Patricia Mc Clain captó los aterrados pensamientos de su hija. En el acto se dirigió a Rothman.
—Rothman, estamos infiltrados por el enemigo. Mary Anne lo dice así.
—¿Es cierto? —preguntó Rothman, un hombre viejo de ojos duros, que tomaba asiento en el sitio principal, como jefe de la reunión.
Mirando en la mente de Pete Garden, Patricia captó la memoria de su visita al doctor Philipson y la extraña sensación de falta de peso y de falta de gravitación sufrida por Pete en la consulta de Pocatello cuando marchaba por el corredor.
—Sí —dijo Patricia—. Mary tiene razón. Él ha estado en Titán.
Patricia se volvió a los premonitores del grupo allí reunido, David Mutreaux y su propio marido.
—¿Qué creéis que puede ocurrir?
—Una situación variable —murmuró Allen, muy pálido—. Es algo borroso.
—Su hija se dispone a hacer algo que nos resulta imposible decir —dijo Mutreaux con voz ronca.
—Tengo que marcharme de aquí —anunció Mary Anne a todos. Se levantó con la mente invadida por el terror—. Estoy bajo la influencia de los vugs. Ese doctor Philipson… Pete tenía razón. Me preguntó lo que vi en el bar de Pocatello y pensé que estaba alucinado. Pero no era mi temor lo que estaba captando. Vio la realidad. —Y comenzó a andar hacia la puerta del motel—. He de marcharme lejos de aquí. Soy peligrosa para la Organización.
Conforme Mary Anne se dirigía hacia la salida, Patricia conminó con urgencia a su marido:
—¡La pistola de agujas de fuego! ¡Tírale con una carga baja para que no resulte herida! ¡Pronto!
—La detendré —dijo Allen apuntando cuidadosamente a la espalda de su hija.
Mary Anne se volvió por un instante y vio el arma en manos de su padre. De pronto, el arma se escapó de las manos de Allen, saltó por el aire y fue a estrellarse contra la pared.
—Un efecto poltergeist —dijo Allen atónito—. No podemos detenerla.
Patricia, que también había echado mano de la suya, sintió igualmente que su mano temblaba; luchó por retener el arma, pero ésta acabó por escaparse de sus dedos.
—¡Rothman! —exclamó apelando al jefe de la reunión—. Pídele que se detenga…
—Deje mi mente en paz —pidió Mary Anne a Rothman.
Pete Garden, que se había puesto de pie, echó a correr tras Mary Anne. La chica se apercibió en el acto.
—¡No! —gritó Patricia a su hija—. ¡No lo hagas!
Rothman tenía los ojos cerrados y su mente concentrada en Mary Anne. Pero súbitamente, Pete Garden se derrumbó hacia delante, como una muñeca de trapo, y sus piernas se sacudieron en el aire en una fantástica danza, como si estuviese desprovisto de esqueleto. Luego flotó hacia la pared más próxima mientras Patricia gritaba a su hija. La figura suspendida en el aire vaciló y se introdujo en la pared, pasando a través de ella hasta quedar sólo sobresalieron sus brazos extendidos.
—¡Mary Anne! —gritó nuevamente su madre—. ¡Por amor de Dios, hazlo volver!
Mary Anne se detuvo en la puerta del motel, presa de pánico, y vio lo que había hecho con Pete Garden, la expresión de las facciones de sus padres y el horror de todos los componentes de la reunión. Rothman, enfocando todo su poder sobre ella, trataba de persuadirla. También advirtió esto. Y entonces…
—Gracias a Dios —dijo Allen aliviado. De la pared donde estaba incrustado, Pete Garden volvió a salir y cayó hecho un ovillo sobre el piso; se incorporó casi en el acto y permaneció temblando, frente a Mary Anne.
—Lo siento —dijo la chica, suspirando.
—Mantenemos aquí la posición dominante, Mary Anne, puedes creerlo —dijo Rothman—. Aun en el caso de que ellos hayan conseguido entrar. Examinaremos a todos los miembros de la organización, persona por persona. ¿Qué tal si comenzamos por ti? —Y, dirigiéndose a la madre, le dijo—: Intenta descubrir hasta qué grado han penetrado en ella.
—Lo estoy haciendo —respondió Patricia—. Pero es en la mente de Pete Garden donde encuentro lo más importante de todo.
