pulsaciones producidas por la taquicardia, por lo que me concentré en la respiración mientras Samuel balbuceaba nervioso algo sobre volver a casa.
Cuando sentí que las cosas volvían a ser normales, retomé la conversación anterior y fingí que no había pasado nada importante, al fin y al cabo eso se me daba muy bien, llevaba toda mi vida haciéndolo.
—Vamos a pagar o llegaremos tarde —le dije con una sonrisa vacilante, no estaba muy segura de que no me obligara a regresar a casa.
—Yo invito —anunció sin darme opción a negarme, respiré aliviada. No lo había hecho tan mal.
—Vale, yo pago el cine y las palomitas.
Estaba a punto de protestar, cuando se lo pensó mejor; si pagaba también el cine no habría ninguna duda de que estábamos en una cita, y al parecer, Samuel también dudaba las consecuencias de calificarla como tal. Yo por mi parte estaba empezando a verlo de otro modo, menos amistoso y más romántico, aunque, al igual que él, tampoco sabía si estaba preparada para asumir un cambio tan drástico en nuestra relación.
El cine estaba a dos manzanas de la pizzería. Llegábamos tarde, por lo que me cogió de la mano y tiró de mí para que me diera prisa, no sentí mariposas en el estómago por el gesto ni nada parecido, seguramente era una patraña inventada por el cine.
No llegamos a correr porque Samuel sabía que no debía hacerlo, estar con él me hacía sentir normal, no era necesario que dijera nada, ya sabía todo lo que había que saber sobre mí. A veces sentía que eso era bueno mientras que otras no me lo parecía tanto. Siempre había imaginado que conocería a esa persona especial y que iríamos descubriéndonos poco a poco y disfrutando de cada revelación.
Llegamos al cine justo a tiempo, las luces de la sala ya estaban apagadas, pero en la pantalla aún se veían los trailers de las películas proyectadas en las otras salas. Sorprendentemente, Samuel no había discutido conmigo cuando elegí la comedia más romántica de la cartelera, las otras opciones no eran mucho más atractivas, una película de zombis, otras dos de tiros y peleas, y la que había visto la semana anterior con Andrea…
Nos acomodamos en la parte de atrás y nada más sentarnos se quitó el grueso jersey de lana, debajo llevaba una camiseta de manga corta negra en la que rezaba el lema: «Me caes bien. Te mataré el último» sonreí, no es que le pegara mucho a su cara de bueno, pero había que reconocer que le quedaba ideal, se le ceñía a los músculos de los brazos y el color negro resaltaba sus ojos y su cabello claro. Su perfume me golpeó cuando dejó su jersey en la butaca vacía contigua a la mía. Me quité la cazadora vaquera y el bolso, y los dejé en el mismo lugar. Crucé las piernas y tiré de la falda que Andrea me había obligado a ponerme junto con unas botas altas de tacón de aguja que me estaban destrozando los pies. Por el rabillo del ojo vi que Samuel no quitaba los ojos de mis piernas, empezaron a sudarme las manos por los nervios, estaba a punto de girarme para mirar a Samuel, que seguía observándome en silencio, cuando escuché que alguien me saludaba.
Miré al frente y me di cuenta de que había sido él quién me había hablado. Sorprendida de que me hablara dos veces en la misma semana, le respondí en un susurro, ya que no era capaz de controlar ni modular mi voz.
—Hola.
Oliver me estaba mirando fijamente como si quisiera adivinar qué estaba pensando o como si pudiera conocer mis pensamientos a través de mis ojos. Me alegré interiormente de que estuviera oscuro y no pudiera ver lo aturdida que estaba. Normalmente su presencia me ponía de mal humor, pero la dulzura de su voz al pronunciar mi nombre, me había pillado con la guardia baja.
Escuché a Samuel saludarlo, pero él no apartó su mirada de mí, entonces oí una voz femenina que hablaba con Samuel. No fue necesario mirarla para saber quién era la chica que acompañaba a Oliver. Antes era una de mis mejores amigas, Andrea, ella y yo habíamos sido inseparables. Theresa me lanzó una mirada de arriba abajo y a juzgar por su gesto pareció sorprendida de verme con Samuel, o quizás fuera la falda lo que la sorprendió.
Entonces los anuncios se acabaron y empezó la película, Oliver lanzó un nos vemos y se giró hacía delante, mientras, yo me quedé con la sensación que era capaz de ver lo que hacíamos sin necesidad de girar la cabeza para mirarnos. Theresa no dijo nada y también se dio la vuelta, parecía resentida cuando por fin apartó su mirada de la mía, aunque no pude comprender el motivo de su gesto.
Samuel cogió mi cara entre sus manos y me obligó a mirarle, me sonrió tímidamente como pidiéndome perdón por algo por lo que él no tenía la culpa, nadie esperaría encontrarse con Oliver en una película romántica, ya puestos, nadie esperaría encontrarse a Oliver en un cine. Su imagen iba más con un concierto de rock o una concentración de motoristas, un cine era un lugar demasiado normal para él.
