En la última guerra contra Granada, la desproporción de fuerzas a favor de los cristianos era tal que los moros, conscientes de su debilidad, rehusaban los enfrentamientos en campo abierto y preferían las acciones menudas, en las que eran muy hábiles, y las tradicionales cabalgadas.
La algarada o cabalgada es una expedición de saqueo y castigo en territorio enemigo. Suele practicarse en primavera u otoño, con unas docenas de hombres de armas o almogávares: se trata de atacar por sorpresa y ponerse a salvo con el botín antes de que el enemigo reaccione y te corte el paso con fuerzas superiores (a esto se llama «atajar»). El recuerdo de las algaradas deja su impronta en el romancero:
Caballeros de Modín
peones de Colomera
entrado habían en acuerdo
en su consejada negra
a los campos de Alcalá
donde irían a hacer presa,
allá la van a hacer a esos
molinos de Huelma…
Los cristianos también algareaban, como atestigua el romance:
Día era de San Antón
ese santo señalado
cuando salen de Jaén
cuatrocientos hijosdalgo
y de Úbeda y Baeza
se salían otros tantos
mozos deseosos de honra
y los más enamorados
en brazos de sus amigas van
todos juramentados
de no volver a Jaén
sin dar moro en aguinaldo.
La frontera fue un buen caldo de cultivo para el desarrollo de expertos guerreros, los almogávares[50]. Aquella guerra intermitente, con sus menudos lances, trabajos y cuidados, se describe en una carta de la frontera de Granada fechada en 1409:
«Los moros son astutos en la guerra y diligentes en ella. Conoscen a qué tiempo y en qué lugar se ha de poner la guarda, do conviene el escucha, a dónde es necesario el atalaya, a qué parte el escusaña; por do se fará el atajo más seguro e que más descubra. Conosce el espía; sabrála ser. Tiene conoscimiento de los polvos, si son de gente de a pie, e qual de a caballo, o de ganado, e qual es toruellino. Y quál humo de carboneros y quál ahumada; y la diferencia que ay de almenara a la candela de los ganaderos. Tiene conoscimiento de los padrones de la tierra, y a qué parte los toma, y a qué mano los dexa. Sabe poner la celada, y do irán los corredores, e ceuallos sy le es menester. Tiene conoscimiento del rebato fechizo, y quál es verdadero. Dan avisos. Su pensar continuo es ardiles, engaños e guardarse de aquéllos. Saben tomar rastro, y conoscen de qué gente, y aquél seguir. Tentarán pasos e vados, e dañallos o adoballos según fuere menester. Y guían la hueste. Buscan pastos y aguas para ella, y montañas o llanos para aposentallos. Conoxen la disposición de asentar más seguro el real; tentarán el de los enemigos…».
Algunos almogávares regresaban de la algarada con una sarta de orejas cortadas a los cadáveres enemigos o incluso con la cabeza de algún moro que exhibían clavada en el extremo de una lanza antes de arrojarla a los perros.
Guerreros nazaríes.
Se acuñó un refrán: «A moro muerto, gran lanzada», que nos hace sospechar que no todos los que alardeaban eran igualmente bravos, aunque aportaran sartas de orejas.
La expedición de comandos o golpe de mano es guerra «a hurto», una violencia limitada que no comporta ruptura de treguas. Un cronista cuenta:
«A moros y cristianos de esta región, por inveteradas leyes de guerra, les es permitido tomar represalias de cualquier violencia cometida por el contrario, siempre que los adalides no ostenten insignias bélicas (estandartes y banderas), que no se convoque a la hueste a son de trompeta y que no se armen tiendas, sino que todo se haga tumultuaria y repentinamente»[50b].
La frontera es así de brutal, en un lado o en otro, y sin embargo esa crueldad es compatible, a veces, con sentimientos de admiración recíproca y con conductas caballerescas, pero esta cortesía ocasional no significa que uno pueda fiarse del enemigo, presentado siempre como alevoso y traidor. Uno de los cristianos sitiados en Priego en 1409 escribe:
«los moros son tales que no vos ternán cosa de lo que vos prometieren, e moriremos aquí todos o seremos captivos».
