El islam no se basa en dogmas complicados ni en misterios impenetrables para la inteligencia humana, como otras religiones, incluida la cristiana. Antes bien es una religión de sencillo diseño que permite una relación rectilínea entre Dios y el creyente, sin interposición de ninguna casta sacerdotal. Las creencias del islam son simples y esquemáticas: Allah creó el mundo y lo rige hasta que determine su fin, el día del Juicio Final, en que las almas resucitarán para ser juzgadas y destinadas al Paraíso o al Infierno, según sus méritos. Allah se comunica con la humanidad por medio de una serie de emisarios o profetas que empiezan con Adán y acaban con Mahoma. Entre ellos se cuentan también san Juan Bautista y Jesús.
En el judaísmo y el cristianismo hay un fuerte elemento privado, de conciencia y ética personal; el islam, por el contrario, es, antes que nada, una religión colectiva y una forma de vida.
Para convertirse al islam basta con recitar la chahada (profesión de fe): «No hay más Dios que Allah y Mahoma es el enviado de Allah» delante de dos testigos y aceptar los cuatro deberes (ibada) del islam: orar cinco veces al día (salat), ayunar en el mes de Ramadán (sawm), dar limosna a los pobres (zakat) y peregrinar a La Meca (hach).
Si ingresar en el islam es fácil, salir es mucho más complicado porque la apostasía se castiga con la muerte.
Otros artículos de fe imponen la creencia en los ángeles (mala’ika)[10] en la infalibilidad del Corán y algunos libros de la Biblia (kutayyiba), en el día del Juicio (yawm al dind)[11], aceptar la predestinación en los asuntos terrenales (al-qadr) y creer en la otra vida (al ajira).
La chahada («No hay más Dios que Allah y Mahoma es su profeta») y los cuatro ibada o deberes constituyen los cinco pilares del islam. Podría añadirse, como sexto pilar, el yihad, que literalmente significa «esfuerzo en el camino de Allah» y a menudo se traduce por «guerra santa» porque una de las manifestaciones visibles de ese esfuerzo es la guerra. Algunos musulmanes consideran que el esfuerzo es la lucha íntima y personal del musulmán para resistir las tentaciones de Satanás (Iblis), pero otros han querido interpretar que es la «guerra santa» contra los enemigos del islam, los que no aceptan la verdad de Mahoma, recordando que el propio profeta extendió la religión por la espada cuando conquistó La Meca y que la grandeza histórica del islam se basó primordialmente en la conquista de casi todo el mundo por las tribus árabes salidas del desierto y unificadas por el credo común. En tal sentido, el prestigioso Diccionario del islam interpreta yihad como:
«una guerra religiosa contra aquellos que no creen en la misión de Mahoma. Es un deber religioso imperioso establecido como una institución divina en el Corán y en las tradiciones, impuesta especialmente con el propósito de promover el islamismo y proteger del mal a los musulmanes»[12].
El devoto islamista libra continuamente una íntima yihad para resistir las tentaciones de Satanás, el ángel caído condenado por Allah y expulsado del cielo por un delito de soberbia.
Satanás intenta alejar del islam al buen musulmán y procura corromperlo con sugestivas formas de vida paganas: el politeísmo, el consumo de alcohol o de cerdo, prohibidos por el islam, o la aceptación de formas de vida extrañas al islam, con olvido de sus reglas.
Según una impía leyenda, Satán tentó al propio Mahoma en sus años de Medina inspirándole la idea de aceptar a las tres diosas paganas adoradas por una tribu cuya ayuda necesitaba. Siempre según la leyenda, cuando Mahoma proclamó aquella falsa revelación, los paganos se convirtieron al islam y engrosaron el ejército del Profeta, pero entonces el arcángel Gabriel se le apareció para revelarle que todo era obra de Satanás. Mahoma rectificó rápidamente.
Lo más seguro es que solo se trate de una corrosiva patraña desprovista de cualquier fundamento histórico y que Mahoma, inspirado por Allah como estaba, jamás sucumbiera al engaño de Satanás. En el Corán no hay rastro de los «versículos satánicos» ni de su supuesta negación posterior, aunque algunos tratadistas han insinuado que fueron suprimidos para eliminar las pruebas.