—Quiere marcharse con Mary Anne —dijeron casi al unísono Mutreaux y Allen.
—Con ella no pueden hacerse predicciones —agregó Mutreaux—, pero creo que él lo hará.
Rothman se levantó y se dirigió hacia donde se hallaba Pete Garden.
—Ya ve usted nuestra situación, nos hallamos en un desafío desesperado con los titanios y perdiendo terreno con ellos a pasos de gigante. Influya sobre Mary Anne para que se quede y volvamos a ganar lo perdido; hemos de hacerlo, o todos estamos en peligro.
—Yo no puedo obligarla a nada —dijo Pete, pálido y temblando de pies a cabeza, casi incapaz de hablar.
—Nadie puede hacerlo —dijo Patricia, y su marido lo confirmó con un movimiento de cabeza.
—A vosotros, los psicokinéticos —dijo Rothman dirigiéndose a Mary Anne—, testarudos y voluntariosos, nadie puede deciros nada.
—Vamos, Pete —dijo Mary Anne—. Hemos de marcharnos lejos de aquí; tú y yo estamos de más. Ellos se nos han infiltrado peligrosamente, y es demasiado peligroso continuar en esta situación. —Y el rostro de la chica estaba marcado por la fatiga y el desaliento.
—Quizá tengan razón, Mary Anne —le dijo Pete—. Tal vez sea un error marcharse ahora. ¿No crearía eso una separación en vuestra organización?
—Realmente ellos no me necesitan —contestó la joven—. Yo soy débil, esto lo demuestra. No puedo resistir a los vugs. Malditos vugs, los odio… —Y en los ojos de la chica aparecieron unas lágrimas de rabia e impotencia.
—Garden —dijo Mutreaux, el premonitor—, puedo predecir una cosa: si usted se marcha de aquí, solo o con Mary Anne, su coche será interceptado por la Policía. Sé que un policía vug se dirige hacia usted; su nombre es… —Mutreaux vaciló.
—E. B. Black —dijo Allen, también premonitor, acabando la frase por Mutreaux—. Es el compañero de Hawthorne, agregado a la división de policía de la costa occidental. Uno de los mejores elementos de que disponen.
Rothman aprobó con un gesto.
—Llevemos este asunto con cuidado —dijo Rothman—. Vamos a ver, ¿en qué momento, precisamente, la autoridad vug ha penetrado en nuestra organización?
¿Anoche, tal vez? ¿Anteanoche? Si podemos establecer este hecho, puede que podamos continuar adelante haciendo algo útil. No creo que hayan calado muy hondo; al menos a mí no han llegado ni tampoco a ninguno de los telépatas, de los cuatro que están ahora presentes en esta habitación, y un quinto se halla en camino. Nuestros premonitores también se hallan libres, al menos así parece.
—Está usted tratando de sondearme y de influirme, Rothman —dijo Mary Anne, quien de todos modos, acabó volviendo al lugar que antes había ocupado—. Puedo sentir cómo trabaja su mente —agregó con una sonrisa—. Es tranquilizador.
Rothman se dirigió a Pete Garden.
—Yo soy el principal baluarte contra los vugs, señor Garden, y les llevará mucho tiempo antes de que puedan infiltrarse en mi persona. —Su cara apergaminada aparecía impasible—. Es un temible descubrimiento el que hemos hecho hoy aquí; pero nuestra organización puede superarlo. ¿Qué le parece, Garden? Usted necesitará nuestra ayuda. Para un individuo solo, la cosa es distinta.
Pete asintió con un gesto, sombríamente.
—Tenemos que matar a E. B. Black —dijo Patricia.
—Sí —convino Dave Mutreaux—. Estoy de acuerdo.
—Con calma, señores —dijo Rothman—. Nunca hemos matado a un vug. Haber matado a Hawthorne ya es suficientemente peligroso, aunque necesario. Tan pronto como destruyamos a un vug —a cualquiera de ellos—, se les hará evidente, no sólo que existimos, sino cuáles son nuestras intenciones finales. ¿No les parece? —Miró a su alrededor buscando confirmación a sus palabras.
—Pero ellos ya están advertidos acerca de nuestra organización —advirtió Allen Mc Clain—. Difícilmente habrían podido infiltrarse en nosotros, sin conocer nuestra organización. —Su voz era aguda, al borde de la exasperación.
