12. ABD AL-RAHMAN

Cuando el joven Abd al-Rahman III heredó el trono, al-Andalus estaba al borde de la quiebra. Muchos caudillos bereberes, árabes o muladíes se desentendían del gobierno central y actuaban por su cuenta. La economía iba en retroceso porque la descomposición política y la anarquía afectaban al comercio exterior. Con todos estos problemas, las arcas del Estado estaban casi exhaustas. Además, por si fuera poco, una amenaza aún mayor se cernía sobre Córdoba: en 910, un fatimí de la secta chiíta, enemiga de los omeyas, se había proclamado califa en Túnez y, tras dominar el Magreb, había puesto sus ambiciosos ojos en al-Andalus.

Abd al-Rahman III no se amilanó. Antes de que menguaran los entusiasmos suscitados por la derrota de Ibn Hafsun, se proclamó, a su vez, califa, es decir, jefe espiritual de su pueblo. La medida, que su antecesor el primer omeya nunca se atrevió a tomar, no escandalizó a nadie. Corrían ya otros tiempos y hacía años que se había roto la unidad espiritual del islam.

Abd al-Rahman III pacificó las facciones de al-Andalus agotadas de tensiones y guerras intestinas. Sus métodos quizá resultan inaceptables para la sensibilidad moderna:

«hizo crucificar cabeza abajo, en las orillas del Guadalquivir, a trescientos oficiales de su ejército acusados de no haberse batido con suficiente convicción en las jornadas de Simancas y Alhándega (939), y cabeza arriba a un jefe de origen hispano al que además cortó la lengua para que no pudiera maldecirlo. Abd al-Rahman, mostrando su habitual crueldad, fue a verlo morir; pero el bravo muladí logró lanzarle un gargajo y el soberano hubo de picar su caballo para esquivarlo»[32].

La paz favorece que la población que antes vivía en los montes se asiente en el llano. Las ciudades andaluzas crecen. El mundo rural se involucra en el urbano. Crece la agricultura en las aldeas al amparo de las fortalezas, se aclimatan especies arbóreas orientales, se desarrollan los regadíos. Las huertas suministran sus productos a las ciudades. Florecen mercados de economía monetarizada.

La ciudad de Pechina, fundada por un acuerdo entre árabes yemeníes y marinos autóctonos, constituye un buen ejemplo de la homogeneización social y económica andalusí que explica el pacífico siglo X, la época dorada del califato de Córdoba.

En el crecimiento urbano que se produce a lo largo del siglo destaca el enorme desarrollo de la capital, Córdoba, que según los textos «llegó a unirse con Madinat al-Zahra» con una población de entre quinientas mil y un millón de personas (París no alcanzaba los diez mil habitantes).