32. PROSIGUE LA RECONQUISTA

Tras las conquistas de Fernando III, la Península Ibérica había quedado dividida en cinco reinos cristianos (Portugal, León, Castilla, Navarra y Aragón-Cataluña) y uno musulmán, Granada.

Durante el resto de la Edad Media, casi tres siglos, hubo muchas guerras tanto civiles como entre reinos, pero las fronteras permanecieron bastante estables. En la España cristiana asistimos a un pulso continuo entre monarquía y nobleza. La corona gana parcelas de poder y consigue introducir tribunales reales o audiencias y gobernadores o corregidores e imponer una especie de gobierno nacional en su consejo real, pero la otra parte fortalece las Cortes, defensoras de las libertades locales que condicionan la aprobación de los impuestos propuestos por el rey a la promulgación de leyes favorables.

La Península Ibérica en el año 1304.

Durante el reinado de Sancho, nieto de Fernando III, Castilla se enfrenta a una nueva invasión de fundamentalistas africanos, los benimerines (o meriníes), sucesores de los almohades. En este tiempo sucede el famoso episodio de la defensa de Tarifa por Guzmán el Bueno, a cuyo hijo degüellan los moros cuando él se niega a rendirles la plaza.

En la corona de Aragón, que en realidad era una inestable confederación de aragoneses, catalanes y valencianos también se produce la pugna entre reyes y nobles privilegiados, con la victoria de los nobles, que consiguen derecho a su propio juez o justicia, además de Cortes anuales a través de las cuales fiscalizan a la corona. En el siglo XIV, incluso nace una comisión permanente que controla los impuestos reales, origen de la Generalitat, que, con el tiempo, se convertirá en símbolo de las libertades catalanas frente al absolutismo real.