La telépata Merle Smith habló desde el sitio que ocupaba en un rincón, por primera vez desde que comenzó la discusión.
—Rothman, he estado explorando la mente de cada una de las personas que se encuentran en este motel, y no existe indicación de que alguien de nuestra organización haya sido penetrado, además de Mary Anne y del no-psiónico Pete Garden, a quien ella deseó traer aquí; sin embargo, existe un área particularmente inerte en la mente de Mutreaux, en la cual debería rebuscarse bien. Deseo que todos los demás telépatas lo hagan, y ahora.
Inmediatamente, Patricia dirigió toda su atención hacia Dave Mutreaux.
Descubrió que Merle estaba en lo cierto; existía una anomalía en la mente de Mutreaux, que implicaba un factor desfavorable a los intereses de la organización.
—Mutreaux —dijo Patricia—, puede usted volver sus pensamientos hacia…
Resultaba difícil darle un nombre a aquello. En sus cien años de práctica de investigación telepática, jamás se había tropezado con un caso parecido. Desconcertada, pasó por alto los pensamientos que bullían en la superficie, y rebuscó en los niveles profundos de la psique de Mutreaux, en los síndromes involuntarios y reprimidos del premonitor que habían sido excluidos del sistema autoconsciente, como parte de su ego.
En su búsqueda telepática, se encontró en una zona de caminos ambivalentes, con confusos deseos abortados, ansiedades, dudas entretejidas con creencias regresivas y deseos de su líbido de naturaleza fantástica. No resultaba nada agradable tal zona de su mente, pero todo el mundo la tenía y ella ya estaba acostumbrada. Eso era lo que hacía la vida tan difícil: el tener que lidiar con esa zona hostil de las mentes humanas. Cada percepción u observación rechazada por Mutreaux, se hallaba allí, insertada como algo imperecedero, en una especie de semivida, alimentándose de su energía psíquica.
Mutreaux no podía ser responsable de tal cosa. Pero allí había algo semiautónomo y feroz. Era algo en contraposición con todas las cosas que el propio Mutreaux creía consciente y deliberadamente. Y en abierta oposición a los objetivos de toda su vida. Podía aprenderse mucho de la psique de Mutreaux estudiando lo que había elegido —o se había visto forzado a— rechazar de su conciencia.
—Esa zona de su mente —concluyó Patricia— es algo que no es posible explorar.
¿Puede usted controlarla, Mutreaux?
—No puedo comprender qué está siendo discutido —dijo Dave con una expresión de asombro en sus facciones—. Todo en mí se halla abierto hacia ustedes, por lo que sé; yo no oculto nada de forma deliberada.
En aquel momento, Patricia consiguió entrar en la zona pre-cognitiva de la mente de Mutreaux y se convirtió así, temporalmente, en una premonitora; resultaba una fantástica sensación el sentirse dueña de tal facultad, además de la que le era usual. Pudo captar, como una serie de engranajes, secuencias viables de posibilidades-tiempo, cada una de las cuales impedía el juego de las otras. Era como un cuadro estático, sin movimiento. Patricia pudo verse a sí misma, congelada en una variedad de acciones; algunas la hicieron palidecer: eran secuencias horribles en las que ella cedía a sus más turbias sospechas y…
«Mi propia hija», pensó Patricia… Así que es posible que yo pudiera hacerle esto a ella. Posible, aunque poco probable. La mayoría de las secuencias mostraban un acercamiento con Mary Anne, y una cicatrización de la escisión del grupo, más bien que su expansión. Por añadidura, vio en un instante, una escena en que los telépatas de la organización penetraban en Mutreaux. Y sin duda, el propio Mutreaux estaba advertido de aquello, puesto que tal escena existía en su consciente. ¿Pero por qué? ¿Qué podría haber asegurado a Mutreaux sobre tal cosa? ¿O qué es lo que pudo descubrir?
Los pensamientos de Mutreaux se volvieron difusos, un instante después.
—Se está usted evadiendo —advirtió Patricia, mientras miraba a Merle y los otros telépatas de la reunión—. Es la llegada de Don —les dijo. Don era el telépata que faltaba a la cita, en camino al motel desde Detroit, y que podría llegar en cualquier momento—. En el área de premonición de Mutreaux existe una secuencia en la cual, Don, cuando llegue aquí, descubrirá la entrada a esta área compometida, la abrirá y la explorará. Y… —Patricia vaciló pero los otros tres telépatas recogieron su pensamiento, de todos modos.
