7. EL ISLAM EN BUSCA DE IDENTIDAD

ANDALUCÍA SOLIDARIA

EQUÍVOCOS Y PREJUICIOS SOBRE EL ISLAM A LA LUZ DEL 11 DE SEPTIEMBRE

La crisis del 11 de septiembre ha vuelto a resucitar los equívocos y prejuicios que sobre los pueblos islámicos han anidado en Occidente desde hace décadas, ahora bajo un escenario más amenazante si cabe. Conviene aclarar algunas ideas básicas. Los atentados fueron perpetrados por un grupo reducido de personas que representan a un sector insignificante de una comunidad compuesta por más de mil millones de creyentes en todo el mundo. Por tanto, las acciones de respuesta, puestas en marcha ya por la coalición internacional, deberán ir encaminadas a identificar y juzgar a los autores materiales del bárbaro acto. Cualquier otro intento de extender las imputaciones a un colectivo más amplio, efectuar un juicio general contra una cultura o minimizar los daños que se puedan ocasionar a cientos de inocentes representará una injusticia comparable a la que provocaron los terroristas sobre más de seis mil vidas. El ataque, sin embargo, contiene elementos simbólicos que es útil intentar desentrañar.

Todo esfuerzo por encerrar al islam en un cuerpo unitario de ideas y comportamientos culturales lleva probablemente al fracaso. Ni tan siquiera el concepto de civilización encaja para calificar a un conjunto innumerable de pueblos dispares que van desde los árabes y los bereberes hasta los persas, los turcos, los mongoles, los sudaneses o los pastunes, etnia mayoritaria de Afganistán. Tampoco vale para identificar verticalmente a un país: dentro de Egipto, por ejemplo, conviven divergentes ideas sobre el islam: desde la visión más fundamentalista de la Yihad Islámica, hoy asociada a Bin Laden, hasta la pragmática y moderada del presidente Hosni Mubarak o la agnóstica de las fuerzas progresistas, eso sí de escasa incidencia popular.

Los países de mayoría islámica atraviesan una suerte de encrucijada de identidad desde la caída del imperio otomano, que clausuró los siglos de esplendor árabe antes de que Occidente, principalmente Francia e Inglaterra, se cerniera sobre sus cenizas. Fueron los movimientos nacionalistas de principios y mediados de siglo quienes sacudieron el yugo del colonialismo, no sin que se abrieran profundas heridas culturales y políticas con los países europeos. Liderados por el régimen egipcio de Gamal Abdel Nasser, Argelia, Libia, Siria, Irak o Yemen se fueron sumando paulatinamente a una corriente socializante, copia cochambrosa del sistema soviético que tan buen predicamento tuvo en los estados subdesarrollados de los años cincuenta o sesenta. La irrupción de las fuerzas progresistas abrió en los países islámicos la puerta a la comúnmente conocida como modernidad. Se trasladó miméticamente de Occidente, principalmente de los países del Este, el ordenamiento jurídico, las formas de administración política, las pautas morales de comportamiento y se relajaron las costumbres islámicas como un signo inequívoco de salto al futuro. Cualquier imagen de El Cairo o Beirut de los años sesenta, salpicadas de minifaldas y atuendos a la manera occidental, da idea de los cambios sociales que se avecinaban en el inamovible mundo islámico. Pero los nacionalismos socializantes perdieron fuelle, devinieron en sistemas totalitarios, con nula participación política, ineficaces estructuras administrativas y las reformas económicas profundizaron la miseria de los pueblos. Las clases dirigentes despreciaron, sobre todo, que la islámica era una religión muy viva con hondas raíces populares. El islamismo emergió entonces como fuerza aglutinadora con capacidad inusitada de movilización y de ofrecer una identidad cohesionada y diferenciada de la marea universal occidentalizadora. La búsqueda de una identidad propia a través del islam es un hecho capital en toda la controversia que nos ocupa.

La revolución islámica de Irán marcó la pauta e inauguró un modeló para todos los grupúsculos integristas que ganaban terreno día a día. Toda fuente de inspiración política y religiosa está en el Corán, venían a decir los renovados líderes fundamentalistas en una reedición del secular litigio entre reformistas y puristas islámicos, cuyo pulso se mantiene desde que existe el islam.

