Granada, el último reino islámico de la Península Ibérica, logró perdurar dos siglos y medio a la sombra inclemente de Castilla. Este milagro se justifica porque Europa, en plena expansión comercial, estaba ávida de oro y las arcas de Castilla ingresaban unas veinte mil doblas anuales en concepto de parias de Granada. El oro procedía principalmente de Sudán. Cuando Portugal intervino en África y desvió la ruta del oro hacia Lisboa, la gallina dejó de poner huevos y los castellanos, siempre escasos de liquidez, comenzaron a pensar en la riqueza de Granada: la Alhambra, las vegas, los surcos de prietas hortalizas, en las aromáticas manzanas, las verdes olivas, las lujuriantes higueras, en el pan de higo, en las almunias, en las norias, en los puertos.
Otra razón que justifica la perduración de Granada es el mérito de su diplomacia, que hilaba delgado y era virtuosa en el mantenimiento de un exquisito equilibrio entre la hoz castellana y la coz marroquí. Los soberanos granadinos habían aprendido la lección de las antiguas taifas. Apaciguaron a Castilla con sobornos y tributos, mientras aceptaban solamente pequeños contingentes de tropas de Marruecos. También supieron aprovechar las debilidades y rencillas internas de tan poderosos vecinos aliándose con el bando más débil.
Mohamed II (1273-1302), hijo y sucesor de Alhamar, llamó en su auxilio a los meriníes, el nuevo poder que había sustituido a los almohades en el Magreb. Los africanos conquistaron Tarifa, Algeciras y saquearon el valle del Guadalquivir en 1275.
Suceden unos años confusos en que Castilla, Granada, los meriníes y los Banu Ashiqula juegan a cuatro bandas, con diferentes alianzas circunstanciales en las que el aliado de ayer es el enemigo de hoy.
En 1291 se plantea el dominio de la vital región estratégica del Estrecho. Castilla recupera Tarifa de los meriníes con el auxilio de Granada y Aragón, pero después no entrega a Granada los castillos prometidos, por lo que el sultán de la Alhambra llama de nuevo a los meriníes. En 1309, los aragoneses atacan Almería, y los castellanos, Algeciras y Gibraltar. En 1328 los granadinos recuperan Gibraltar con ayuda de los meriníes.
El reinado de Yusuf I (1333-1354) marca el apogeo de Granada, pero en 1340 los cristianos vencen al ejército combinado de meriníes y granadinos en la batalla del Salado y poco después recuperan Algeciras, lo que asienta definitivamente el dominio cristiano del Estrecho, aleja el peligro meriní y debilita definitivamente a Granada.
A Yusuf I, asesinado en 1354, lo sucede su hijo Mohamed V (1354-1391), que se mantiene en términos amistosos con Castilla y Aragón y establece relaciones diplomáticas y comerciales con los hafsíes de Túnez, con El Cairo y con los zayyaníes de Tremecén.
Clave de la estabilidad granadina es su pujante economía, basada en una población numerosa, en un aprovechamiento racional de los recursos agrícolas y en un activo comercio con países mediterráneos, tanto cristianos como musulmanes, que impulsó la industria y la artesanía del reino. En Europa se usa papel fabricado en Granada y los arquitectos y albañiles granadinos se contratan tanto por los reyes de Castilla como por los de Marruecos para labrar sus palacios y yeserías.
A finales del siglo XIV, Granada entra en un periodo de decadencia. A la inestabilidad política, con sultanes perpetuamente amenazados por los grupos de presión del reino, se une el progresivo aislamiento del reino respecto al resto del islam.