41. ¿ANDALUCES O MOROS?

Y llegamos a nuestros días. Con el advenimiento de la democracia se produjo en Andalucía un movimiento autonomista que reivindicaba, como seña de identidad, el origen árabe de los andaluces. Algunos políticos intentaban reforzar de este modo la nacionalidad que acababan de inventarse, inspirados en el precedente de Blas Infante, un notario que se retrataba en Marruecos con chilaba y babuchas y despreciaba a Fernando III (al que apodaba el Bizco) porque «entró en Andalucía y nos despeñó en Despeñaperros, nos quitó nuestras tierras, nuestra cultura». A nosotros, es decir, a los andaluces.

Los historiadores han colocado las cosas en su sitio para que los andaluces busquemos nuestras raíces en Roma más que en el islam. En Roma, cuyo idioma hablamos y cuyo derecho acatamos.

«Los invasores islámicos —leemos en Claudio Sánchez Albornoz— no pudieron importar magnas novedades culturales porque nos las tenían. Está probado que el arte hispanoárabe continúa viejas tradiciones andaluzas; incluso son preislámicos el arco de herradura y las bellas yeserías»[58].

El venerable historiador dejó otros juicios sobre el islam:

«La Reconquista salvó a Andalucía de ser una piltrafa del islam y de padecer un régimen social y político archisombrío»[59].

«Para mal de España entraron los islamitas en ella y para nuestro bien fueron vencidos y expulsados. Demos los españoles gracias a Dios por habernos librado del islam. Porque los cristianos norteños conquistaron sucesivamente las dos Andalucías: la del Guadalquivir primero y la granadina después, podréis vosotros, amigos andaluces, gozar de la autonomía política que ahora deseáis. Porque sois nietos de los conquistadores cristianos podréis vivir autónomos dentro de España»[60].

¿Descienden los andaluces de los moros? Nada más lejos de la realidad. Ya vimos que la estricta ley islámica permitía que los moros se casaran con cristianas, pero las moras no podían casarse con cristianos, bajo pena de muerte. Esto significa que las mujeres cristianas contribuyeron a la diversidad racial de la población islámica, pero el proceso inverso se produjo muy raramente, de manera que los cristianos no recibieron sangre musulmana.

A esto hay que añadir, como vimos páginas atrás, que los cristianos vaciaron sistemáticamente de población musulmana las tierras adquiridas. Las insignificantes morerías que toleraron se extinguieron después de la rebelión islámica de 1264. «En el siglo XV quedaban en Andalucía 320 familias moras», señala el historiador González Jiménez. O sea, muchas menos de las que hay ahora. Es revelador que, por este tiempo, un conflicto de división de términos entre dos pueblos de Jaén obligara a las autoridades cristianas a traer de Granada, todavía musulmana, unos moros viejos nacidos en aquellas tierras para que señalaran por dónde iban las lindes.

¿De dónde procede, entonces, la actual población de Andalucía? Los andaluces descienden de los caballeros y campesinos cristianos que repoblaron el sur: gallegos, leoneses, castellanos, incluso extremeños.

La ilusión de que los andaluces desciendan de los moros no se sostiene más que en la fantasía de algunos pseudohistoriadores y de ciertos conversos al islam que repudian sus nombres de pila Sebastián, José, Paquita, por Abderramán, Mohamed o Aixa.

Como apunta Jon Juaristi, «muchos conversos españoles son personas de procedencia marxista y atea que buscan en el islam una estructura de análisis político, encuentro de una identidad, revisión de la historia, pero también una ética hedonista que recoge las influencias hippies de la contracultura anticapitalista, la libertad sexual —con especial incidencia en la homosexualidad masculina— o la psicodelia como forma de explorar experiencias de fusión»[61]. En cualquier caso, «subcultura política que rechazaba los valores occidentales»[62].

El fenómeno de la conversión de españoles al islam arranca de los años setenta y comienza con las predicaciones de un pintoresco escocés, Ian Dallas, quien, después de trabajar sucesivamente para los Beatles y para el cineasta Fellini, se convierte a la fe de Mahoma, adopta el nombre de Abdelkader al-Sufí al Murabit y consagra su vida a predicar el islam en América y Europa. El escocés funda en Córdoba la «Sociedad para el retorno del islam a al-Andalus», entre cuyos primeros conversos destacan Saleh Paladín, Mansur Escudero y Abdelkarim Carrasco[63].