«Y destruirá a Mutreaux por tal causa», pensó.
Pero… ¿por qué? No existía nada que sugiriera el poder de los vugs sobre él; era algo distinto, y que la tenía totalmente desconcertada.
¿Sería cierto que Don haría eso? No, sólo probable. Y, ¿cómo se sentiría Mutreaux sabiendo que su muerte era inminente? ¿Qué haría un premonitor en tales circunstancias? Pues lo mismo que otra persona cualquiera, descubrió Patricia, rebuscando en la mente de Mutreaux. Escapar.
Mutreaux, poniéndose en pie, dijo apresuradamente:
—He de volver al área de Nueva York. —Sus modales eran tranquilos, aunque ocultaba lo contrario en su interior—. Lo siento, señores, no puedo continuar aquí —concluyó dirigiéndose a Rothman.
—Don es nuestro mejor telépata —dijo pensativamente Rothman—. Tendré que rogarle que se quede hasta que venga. La sola defensa de nuestra organización son nuestros cuatro telépatas, contra la penetración de que hemos sido objeto. Ellos podrán profundizar en la cuestión y decirnos lo que ocurre. Por tanto, es preciso que se siente y espere, Mutreaux.
Y éste volvió a tomar asiento.
Pete Garden escuchó, con los ojos cerrados, la discusión entre Patricia Mc Clain, Mutreaux y Rothman. Sus pensamientos eran confusos: aquella organización secreta compuesta por psiónicos, erigida contra la civilización titania y su dominación sobre los humanos… Aún no estaba repuesto de la última noche, de la forma en que había sido raptado a la fuerza de su propia casa y de la muerte brutal y sin sentido del detective Hawthorne. Deseó de todo corazón saber si Carol se hallaría bien. «Dios —pensó Pete—, es preciso salir de esta situación». Recordó el momento en que Mary Anne, con su facultad telekinética, lo había proyectado como un objeto flotante a través del muro y soltado después, por alguna razón que le resultaba desconocida, en el último momento. Sí, sentía horror de aquella gente, se dijo a sí mismo. De todos ellos y de sus facultades…
Pete Garden abrió los ojos.
En la habitación del motel, conversando con voz aguda y estridente, aparecieron sentados nueve vugs. Y sólo un ser humano sentado junto a ellos. Dave Mutreaux. Dave Mutreaux y él mismo contra aquellos seres de otro mundo. Algo imposible y sin esperanza. Procuró no hacer ningún movimiento mientras observaba a los vugs.
Uno de los vugs —uno que hablaba con la voz de Patricia Mc Clain— dijo agitadamente:
—¡Rothman! Acabo de captar un increíble pensamiento de Garden…
—Y yo también —confirmó otro vugs—. Garden nos percibe a todos, en este momento… —vaciló—. Nos está viendo, a excepción de Mutreaux, como vugs. —Se produjo un profundo silencio. El vug con voz de Rothman dijo:
—Garden… Entonces es que la penetración en nuestro grupo ha sido completa excepto por parte de Mutreaux, al menos…, ¿no es cierto?
Pete calló.
—¿Cómo podemos investigar esto sin perder la cordura? —continuó diciendo el vug que se llamaba a sí mismo Rothman—. Estamos perdidos, si han de creerse las percepciones de Pete Garden. Hemos de tratar esto racionalmente; es posible que haya alguna esperanza. ¿Qué dice usted, Mutreaux? Si Garden tiene razón, usted es el único y auténtico terrestre que hay entre nosotros.
—No comprendo nada de todo esto —dijo Mutreaux—. Pregúntenle a él, no a mí.
—¿Bien, señor Garden? —dijo el vug Rothman con calma—. ¿Qué tiene usted que decir?
—Responde, por favor —dijo Patricia, rogando—. Pete, en nombre de todo lo que hay de más sagrado…
—Pienso —dijo finalmente Pete Garden— que usted conoce de sobra, ahora, lo que hay en Dave Mutreaux y que sus telépatas no han podido acabar de explorar. Él es un ser humano y ustedes no. Y cuando llegue ese último telépata…
—Destruiremos a Mutreaux —dijo lentamente el vug Rothman con aire pensativo.