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«… ¿qué quiere decir “por casualidad”?… ¿tú crees que de verdad hay algo que suceda “por casualidad”? ¿De modo que yo tendría que creer que esta pierna mía triturada es una casualidad?, o mi granja, y las vistas que tenía, y aquel sendero… o lo que siento por la noche, en vez de dormir, toda la noche… por ahí abajo, por aquel sendero se marchó, Mary… ya no aguantaba más, y un día se marchó de aquí… cogió aquel sendero y se marchó… ya no me aguantaba más a mí, quiero decir… una vida imposible y… debería consolarme y creer que ha sido “por casualidad” el que yo me haya vuelto insoportable y que Mary era guapa… no guapísima, pero guapa sí… cuando bailaba, en las fiestas, y sonreía, los hombres pensaban que era guapa… eso pensaban… yo me volví insoportable, ésa es la verdad… me daba cuenta, día a día, pero no podía hacer nada… me subió desde la pierna y poco a poco me ha podrido por dentro… estoy convencido de que todo empezó con la historia de la pierna… antes yo no era así… antes sabía vivir, pero después… ya no podía… ¿debería odiarme por eso? Así tenía que suceder y así sucedió…, y basta… es como esa historia… también de ella uno podría decir “fue una casualidad”, pero ¿qué quiere decir?, ¿quiere decir algo?… la viuda Abegg lo sabía perfectamente, creía en ello, no era una cuestión de casualidad, es el destino, es algo distinto… y también Pehnt lo había comprendido… quizá tú puedas decir que una chaqueta es una nimiedad y que es de locos decidir la propia vida esperando que una chaqueta se haga de tu talla… pero qué más da una cosa u otra, una chaqueta o una pierna triturada, o un caballo que se vuelve loco y te manda al otro mundo… el destino enciende el fuego con la leña que encuentra… enciende el fuego incluso con una pajita, si no encuentra otra cosa… y Pehnt tenía esa chaqueta y nada más… yo digo que hizo muy bien la viuda Abegg… Y no creas que no sufrió… sufrió y mucho… pero cuando la chaqueta se hizo de la talla justa estaba claro que Pehnt debía marcharse… / La viuda Abegg levanta la cabeza del lavadero, la levanta un momento para gritar a Pehnt dónde diablos ha estado durante toda la noche, pero no consigue decir ni una sola palabra, porque le penetra en los ojos la imagen de aquel muchacho que se acerca con una chaqueta negra. Perfecta. Quién sabe cuál es el momento en el que una chaqueta se vuelve perfecta, quién sabe qué es lo que decide cuándo un cuadro ya no aguanta más y se cae, o una piedra inmóvil desde hace años gira un poco sobre sí misma. En cualquier caso, era perfecta. Y la viuda Abegg no consiguió decir una sola palabra y sólo sintió dentro la sacudida de una emoción que tenía que ver con el miedo, con la alegría, con la sorpresa y con otras mil cosas. Vuelve a inclinar la cabeza sobre el lavadero y sabe que es el primer gesto de una nueva vida. La última. /… tenía que marcharse a la capital, ése era su destino… lejos de Quinnipak… de una vez por todas… no porque aquello fuera un asco, no… sino porque ése era su destino… estuviera donde estuviera el asco, era a la capital adonde él debía ir, y allí fue… yo creo que hizo lo mejor… y también Pekisch me dijo un día “hizo lo mejor”… y anda que no quería a ese chico… iban siempre juntos, imagínate que hubo hasta quien empezó a pensar mal de aquella historia… Pekisch y Pehnt, Pehnt y Pekisch… unos carroñeros, de verdad, esos cabrones se choteaban… pero sólo eran amigos… no había nada malo… Pehnt ni siquiera tenía padre… y Pekisch, además… no tenía a nadie, ni siquiera se sabía de dónde venía, había quien decía que era un ex presidiario, imagínate… Pekisch presidiario… hacía falta mucha imaginación… no habría podido hacer daño ni a una mosca… vivía para la música y basta… en eso sí que era un auténtico maniático, tenía talento… eso sí… date cuenta de que cuando Pehnt decidió marcharse… es decir… Pehnt decidió marcharse y entonces Pekisch le dijo “márchate el día de San Lorenzo”, ya sabes, hay una fiesta ese día, la fiesta de San Lorenzo, “márchate el día de San Lorenzo, después de la fiesta, quédate a oír a la banda y después márchate”, eso le dijo… el caso es que él quería hacerle escuchar una vez más a la banda, ¿entiendes?, quería que se marchara con aquel adiós… y entonces se inventó una cosa hermosísima… lo sé porque al final toqué yo también aquel día… se inventó una cosa hermosísima… ¿sabes?, él nunca había compuesto música, quiero decir música totalmente suya… Pekisch conocía todas las músicas del mundo y las adaptaba para nosotros, las cambiaba, un par de cosas, pero… seguía siendo música de cualquier otro, ¿entiendes?