4. EL CORAN

El Corán es como un cofre precioso que guarda las ciento catorce revelaciones que Mahoma recibió en veinticuatro años.

Mahoma retenía en su prodigiosa memoria las palabras de Allah hasta que se ponían por escrito en pergaminos, huesos u hojas de palmera. A la muerte del Profeta, su secretario Zayd ibn Tabit compiló estos textos. Treinta años después, el califa Utman fijó un Corán canónico, que corregía los errores de los copistas.

El Corán se divide en 114 capítulos (suras), de extensión variable, cada uno correspondiente a una revelación, que contienen en conjunto 6.200 versículos o aleyas (al-aya). No está ordenado cronológicamente, sino más bien al contrario: las primeras suras, que son las más largas, corresponden a las revelaciones más tardías, cuando el Profeta residía en Medina, mientras que las suras finales transcriben las primeras revelaciones, las que Mahoma recibió en La Meca[17].

Para los musulmanes, el Corán es letra revelada, es la palabra de Allah inmutable y eterna. Sus detractores han querido atribuirlas a Mahoma y señalan que incluso contienen invectivas contra sus enemigos personales. El hecho de que en la sura 111 Allah amenace al tío paterno del profeta, Abu Lahab, jefe del clan hachemí que había rechazado la revelación de Mahoma y anulado el matrimonio de su hijo con Fátima, la hija del Profeta, les parece indicativo de que en realidad es Mahoma quien escribe el libro y traslada a él sus filias y sus fobias[18]. Pero ¿acaso un Dios todopoderoso, sin cuyo concurso no se mueve ni una hoja de árbol, no puede descender a ocuparse de esas minucias, máxime cuando alguien ha ofendido a su último y más decisivo Profeta?

El aprendizaje de memoria del Corán es, entre los musulmanes, una rutina entrañable que comienza en la escuela. El que domina todo el texto recibe el título honorífico de al-hafiz. En algunos países se establecen premios para los que lo recitan con pausa y entonación.

El Corán es, además de un libro religioso, la cumbre de la literatura árabe por la belleza de su estilo, por el ritmo de sus rimas internas, por la fuerza de sus metáforas y por la elegancia de su prosa, cualidades que, desgraciadamente, se malogran o palidecen en sus traducciones a otros idiomas. Los juicios negativos contra el Corán, tan abundantes en la literatura cristiana occidental (véase nuestro Quevedo, que nunca leyó el libro), se explican por el secular conflicto entre las dos grandes religiones monoteístas y también porque el libro sagrado del islam, del que Ortega y Gasset escribe que «apergamina las almas y reseca a un pueblo», ha sido muy mal entendido en Occidente[19]. Las interpretaciones torticeras del Corán abundan en la literatura europea: para Hume se trata de «una obra violenta y absurda (que) alaba la traición, la inhumanidad, la venganza y el fanatismo, en términos absolutamente incompatibles con una sociedad civilizada»[20]. Gibbon lo considera «una melopea incoherente de fábulas, preceptos y ataques que rara vez suscita un sentimiento o una idea, que unas veces se hunde en el fango y otras se pierde en las nubes»[21]. Alí Dais señala que «no contiene nada nuevo, ninguna idea que no haya sido expresada antes por otros. Todos los preceptos morales del Corán son obvios y reconocidos por el común de las gentes»[22].

Sin embargo, otros autores cristianos, que han conocido el Corán en su versión original, lo alaban y ensalzan. Para su traductor, el novelista y erudito sevillano Cansinos Assens, «hay que ser poeta para sentir el Corán, pero además hay que ser arabista para sentirlo plenamente, leyéndolo en el original». Opina Cansinos que «resulta imposible trasladar a otra lengua sus bellezas de concepto y sus primores de estilo»[23].

Además del Corán, los musulmanes consideran reveladas por Allah las escrituras de Abraham, Torá de Moisés, los Salmos de David y los Evangelios de Jesús, al que ya dijimos que reconocen su calidad de profeta, aunque lógicamente rechazan que sea hijo de Dios.

LA CHARI‘A

Los musulmanes se rigen por ley coránica (chari‘a) «lo que está prescrito», basada en el Corán, y en los hadices, o tradiciones. Cuando no bastan el Corán ni los hadices, se recurre a la analogía (qiyas). El Corán prohíbe el consumo de vino, pero, lógicamente, ignora las bebidas alcohólicas que se han inventado después (el ron, el whisky, etc.). En ese caso el jurista islámico recurre a qiyas y amplía la prohibición a todas las bebidas que contengan alcohol. En el mismo apartado, y por la misma razón, se prohíben las drogas.

La chari‘a prohíbe al musulmán el juego y las adivinanzas y considera delitos graves el adulterio, las calumnias, la blasfemia, las burlas y los insultos. El lector recordará la fatwa o sentencia judicial emitida contra el escritor Shalman Rushdie por un delito de blasfemia, y también la airada reacción del mundo islámico contra las caricaturas de Mahoma aparecidas en la prensa occidental. Los chistes sobre materia religiosa son para el islam delitos gravísimos merecedores de la pena capital.

El musulmán tiene vedado el consumo de cerdo o el de cualquier otro animal que no se haya sacrificado ritualmente, degollándolo con un cuchillo limpio y desangrándolo mientras el matarife pronuncia una oración.

Convendría no confundir la chari‘a con las costumbres de las distintas sociedades islámicas. A menudo esta confusión provoca juicios negativos sobre el corpus de justicia musulmana, como el que emite Nur Farwaj, que la considera «una colección de reglas tribales reaccionarias, inapropiadas para las sociedades contemporáneas»[24].

El musulmán alcanza la mayoría de edad a los quince años. A partir de entonces queda obligado por la ibada. El musulmán debe ser cortés y saludar al-Salam Alaykum, «la paz sea contigo», o responder Alaykum Salam. La ley islámica recomienda justicia en los tratos comerciales y estricto cumplimiento de los pactos.

El musulmán adulto está sujeto a la chari‘a y a los castigos previstos por el código islámico. Desde nuestra sensibilidad occidental pueden parecer crueles, pero hay que tener en cuenta que su establecimiento se remonta al tiempo de Mahoma, cuando las venganzas, las reyertas y las guerras intertribales eran tan frecuentes que el profeta tuvo que atajarlas con medidas ejemplares. El asesinato o su tentativa se castiga con la decapitación; el robo, con la amputación de la mano derecha; el adulterio, la falsa acusación de adulterio y la blasfemia con la muerte por lapidación, la embriaguez con una tanda de azotes.

El contacto con el derecho europeo en la época colonialista, a partir del siglo XVIII, atemperó la chari‘a, pero los nuevos nacionalismos islámicos, con sus versiones radicales, tienden a reintroducir los castigos con escándalo de Occidente, que los considera una vulneración de los Derechos Humanos.

En cuanto al vestido, la tradición musulmana impone que sea lo suficientemente ancho para facilitar la oración ritual (salat). La cabeza debe permanecer cubierta por respeto a los ángeles de Allah que residen en la cabeza del creyente, pero el gorro no debe tener visera o alas que dificulten el contacto de la frente del creyente con el suelo. El uso del velo para ocultar el rostro de la mujer obedece más a una imposición cultural que religiosa de ciertas sociedades musulmanas.