Transición del analógico al digital

Técnicamente no resultaba posible digitalizar la enorme cantidad de película empleada en un largometraje normal con los relativamente primitivos discos duros de los años ochenta. Así que la solución consistió en almacenar la película en un medio analógico convencional, como la cinta de vídeo o el disco láser, y usar los ordenadores solo para manipular la información sobre qué hacer con esas imágenes: en realidad, controlar por ordenador las máquinas analógicas donde estaban guardadas las imágenes. EditDroid usaba discos láser como medio de almacenamiento y Montage empleaba cintas de vídeo, pero el principio operacional era esencialmente el mismo en ambos sistemas, que podían llamarse «analógico-electrónicos».

A finales de la década de los ochenta, gracias a los avances tecnológicos en la memoria de los ordenadores, llegó a ser posible digitalizar imágenes cinematográficas directamente sobre el disco duro del ordenador. Ésta es la innovación central en la que se basan tanto Avid como Lightworks, que podrían describirse como «digital-electrónicos».

Debido a que lo tenían todo —el medio y la información acerca de ese medio— «bajo un mismo techo», por decirlo así, estos sistemas digitales fueron inherentemente más eficaces, productivos y flexibles que sus predecesores analógicos. Y los propios montadores podían digitalizar la película rápida y eficazmente a partir de cintas de vídeo con el material del día, en lugar de enviarlo a un servicio profesional que lo copiara en disco láser o en muchas cintas de VHS.

Las máquinas digitales fueron acertadamente criticadas en las primeras etapas de su desarrollo debido a su pobre calidad de imagen en comparación, por ejemplo, con los discos láser de EditDroid, pero como la memoria del disco duro fue abaratándose vertiginosamente a lo largo de los años noventa, la calidad de la imagen digitalizada aumentaba en consecuencia, hasta el punto de que tanto a EditDroid como a Montage les resultó cada vez más difícil sobreponerse a la competencia digital.

A pesar de todos esos avances en los sistemas de montaje, a mediados de los años noventa nos encontramos a nosotros mismos atascados en una prolongada «fase de transición» electro-mecánica, que duraba más años de lo que yo hubiera imaginado cuando estaba tan deslumbrado por el CMX allá en 1968. Después de todo, 2001 estaba solo a unos pocos años de distancia, el 33 1/3 pertenecía a la historia, los procesadores de texto habían reemplazado universalmente a las máquinas de escribir eléctricas, y aquí estábamos nosotros escuchando todavía el estruendo de la cruz de Malta de la Moviola, con película marcada por todo el suelo y empalmes, cinta, cestos de recortes y lápices grasos ocupando la sala de montaje. Creo que la conciencia de ese singular retraso tecnológico fue una de las corrientes subterráneas que con más fuerza impulsaron hacia delante el montaje electrónico. La persistencia de la Moviola en la última década del siglo XX es más o menos tan sorprendente como ver una vieja máquina de escribir manual Underwood cargada en una lanzadera espacial.

¿Qué estaba pasando?