Dos hechos son pues incontestables. Que las sociedades islámicas viven bajo un altísimo grado de religiosidad popular, y que los movimientos integristas que convierten su fe y la vuelta al Corán en un motor de acción política son minoría, aunque se apoyen ocasionalmente en la premisa anterior. El islam cuenta también con un principio singular a diferencia del cristianismo. Política y religión caminan indisolublemente unidas: el Corán es fuente de inspiración espiritual pero también organiza la administración del estado y el ordenamiento jurídico. Es la conocida como «sharía» o ley islámica, que rige la vida de algunos países fundamentalistas, como los estados del Golfo, Irán o Afganistán. Con todo, es preciso subrayar que el Corán apenas proporcionaba un corpus jurídico que ordenaba la vida de la primitiva sociedad del siglo VII en Arabia Saudí, insuficiente a todas luces para orientar la complejidad de los regímenes actuales. Para subsanar esa laguna, los doctores de las escuelas coránicas establecen jurisprudencia y buscan soluciones que no violenten la esencia islámica a las nuevas situaciones de la sociedad moderna.

Es cabalgando sobre esta interpretación rigorista del islam que el multimillonario saudí Bin Laden ha orquestado su complejo movimiento que ha puesto en jaque a la principal potencia mundial. El terrorista profesa la misma tendencia que el régimen de Arabia Saudí, principal aliado árabe en la zona de Estados Unidos. El «wahhabismo» nació en el siglo XVIII en la altiplanicie del Nayd y pronto dominó de la mano del jeque lbn Saud gran parte de la Península arábiga. Impuso a golpe de fuego y espada una visión puritana del islam y defendió con ardor la vuelta a los orígenes de los cuatro califas ortodoxos, que siguieron a la muerte de Mahoma. La monarquía que hoy rige el rey Fahd se autoproclamó, además, guardiana de los Lugares Santos del islam, Meca y Medina, que junto a Jerusalén, son las tres ciudades sagradas de más de mil millones de musulmanes. Meca, por ser la ciudad donde nació el profeta, y Medina, adonde emigró (hégira) en el año 622 para reorganizar la toma de la anterior, fecha que marca el inicio de la era musulmana. Según la tradición islámica, la Cúpula de la Roca en Jerusalén fue el último lugar que pisó Mahoma antes de viajar al paraíso o «yenna».

El hecho de que Arabia Saudí albergue los Lugares Santos tiene una significación muy especial para los musulmanes. Bin Landen se apoyó precisamente en la entrada en ese país de las tropas estadounidenses en 1990 con motivo de la guerra del Golfo para declarar «la guerra santa contra el intruso». Ahora, además, instrumentaliza la coartada palestina para concitar la adhesión de millones de musulmanes. Aparte de que el iluminado saudí carezca de legitimidad para enarbolar la bandera palestina, toca un asunto crucial en el mundo árabe e islámico […].

La situación no puede entrañar más riesgos. El bombardeado Afganistán es el escenario mejor imaginado por Bin Laden. El mundo dividido en dos: los que están con el islam y los que se colocan detrás del agresor. Idéntica proclama a la lanzada por Bush tras los atentados del 11 de septiembre: los que no estén con EEUU, estarán con el enemigo. No hay espacio para los matices en esta espiral diabólica en la que nos quieren embarcar.

Es crucial descartar miradas eurocéntricas del mundo y saber diferenciar entre islam, una cultura noble y respetable como la nuestra aunque distinta, e islamismo. Y desterrar estrategias represivas y liquidadoras de las corrientes fundamentalistas que salpican el mundo islámico en las últimas décadas, que no hacen sino perpetuar el mito integrista entre esos pueblos. El caso argelino es flagrante. Occidente apoyó y estimuló el golpe militar contra el FIS, que conquistó el poder en las únicas elecciones democráticas de Argelia en su historia. Hoy el FIS ha sido desplazado por las facciones más oscuras y radicales del integrismo, que han convertido el país en un auténtico baño de sangre. Irán proclamó hace ya veintidós años la revolución islámica y hoy la marea popular empuja a sus dirigentes por senderos reformistas.