Otro cronista escribe:
«los moros son omes belicosos, astutos e muy engañosos en las artes de la guerra, e varones robustos e crueles, e aunque poseen tierra de grandes e altas montañas e de logares tanto ásperos e fraguosos que la disposición de la misma tierra es la mayor parte de su defensa»[51].
Junto a esa imagen negativa también surge a veces la del moro como buen vecino. En la Navidad de 1462, en tiempo de treguas, el condestable Iranzo recibe en Jaén, con gran cortesía y ceremonia, a su nominal enemigo, el alcaide moro de Cambil, y organiza en su honor fiestas y juegos. Eso no es óbice para que unos meses después intente arrebatarle la fortaleza.
Forzados por su propia debilidad, los moros practican el tornafuye, que tan buenos resultados les da desde los tiempos de Alarcos y las Navas, y la guerra de guerrillas o «guerra guerreada». El infante don Juan Manuel, el primer escritor militar de España, escribe:
«Ca la guerra guerreada ácenla ellos muy maestramente, ca ellos andan mucho e pasan con muy poca vianda, et nunca llevan consigo gente de pie ni acémilas, sinon cada uno va con su caballo, también los señores como cualquier de las otras gentes, que no llevan otra vianda sinon muy poco pan e figos o pasas o alguna fruta, e non traen armadura ninguna sino adaragas de cuerpo, e las sus armas son azagayas que lanzan, espadas con que fieren, et porque se tienen tan ligeramente pueden andar mucho. El cuando en cabalgada andan caminan cuanto pueden de noche et de dia fasta que son lo mas dentro que pueden entrar de la tierra que pueden correr. Et a la entrada entran muy encobiertamente et muy apriesa; et de que comienzan a correr, corren et roban tanta tierra et sábenlo tan bien facer que es grant maravilla, que mas tierra correrán et mayor daño farán et mayor cabalgada ayuntarán doscientos homes de caballo moros que seiscientos christianos… Cuando han de combatir algunt logar, comienzanlo muy fuerte et muy espantosamente; et cuando son combatidos, comienzanse a defender muy bien et a grant maravilla. Cuando vienen a la lid vienen tan recios et tan espantosamente, que son pocos los que no han ende muy grant recelo […]. Et si por ventura ven que la primera espolonada non pueden los moros revolver ni espantar los christianos, después paítense a tropeles, en guisa que si los christianos quisiesen pueden hacer espolonadas con los unos que los fueran por delante e los otros en las espaldas et de travieso. Et ponen celadas porque si los christianos aguijaren sin recabdo que los de las celadas recudan, en guisa que los pueden desbaratar […]. Et sabed que non catan nin tienen que les parece mal el foir por dos maneras: la una, por meter a los christianos a peoría, porque vayan en pos dellos descabelladamente; et la otra es por guarescer quando veen que mas non pueden facer. Mas al tiempo del mundo que mas fuyen et parece que van mas vencidos, si ven su tiempo que los cristianos no van con buen recabdo, o que los meten en tal lugar que los pueden hacer danno, creed que tornan entonces tan fuerte et tan bravamente como si nunca hubiesen comenzado a foir […] Porque no andan armados nin encabalgados en guisa que puedan sofrir heridas como caballeros, nin venir a las manos, que si por estas dos cosas non fuese, que yo diria que en el mundo no ha tan buenos hombres de armas ni tan sabidores de guerra ni tan aparejados para tantas conquistas»[52].
Don Juan Manuel los ha visto combatir. Tiene razones para admirarlos y para temerlos. Deben ser dignos de ver aquellos moros montados a la jineta, con el estribo corto y las piernas flexionadas, blandiendo lanzas arrojadizas, con sus adargas de cuero en forma arriñonada adornadas con borlas, y sus corazas de cuero o acolchadas.