El asunto podría parecer baladí visto desde nuestra perspectiva cristiana, pero no así desde la óptica musulmana. La mayor abominación para el islam, el «profundo extravío» que merece la condenación eterna es el politeísmo o «asociación» (chirk) de Allah con otro dios. En este apartado se incluye, por cierto, el cristianismo que, en el confuso dogma de la Santísima Trinidad, establece la existencia de un solo Dios encarnado en tres personas distintas, una paradoja que la Iglesia considera misterio y dogma de creer a puño cerrado, ya que repugna a cualquier inteligencia adulta.
En el islam también se considera pecado de chirk el escepticismo y el agnosticismo, porque niegan implícitamente la divinidad de Allah.
Allah no es solo el Dios de los musulmanes, sino el de toda la humanidad. Aunque el Corán tolere las religiones del Libro (cristianismo y judaísmo), su fin último es acoger en su seno a los descarriados que las profesan.
El islam es ecuménico. Aspira a propagar su verdad aunque tenga que imponerla con argumentos más fuertes que los de la mera persuasión. Para estos efectos, el mundo se divide en islámico, o Dar al-islam, «la casa del islam» y Dar al-harb, o «casa en guerra». Esta casa en guerra pertenece, por derecho, al islam, al que la comunidad musulmana está obligada a incorporarla en cuanto las circunstancias lo permitan.
«El mundo se divide en tres partes: Dar al-islam (la casa del islam), Dar al-harb (la casa en guerra) y un tercer territorio en el que los musulmanes son minoría y han establecido una especie de tregua con el entorno»[13].
El ayatolá Jomeini abunda en la idea cuando escribe:
«El islam obliga a todos los adultos varones, que no estén discapacitados, a prepararse para la conquista de (otros) países a fin de que el islam se observe en todos los países del mundo»[14].
Toda la vida del musulmán, desde la cuna hasta la sepultura, desde que se levanta hasta que se acuesta, está minuciosamente regulada por su religión. Nada más nacer, la partera toma al recién nacido y le recita en el oído izquierdo la profesión de fe. La primera palabra que escucha el recién nacido es Allah.
Al séptimo día se le afeita la cabeza al bebé y se le impone el nombre en una ceremonia (aqiqa) que entraña celebración familiar, con sacrificio animal, y limosna a los pobres.
Cuando el niño ha cumplido cuatro años, se celebra su primera lección con la ceremonia basmala, en la que el niño recita una oración. Si no lo han circuncidado a los pocos días de nacer, la operación (jitan) se le practica entre los siete y los doce años.
Llegada la pubertad, el musulmán suele casarse. Para el Profeta el matrimonio es preferible al celibato. Incluso los místicos sufíes se casan considerando la vida en pareja parte del orden natural. Sin embargo, el matrimonio islámico no es un sacramento, sino un contrato ante dos testigos.
El musulmán procura que sus últimas palabras, ya moribundo, sean la confesión de su fe, para que la palabra Allah sea también la última que salga de su boca. El cadáver se lava, se amortaja y se lleva a la mezquita en unas parihuelas funerarias. Los musulmanes se entierran sin ataúd, el cadáver envuelto en tres sudarios si es hombre y cinco si es mujer. El cuerpo se deposita en tumbas anónimas con los pies orientados hacia La Meca.
Los cinco rezos diarios instituidos por Allah se celebran al levantarse, a primera hora de la tarde, al final de la tarde, al ponerse el sol y antes de acostarse. Desde la perspectiva occidental, esta oración, obligatoria cinco veces al día, puede parecer una rutina enfadosa, pero dista de serlo desde la perspectiva del musulmán:
«La oración es como una corriente de agua fresca que fluye por la puerta de cada uno de vosotros —asegura la tradición—. Un musulmán se zambulle en ella cinco veces al día».
Los viernes, día santo musulmán, esa oración de primera hora de la tarde es especialmente solemne y se celebra en la mezquita (de masyid, «lugar para postrarse»), con toda la comunidad reunida y dirigida por el jefe musulmán del lugar, que, además, pronuncia un sermón.
Las mezquitas constan de sala de oración, patio exterior, con la fuente o pozo de las abluciones, y minarete o alminar, a veces rematado por tres esferas decrecientes (yamur) con una flor de lis en el extremo. Las esferas, de cobre sobredorado, solían brillar al sol desde una gran distancia.