Dejemos caminar al mundo islámico según sus propios patrones y que sean ellos quienes salven sus contradicciones culturales y tomen el rumbo que libremente elijan.

CLAVES BÁSICAS DE LA CRISIS

Yihad. Polémico vocablo que ha suscitado la controversia entre los traductores. Literalmente significa «esfuerzo» o «esforzarse», que en el contexto islamista se refiere al sacrificio que debe hacer todo musulmán por defender el islam. Comúnmente se traduce por «guerra santa» con todas las connotaciones de choque civilizacional que ha tenido esta expresión desde la era de las cruzadas.

Shiísmo. Seguidores de Alí, el yerno de Mahoma, quienes creen que el califa o sucesor del profeta debe ser un descendiente suyo. La muerte violenta de Alí y su hijo Hussein dotó a la tendencia de un halo de mártires que aún permanece a lo largo de los años. Doctrina mayoritaria en Irán y muy importante en Irak y Líbano. Los ayatolás impulsan la exportación de su revolución, principalmente en Líbano, donde manejan la facción de Hezbolá, grupo muy activo en su lucha contra Israel. La relación de Irán con el Gobierno talibán y sunní de Afganistán es pésima. Teherán acusa a Kabul de masacrar a la corriente minoritaria shií.

Wahhabismo. Versión ultrarrigorista de la escuela coránica más conservadora, el hanbalismo. Surgió en Arabia Saudí en el siglo XVIII en el altiplano del Nayd. La familia de Al Saud, la dinastía que gobierna el país actualmente, pronto se adhirió a ella y la impuso en toda la península. Arabia Saudí financia gran parte de los grupos islámicos del mundo y defiende la visión más primitiva del islam, apegada a la literalidad del texto coránico. Bin Laden hace bandera de la pureza wahabí y acusa a la monarquía de haber corrompido sus principios. Arabia Saudí ayudó a los talibán, que profesan también la doctrina wahabí, aunque a raíz de la crisis del 11 de septiembre rompió relaciones diplomáticas con ellos.

Sharía. Ley islámica. Corpus jurídico nacido del Corán y de la jurisprudencia dictada por los doctores islámicos de las cuatro escuelas coránicas. Los grupos integristas luchan por imponer la sharía en sus soñados estados islámicos. La ley islámica solo rige actualmente en los estados teocráticos como Irán, Arabia Saudí o Afganistán. El resto de países musulmanes toman su cuerpo jurídico de una mezcla de doctrinas emanadas del Corán pero también y fundamentalmente de las leyes de sus colonizadores, Francia o Inglaterra.

Sunna. Ortodoxia islámica. Corriente mayoritaria que domina prácticamente el mundo islámico, desde el Magreb a Extremo Oriente. Su doctrina se basa en el Corán y en la tradición o «hadices». En Afganistán, representan el ochenta por ciento del credo, mientras que un doce por ciento se confiesa shií.

Talibán. Facción de los muyahidín o combatientes islámicos que lucharon contra la ocupación soviética, formados en las escuelas coránicas de Pakistán («taleb» significa en árabe estudiante). Emergieron de forma fulminante en 1996 y pusieron fin a las luchas intestinas de los muyahidín que desde que desalojaron a las tropas rusas en 1992 se disputaban el control de Kabul. Su mayor disciplina, su ultrarrigorismo y el hecho de pertenecer a la etnia mayoritaria, los pastún, propiciaron su rápido ascenso al poder. Una solución de cierta estabilidad sin contar con los pastún (cuarenta y ocho por ciento de los afganos) parece sumamente improbable. Los muyahidín de la Alianza del Norte, que aglutina a tayikos, uzbecos y hazaras, controlan el diez por ciento del país, y su capacidad de dotar de cohesión a Afganistán en una hipotética toma del poder es muy precaria.

Redacción, Andalucía Solidaria.

Fondo andaluz de Municipios para la solidaridad internacional.

Diputación de Córdoba. Núm. 3, noviembre, 2001.