… y, en cambio, aquella vez nos lo dijo, esta música es mía… así, de manera muy sencilla, antes de empezar a ensayar, dijo en voz baja “esta música es mía” / Pekisch sentado delante del piano, ha cerrado la puerta con el llavín, tiene las manos una dentro de la otra apoyadas en las piernas, mira el teclado. Los ojos van de una tecla a otra, como siguiendo a un grillo que baila encima. Durante horas. No toca ni una sola tecla, le basta con mirarlas. No sale ninguna nota, las tiene todas en la cabeza. Horas. Después cierra el piano, se levanta y sale. Se da cuenta de que es de noche. Vuelve a su habitación. Se va a acostar. /… y en realidad no era una música, porque, para ser exactos, había inventado dos músicas, y ésta era la belleza de toda la historia… ciertas cosas podían ocurrírsele sólo a él… dividió la banda en dos y lo organizó todo perfectamente… una banda partía de la punta izquierda del pueblo tocando cierta música y la otra partía de la punta opuesta tocando otra música completamente distinta… ¿lo entiendes?… así se cruzarían justo en mitad de la calle y después las dos continuarían, siempre recto, hasta el final del pueblo… una llegaba hasta donde la otra había empezado y viceversa… una cosa complicada… un espectáculo… tanto es así que vino un montón de gente a verlo… incluso de los pueblos de alrededor… todos a lo largo de la calle para ver aquello tan extraño… cosas así no son en absoluto de todos los días… la fiesta de San Lorenzo… no la olvidaré fácilmente… nadie la olvidará fácilmente… incluso la patrona lo dijo, “ha sido maravilloso” dijo… y me dijo “has tocado muy bien, Kuppert”, así fue… había venido sola a la fiesta, sola con Mormy, quiero decir, porque el señor Rail en el último momento se quedó en casa… con todos los asuntos de su línea férrea… todas aquellas obras que vigilar… y después sucedió algo, no lo sé, me parece que le telegrafiaron algo y él dijo a Jun que no podía ir con ella, tenía que esperar a alguien… debió de ser alguien de la vía férrea, no lo sé… nadie sabía de dónde había sacado todo aquel dinero para hacer que arrancara Elisabeth… pero él decía “con el cristal pueden hacerse milagros y yo estoy a punto de hacer uno”… no llegué a entenderlo nunca demasiado bien… / Han telegrafiado un mensaje para el señor Rail, una sola línea, Todo está decidido, llegaré mañana. Firmado H. H. Mañana será un gran día, dijo el señor Rail. Jun no sabe si ponerse el vestido rojo o el amarillo. San Lorenzo. Cada año se celebra la fiesta de San Lorenzo. Vendrá el señor Horeau, piensa el señor Rail, mirando abajo hacia el gran prado donde están trabajando colocando raíles, uno después de otro, en fila uno detrás del otro. La extraña intimidad de esos dos rieles. La certeza de no encontrarse jamás. La obstinación con que continúan siguiéndose uno junto a otro. Todo esto le recuerda algo. No sabe qué. /… el señor Rail hacía milagros con el cristal y Pekisch los hacía con la música, así eran las cosas… sólo yo no hacía milagros… ni siquiera antes, cuando la pierna estaba en su sitio… después, menos… dejé que las cosas fueran como debían ir… y la casualidad no tiene nada que ver… eso puedes creértelo tú, pero tú eres joven, qué sabrás… hay siempre un plan preciso detrás de todo… en eso tenía razón el señor Rail… cada uno tiene delante su raíles, los vea o no… los míos me llevaron a la feria de Trinniter precisamente en el día justo… hay miles de días, y de ferias… pero yo acabé precisamente aquel día en Trinniter, donde había una feria… para comprarme una podadera, una estupenda podadera… también quería comprarme un baúl, ¿sabes?, uno de esos baúles que de vez en cuando se ven en las casas, repletos de zarandajas… pero no encontraba un baúl de ese tipo, de modo que no tenía más que la podadera en la mano cuando entreví a Mary, en medio de la gente… sola… hacía años que no la veía, no había vuelto a saber de ella… y ahora estaba allí… y no había cambiado mucho… era Mary de verdad… ahora dime qué tiene que ver la casualidad con todo esto… qué puede haber de casual en algo así… estaba todo estudiado de antemano… yo con la podadera en la mano y Mary, después de tantos años, apareciéndose allí…, yo no quería hacerle daño… me habría acercado a ella y le habría dicho “hola, Mary”, y nos habríamos contado algo… quizás hasta hubiéramos ido a beber algo juntos… pero tenía una podadera en la mano… nadie quiere entenderlo, pero es así… qué podía hacer yo… quizá, si hubiera tenido flores en la mano, por poner un ejemplo, quizá nos hubiéramos reconciliado aquel día Mary y yo… pero era una podadera lo que tenía… más claro, imposible… raíles como ésos los vería hasta un ciego… eran mis raíles… me llevaron hasta un paso de Mary, en medio de la gente, apenas tuvo tiempo para verme antes de que la podadera la destripara, como a un animal… un mar de sangre… y los gritos, que me siguen resonando en la cabeza ahora, gritos así no los había oído nunca… pero ellos tampoco… ellos tampoco habían hecho durante años nada más que esperarme a mí… un grito es capaz de esperarte durante años, después un día tú llegas y él está allí, puntual, terrorífico… todo, todo es así… todo lo que te encuentras está ya ahí desde siempre, esperándote… tú también, ¿qué te crees? y esta asquerosa prisión… todos quietos al borde las vías, esperando que yo pase…

Pasaré… pasaré… Decidle a la horca que me está esperando que pasaré también por allí. Una noche más y habrá dejado de esperar».