Cada mezquita cuenta con un convocador o almuédano (muecín) encargado de llamar a la oración desde el alminar. Antiguamente se hacía a viva voz; hoy se han modernizado y usan una grabación difundida por altavoces. La fórmula convocadora (adham) empieza por la frase «Allah es el más grande» (¡Allah akbar!), repetida cinco veces, y sigue con «Soy testigo de que el único Dios es Allah; soy testigo de que Mahoma es el mensajero de Allah, apresuraos a orar, Allah es el más grande», repetido dos veces. Para terminar, proclama: «No hay más Dios que Allah». El adham del amanecer comienza: «Rezar es mejor que dormir».
Para orar, el musulmán debe lavarse con una ablución ritual (wudu) que lo limpie de orina, excrementos, sangre, vino, grasa animal u otras impurezas sacrílegas. Antes de utilizar el agua, el devoto la huele tres veces. Después, se lava los brazos hasta los codos y los pies hasta los tobillos, se enjuaga la boca, se lava las orejas y se pasa tres veces las manos mojadas por el pelo y la nuca. Si no hay agua, en el desierto, la ablución se hace de modo simbólico con arena.
La ablución ritual se malogra si el musulmán defeca, orina, se duerme, sangra o expele una ventosidad o un regüeldo entre la ablución y la oración. En tal caso hay que repetir la ablución. Si ha copulado, el creyente debe lavarse por completo.
Para orar, el musulmán mira hacia donde supone que está La Meca. Las mezquitas se orientan al muro frontero (qibla) provisto de un nicho de oración (mihrab) que señala la dirección de La Meca (en España, por lo general, señalan al sur, simplemente).
En el curso de su oración, el musulmán realiza una serie de reverencias (saydat), compuestas de siete movimientos: con las manos enmarcando la cara declara «Dios es el más grande»; erguido (quyyam) recita la primera sura del Corán, hace una reverencia, se incorpora, se arrodilla (ra’kaat), se postra hasta tocar el suelo con la frente (los devotos lucen un callo).
Realizados los movimientos, el creyente se incorpora sentándose sobre las pantorrillas y vuelve a postrarse de nuevo, para repetir la serie.
Las cinco oraciones diarias se cumplen de modo desigual en las distintas sociedades islámicas. En países como Arabia Saudita se siguen de modo riguroso y la vida ciudadana se interrumpe cinco veces al día para la oración, pero en los países más laicos, como Turquía, muchos musulmanes solo oran los viernes en la mezquita.
El piso de las mezquitas suele estar enmoquetado o cubierto de alfombras porque el musulmán transita en su interior descalzo para evitar la entrada de impurezas en el recinto sagrado. Los zapatos se dejan en la puerta o se llevan en la mano unidos por las suelas. Cerca del mihrab o nicho de oración suele haber un minbar (púlpito), un mueble de madera, a veces muy elaborado y antiguo, en el que se instala el imán que dirige la plegaría para que la asamblea de los fíeles lo vea y lo escuche sin dificultad. El imán ocupa el penúltimo peldaño por respeto al Profeta, que predicó desde el peldaño más alto.
El islam es muy crítico en sus textos con la acumulación de riqueza y la usura. El impuesto para los pobres (zakat) se mide por la conciencia de cada individuo, que debe tener en cuenta que su generosidad o su avaricia resplandecerán en el Juicio Final.
El ayuno (sawm), obligatorio para todo musulmán desde la edad de la pubertad[15], se realiza en el Ramadán, el noveno mes del calendario islámico, el que conmemora la primera revelación de Mahoma en la cueva del monte Hira. Durante ese mes, mientras dure la luz diurna, el musulmán se abstiene de comer, beber, fumar y copular. Al final del mes se celebra la fiesta de Fin del Ayuno (id al-Fitr) con un sermón (jutba) comunal en un oratorio de campaña (musalla) fuera de las murallas.
Durante el Ramadán los musulmanes se levantan antes de que amanezca y toman un desayuno copioso (sahur) que compense el resto del día sin alimento.
En las sociedades islámicas más relajadas, el ayuno se observa de modo más bien simbólico. A veces solo se abstienen de fumar.
Las grandes fiestas del calendario musulmán son el mencionado Fin del Ayuno (id al-Fitr) y la Fiesta de los Sacrificios (id al-Adha), en la que se sacrifica un cordero en memoria del sacrificio de Abraham, una costumbre que causaba y causa cierto trastorno a las economías más débiles. En al-Andalus se celebraba, además, con otros manjares, especialmente trigo con leche, en recuerdo del primer alimento que tomó Amina, la madre de Mahoma, después de dar a luz al Profeta. En la señalada ocasión el musulmán pudiente estrenaba traje. La gente salía a la calle a manifestar su alegría rociando a amigos y vecinos con agua de rosas y regalándose cítricos y flores.