Me acerqué a Samuel un poco más, Oliver me alteraba profundamente y Samuel me tranquilizaba, olía a suavizante y a la colonia que llevaba años usando, Samuel era una isla que siempre había estado ahí para evitar que me ahogara. Él nunca me rompería el corazón, sonreí ante el pensamiento, mi corazón ya estaba lo suficientemente roto por sí mismo como para necesitar ayuda externa. Aunque hubo un tiempo en que alguien había estado a punto de quebrarlo definitivamente.
Estaba sorprendido de lo mucho que me molestaba verlos juntos, dos años atrás decidí que no podía estar cerca de ella y nunca había supuesto ningún problema importante, vale que había tenido que esforzarme bastante para mantenerme alejado de ella, pero nada que no pudiera soportar. Tenía mucha práctica en soportar situaciones con las que una persona normal no podría vivir.
Sin embargo, desde que la había escuchado cantar el día anterior, no había podido sacármela de la cabeza. Noté cómo Theresa se apoyaba en mi hombro, y me sentí incómodo, incluso molesto. Ella era solo alguien con quien divertirme y no me engañaba pensando que para ella era algo más, me veía exactamente igual que lo hacía yo, como una compañía agradable y temporal, aunque ella contaba con el añadido de que yo era el chico que deseaban sus amigas y del que solo ella disfrutaba.
Tenía el cuerpo en tensión para no girarme y mirar qué estaban haciendo. ¿Se estarían besando? ¿Estaban saliendo como pareja? Sabía que eran amigos desde siempre, pero por la manera en la que se habían sentado y cómo se miraban, era posible que hubiera algo más entre ellos. En ese momento Theresa intentó cogerme la mano pero yo la aparté incapaz de soportar su contacto.
No podía interesarme por ella. No podía volver a pasar por eso otra vez. No quería que Gabriel la viera, no podía formar parte de mi vida. Era mi mantra durante los últimos meses.
Estaba enferma y yo no podría vivir con eso, a pesar de lo que había hecho, de lo que era, no podía estar con ella, no quería hacerlo.
Estaba tan concentrado en mis pensamientos que no me enteré de qué iba la película, miraba la pantalla sin ver, pero entonces toda la sala al unísono soltó un suspiro, los protagonistas se estaban besando y algo dentro de mí me empujó a volver la cabeza y mirarla, estaba sonriendo concentrada en el beso, Samuel la tenía cogida de la mano y tiró de ella hacía sí, ella lo miró sorprendida, debía de ser la primera vez que se besaban, porque su actitud era de sorpresa, incluso algo de timidez. Entonces Samuel se acercó despacio para que ella retrocediera, si quería, mantuve la respiración, esperando que ella se apartara de su cercanía. Pero Danielle le mantuvo la mirada sin moverse, él dio el último paso y la atrajo hacia su cuerpo todo lo que le permitió la butaca.
Me quedé quieto, con los puños a los costados y los nudillos blancos de tanto apretarlos. Una palabra me invadió la mente e hizo que mis ojos solo vieran un vacío negro que lo inundaba todo; NO, NO, NO…
Sabía que Oliver nos estaba mirando y aun así besé a Samuel, necesitaba que él fuera lo que siempre había buscado… Aunque una parte de mí ya sabía que no era así.
Su boca era cálida y me hacía sentir bien, le pasé las manos por detrás de la nuca y jugueteé con su suave cabello, de un rubio desvaído.
Intenté dejarme llevar, pero Oliver se interponía, le había visto mirarme, había sentido la caricia de sus ojos y era consciente de su presencia, nunca había sido una persona tímida, pero él me hacía sentir rara, airada y melancólica a la vez. Me hizo sentir que besar a Samuel delante de él no era correcto, y me molestó enormemente sentirme así sólo porque se había dignado a hablarme después de ignorarme sistemáticamente durante años.
Yo no lo había elegido, fue él quien decidió ignorarme. No podía cambiar de opinión de repente y esperar que yo actuara como si nada hubiera pasado.
Samuel, me acarició la mejilla y se separó de mí como si fuera el mayor esfuerzo de su vida, me miró directamente a los ojos, como si pudiera encontrar en ellos las respuestas a sus preguntas, como si pudiera leer en ellos qué había significado el beso en nuestra relación. Pero sabía que por mucho que mirara no encontraría nada, porque yo no tenía derecho a un futuro, conmigo sólo contaba el momento presente y sin embargo mi mente se empeñaba en arrastrarme al pasado.
—¡Madre mía! —exclamó Andrea.
Me volví mientras dejaba los libros en la taquilla y cogía los de la siguiente clase.
El chico nuevo avanzaba hacia nosotras, le habían asignado la taquilla pegada a la mía, pero hacía días que no me dirigía la palabra. Después de haber coincidido con él en el partido y haberse mostrado agradable, dejó de mirarme.