Ian Dallas consigue el padrinazgo de Arabia Saudita y Kuwait, de cuya generosidad derivan los petrodólares que le permiten adquirir un castillo en Escocia, para su residencia personal, así como construir una mezquita en el Albaicín de Granada junto a la iglesia de San Nicolás. La mezquita se inauguró en 2003, con la oposición de los granadinos. En su entorno se va formando una potente comunidad conversa de artesanos que observan una vida rigurosamente islámica, que educan a sus hijos en el cerrado ámbito de su comunidad y que aspiran a la restauración del califato.

En los años ochenta, muchos seguidores del escocés disienten y forman sus propias agrupaciones, en especial la liderada por el mencionado Mansur Escudero, médico psiquiatra, cuyas actividades financia, al parecer, el gobierno libio. En consonancia con el islam, Mansur se casa con dos esposas igualmente conversas.

Otro converso destacado es Antonio Medina Molerá, quien, tras pasar sucesivamente por el seminario católico y por la militancia activa en el PCE, se convierte al islam y adopta el nombre de Abderrahman Medina.

Finalmente cabe mencionar al Coordinador de la Asociación Islámica de Málaga, don Mustafá Raya (antes Rafael) que ejemplifica la a veces problemática coexistencia entre civilizaciones. Don Rafael busca en Marruecos una esposa musulmana que acceda a permanecer allí después de la boda (él la visitaría de vez en cuando), y no la encuentra porque todas las candidatas sueñan con venirse a vivir a España, y en eso no transige don Mustafá, porque «aquí una mujer tendría que coger el autobús y rozarse con los hombres…».

Al margen de los conversos de origen español, surgen otras comunidades de emigrantes en los años 70 y 80, especialmente los que llegan a España como estudiantes universitarios, casi siempre de medicina, que terminan estableciéndose aquí, casándose a veces con cristianas, y obteniendo la nacionalidad española. A esta primera ola emigratoria sigue, ya a partir de los años noventa, otra ola más numerosa de musulmanes de escasa formación que buscan trabajo en España. Actualmente residen en nuestro país más de ochocientos mil musulmanes, en su mayoría procedentes de Marruecos, Argelia, Túnez y el África subsahariana. En 1992 se creó el Consejo Islámico de España (CIE), interlocutor oficial de los musulmanes con el gobierno español. Este consejo está formado por las dos principales federaciones islámicas, la Unión de Comunidades Islámicas de España (Ucide), fundada en 1990, que agrupa a doscientas asociaciones y está presidida por el imam (dirigente) de la mezquita de la M-30 madrileña, y la Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas (FEERI), fundada en 1989, que agrupa a sesenta y dos asociaciones y está presidida por el imam de la mezquita de La Unión (Málaga).

Arabia Saudita se muestra generosa con la implantación islámica en España, siempre dentro de la rama fundamentalista del wahhabismo que allá se profesa. En 1981 se inaugura una mezquita en Marbella y, poco después, otra en Fuengirola. El Centro Cultural Islámico de Madrid data de 1992. Hay más de treinta imanes wahhabistas de un total de 149 imanes inscritos en el Registro de Comunidades Religiosas.

La generosidad de los sauditas contrasta con la parvedad de las subvenciones que el gobierno español dedica al islamismo nacional. Como alega Mansur Escudero, «Es cierto que el gobierno de Zapatero ha creado la Fundación Pluralismo y Convivencia, mediante la cual nos están dando algunas ayudas. […] el trato debería ser igual al que recibe la Iglesia católica en un Estado laico. Pero la realidad es que la Iglesia ha recibido este año ciento cuarenta millones de euros y nosotros nada»[64].

Entre los términos del acuerdo se contempla la enseñanza del islam en la escuela siempre que lo soliciten un mínimo de diez padres de alumnos. Desde 1996 existen unos treinta profesores islámicos costeados por el Estado español[65].

Paralelamente, algunos musulmanes han obtenido acta de diputado o concejalías en ayuntamientos españoles, la mayoría en Ceuta y Melilla, donde han solicitado que la lengua bereber sea cooficial en las instituciones de la ciudad autónoma.

Las docenas de mezquitas y oratorios musulmanes repartidos por la geografía española son dirigidos por ciento cuarenta y nueve imames (dirigentes islámicos) inscritos en el Registro de Comunidades Religiosas.

Sería estupendo que existiera cierta reciprocidad en los países musulmanes, subvenciones incluidas, pero en ellos no se permite edificar nuevas iglesias, y solamente se toleran algunas que se erigieron en la época colonial.