La peregrinación a la Kaaba (hach) no es obligatoria para los locos, para los pobres y para los enfermos. Las mujeres pueden participar siempre que vayan acompañadas por un hombre con el que no puedan casarse legalmente (mahram), o sea, el padre o un hermano. El peregrino se corta el pelo y las uñas, calza sandalias y viste un atuendo ceremonial (hiram) consistente en dos piezas abiertas de paño limpio, una anudada a la cintura que cae hasta las rodillas y otra en los hombros. Durante la peregrinación no se afeita, ni se pela, ni caza, ni mantiene relaciones sexuales.
Cuando avista a lo lejos la Kaaba el peregrino prorrumpe en jaculatorias: «¡Labbayka! ¡Labbayka!»
Lugares santos de peregrinación a La Meca, (imagen que a la del libro por tener peor definición)
En La Meca el peregrino da siete vueltas rituales (tawaf) en torno a la Kaaba e intenta besar la piedra negra que, Mahoma colocó en el muro del santuario. Después bebe agua en el pozo Zamzam en el centro del patio de la Gran Mezquita. La piadosa leyenda sostiene que Agar, la madre del primer hijo de Abraham, Ismael (antepasado de Mahoma y fundador de la nación islámica), vagaban por La Meca aquejados de sed cuando Allah se apiadó de ellos e hizo brotar un manantial en una huella dejada en el polvo por el pie de Agar. La mujer gritó: «¡Zam, zam!» (Para, para), y de ahí proviene el nombre del pozo.
El devoto debe recorrer siete veces la distancia comprendida entre los cerros as-Safa y Marwa para rememorar el vagabundeo de Agar e Ismael en busca del agua. Lo hacen a velocidad cada vez mayor y sin dejar de recitar pasajes del Corán. Actualmente se ha construido entre los dos cerros un amplio corredor dotado con aire acondicionado para comodidad del peregrino.
El siguiente paso del peregrino es dirigirse a Mina, a ocho kilómetros de La Meca, y pasar una noche rezando. Al amanecer, se encamina al monte Arafat, a quince kilómetros, en pleno desierto, para pasar la tarde rezando. Después regresa a Mina y prepara la fiesta del sacrificio (‘id al-Adha).
‘Id al-Adha conmemora la sumisión de Abraham cuando Allah le ordenó sacrificar a su hijo Ismael y la compasión divina cuando, después de la prueba, le permitió sustituir al muchacho por un cordero. La fiesta se conmemora en todo el mundo islámico sacrificando un cordero o cualquier otro animal permitido.
Después de la fiesta, se celebra un último rito consistente en apedrear tres pilares (‘amad) que simbolizan a Satanás, en el camino de regreso a La Meca. El peregrino lanza siete piedras contra cada pilar al grito de «¡Allah es el más grande!» (¡Allah akbar!). A veces la multitud de los creyentes es tan compacta que las piedras de los más retrasados se quedan cortas y lesionan a los más adelantados.
La multitud que se congrega es tan numerosa y fervorosa que, con cierta frecuencia, ocurren estampidas que se saldan con numerosos muertos por aplastamiento[16].
La familia real saudí, custodia de los santos lugares, ha invertido enormes sumas de dinero en la construcción de una infraestructura que facilite los ritos de los peregrinos. Además de un complejo hotelero, con establecimientos de diversas categorías acordes con las distintas economías, existen cómodos lugares de acampada para los que prefieren pernoctar en tiendas, como antiguamente. Se han trazado autopistas de diez carriles entre La Meca y Mina, así como el referido amplio corredor dotado de aire acondicionado entre los cerros de as-Safa y Marwa, itinerario ritual de Agar e Ismael en busca de agua.
Algunos creyentes desaprueban estas inversiones millonarias y piensan que los hoteles de lujo y los peregrinos acaudalados, que viajan en limusinas y pagan a los pobres para que guarden cola por ellos, vulneran el espíritu de equidad, justicia y compasión que predica el islam. En cualquier caso debe tenerse en cuenta la incomodidad que acarrea la concentración de hasta tres millones de peregrinos sometidos a altas temperaturas en una ciudad del desierto.