La primera vez que me lo encontré en el cambio de clase, le saludé y me quedé con el saludo en los labios, ni siquiera se molestó en girarse o responder.
Desde entonces, actuaba del mismo modo que él lo hacía conmigo, como si no hubiera nadie, como si no fuera más que humo.
En mi afán por alejarme de su presencia y su actitud evasiva, terminé chocando contra él con tanta fuerza que durante un segundo se me cortó la respiración. La descarga eléctrica que había sentido cuando nos tocamos accidentalmente me había noqueado. Del impacto, tuvo que sujetarme por los brazos porque si no hubiera terminado en el suelo.
Levantó la mirada hacia mí y sus ojos verdes tenían un brillo inusual, rodeando el iris tenía motitas doradas. Me sentí como una tonta cuando arqueó una ceja mientras se dibujaba en su rostro una sonrisa burlona, debía pensar que yo era una más de las que suspiraban por él.
Me puse recta y sin tan siquiera agradecerle que hubiera evitado mi caída me marché. Dispuesta a olvidar lo que había sido volver estar entre sus brazos.
Samuel me sonrió y volvió a fijar la mirada en la pantalla, dos segundos después yo también intentaba concentrarme en la película pero ya no me divertía como al principio, me excusé y le dije que iba a salir al baño. Al abandonar la sala, sentí que podía volver a respirar, no había nadie en el hall del cine que me observara, que intentara besarme o incomodarme. La tranquilidad me duró muy poco, estaba en la puerta del baño de las chicas cuando Oliver apareció de la nada y tiró de mí hasta meterse conmigo en uno de los retretes, estaba tan sorprendida que fui incapaz de hablar o de apartarme.
El espacio era tan estrecho que estaba prácticamente pegada a él. Sentía el calor de su aliento sobre mi mejilla.
Esperé que dijera algo, pero no habló, parecía enfadado. Me pregunté si era por mí, aunque era consciente que no había hecho nada que pudiera molestarle.
—No debería —dijo para sí mismo—. Esto es un error —continuó para sí. Sin importarle que yo no comprendiera sus palabras.
No sabía de qué hablaba, o tal vez sí… pero entonces me cogió por los hombros y me arrastró hacia él evitando el corto espacio que nos separaba, volví a sentir la misma descarga eléctrica que sentí la primera vez que me tocó. Algo en su expresión me dijo que él también lo sentía.
Tenía la sensación que iba a besarme. Y yo no quería que lo hiciera, no quería besarle, me repetí a mí misma como intentando convencerme de ello. Otra vez no.
En un arranque de lucidez, abrí la puerta y salí de allí, alejándome de Oliver, de su calor, de su proximidad y de la tentación que suponía su boca. Parecía sorprendido por mi reacción cuando me siguió fuera.
Estaba a punto de decirme algo, pero una voz le interrumpió antes incluso de que abriera la boca para hablar.
—No puedes estar aquí. Este es el baño de las chicas —le regañó una voz femenina.
Cuando giré la cabeza me encontré con Rachel, una chica del último curso, que siempre iba vestida de negro. No era exactamente gótica puesto que su maquillaje era bastante normal, pero si que llevaba las uñas negras, y su ropa debía de ser de alguna tienda de ese estilo porque era muy barroca y oscura.
Oliver se quedó mirándola fijamente, sus ojos verdes perdieron sus motitas doradas. Sin decir nada se dio la vuelta y se marchó. Me sorprendió que no replicara y que simplemente se fuera. Debía de estar avergonzado, por eso se marchó sin rechistar o quizás arrepentido por haberme seguido.
—No deberías fiarte de él —me aconsejó la morena.
—No lo hago —me defendí ante la actitud hostil con la que había mirado a Oliver y la frialdad con que me hablaba a mí. Me pregunté si ella era otra de sus conquistas, pero enseguida descarté la idea, era imposible. Sin duda Rachel no era la clase de chica que saldría con él.
—No lo parecía —me acusó con sus ojos azules, casi transparentes, fijos en los míos.
—¿Qué sabes tú? —le espeté y salí del baño temblando de rabia. ¿Quién se había creído Oliver para volver a entrar en mi vida?, para irrumpir en ella como si los últimos dos años no hubieran existido ¿y Rachel? Otra con la que tampoco había cruzado más que dos palabras en los pasillos del instituto. Llevaba el mismo tiempo que Oliver en la ciudad y marcaba las distancias tanto como él, jamás se había molestado en hablarme. Y ahora se creía con derecho a regañarme.
Regresé a la sala y me dediqué a ver la película. Samuel me pasó el brazo por los hombros y me acerqué a su calor. Oliver estaba en su asiento con el brazo sobre los hombros de Theresa, como si no hubiera pasado nada entre nosotros, como si dos minutos antes no hubiera intentado volver a besarme.