Una constelación de puntos que parpadean

Junto con estas líneas, sería fascinante tomar una película infrarroja de un público y descubrir cuándo y en qué ocasiones parpadea la gente cuando está viendo una película. Mi sospecha es que si el espectador está realmente absorbido por la película, va a estar pensando (y en consecuencia parpadeando) al ritmo de esa película.

Hay un efecto maravilloso que se puede producir proyectando luz infrarroja directamente en línea con la lente de una cámara. Los ojos de todos los animales (incluyendo los de los seres humanos) devolverán parte de esa luz directamente a la cámara, y se verán puntos brillantes en el lugar de los ojos. Se trata de una versión del efecto de los ojos rojos en las fotos familiares tomadas con flash.

Si se toma una película infrarroja de alto contraste de un público viendo una película, colocando la cámara sobre el escenario y alineando la fuente de luz directamente con la cámara, se verá una constelación de esos puntos contra un fondo negro. Y cuando alguien del publico parpadee se verá una interrupción momentánea de dos de esos puntos.

De ser cierto, si hubiera veces en que esos mil puntos parpadeasen más o menos al unísono, el cineasta tendría a su disposición un instrumento enormemente poderoso. Un parpadeo coherente representaría una sólida indicación de que los espectadores estaban pensando juntos, y de que la película estaba funcionando. Pero cuando el parpadeo se hiciera disperso, ello indicaría que podía estar perdiendo su público, que este había empezado a pensar dónde iría a cenar o si el coche estaba bien aparcado, etc.

Cuando la gente está profundamente «dentro» de una película, nos damos cuenta de que nadie tose en ciertos momentos, incluso aunque puedan estar resfriados. Si la tos fuera simplemente una respuesta autónoma al humo o a la congestión, sería aleatoriamente constante, al margen de lo que estuviera sucediendo en la pantalla. Pero el público se contiene en determinados momentos, y creo que el parpadeo es algo equivalente a las toses en ese sentido. Existe una famosa grabación en vivo del pianista Sviatoslav Richter tocando los Cuadros para una exposición de Mussorgski durante una epidemia de gripe en Bulgaria hace muchos años. Lo que pasaba estaba tan claro como el día: mientras estaba tocando ciertos pasajes, nadie tosía. En esos momentos, gracias a su arte él era de capaz de suprimir el impulso de toser de 1.500 personas enfermas.

Pienso que esta atención subconsciente al parpadeo puede encontrarse también como factor oculto de la vida cotidiana. Algo que puede hacernos sentir miedo de determinada persona es que percibamos, inconscientemente, que su parpadeo no es el apropiado. «Está parpadeando demasiado» o «No está parpadeando bastante» o «Está parpadeando en el momento equivocado». Lo que significa que no nos está escuchando de verdad, pensando a la par que nosotros.

Mientras que alguien que está realmente concentrado en lo que decimos parpadeará en los momentos oportunos con una frecuencia apropiada, y nos sentiremos a gusto en su presencia. Creo que nos damos cuenta de esas cosas intuitivamente, de forma subconsciente, sin que nadie nos lo haya contado, y no me sorprendería descubrir que es parte de nuestra estrategia interior para relacionarnos con los demás.

Cuando sugerimos que alguien es un mal actor, naturalmente no estamos diciendo que sea una mala persona. Solo decimos que no está tan completamente metido en el personaje como quiere hacernos creer, y que la situación le pone nervioso. Esto puede verse con claridad en las campañas políticas, donde a veces hay una clara diferencia entre quién es alguien y quién se pretende que los votantes crean que es: algo estará siempre mal en la frecuencia y el momento en que esas personas parpadean.

Esto me vuelve a llevar a una de las responsabilidades centrales del montador, que consiste en establecer un ritmo interesante y coherente de emoción y pensamiento —a la más pequeña y más grande escala— que permita al espectador confiar, entregarse a la película. Sin saber por qué, una película pobremente montada hará que el espectador se retraiga, diciéndose inconscientemente a sí mismo: «Hay algo disperso y nervioso en la manera en que la película está pensando, en la forma en que se presenta a sí misma. No quiero pensar de esa forma; por lo tanto, no voy a entregarme del todo a la película». Mientras que una buena película que esté bien montada parece una emocionante extensión y elaboración de los propios sentimientos y pensamientos del espectador, quien por esta razón se entregará a la película, tal como la película se le entrega a él.