Bajo estas consideraciones está la preocupación fundamental de un montador, que debería ponerse en el lugar del espectador. ¿Qué va a pensar el espectador en un momento determinado? ¿Dónde va a mirar? ¿Qué queremos que piense? ¿Qué necesita pensar? Y, por supuesto, ¿cómo queremos que se sienta? Si tenemos eso en la cabeza (y en eso consiste la preocupación de cualquier mago) nosotros también seremos una especie de magos. No en el sentido sobrenatural, sino unos magos corrientes y trabajadores.
El trabajo de Houdini consistía en crear una sensación de asombro, y para conseguirlo no quería que nadie mirase aquí (a la derecha) porque ahí era donde se estaba desembarazando de sus cadenas, así que encontró la manera de que todo el mundo mirara allí (a la izquierda). Estaba «desviando la atención», como dicen los magos. Estaba haciendo algo para que el noventa y nueve por ciento del publico mirase donde él quería. Un montador puede hacer eso, lo hace, en efecto, y debe hacerlo.
Sin embargo, a veces uno se enfrasca en los detalles y pierde de vista el conjunto. Cuando me sucede eso, normalmente es porque he estado mirando la imagen como la miniatura que es en la sala de montaje, más que viéndola como el mural que llegará a ser cuando se proyecte en un cine. Algo que devuelve rápidamente la perspectiva correcta es imaginarnos a nosotros mismos muy pequeños y a la pantalla muy grande y suponer que estamos viendo la película acabada en una sala de mil asientos abarrotada de gente, y que ya no se pueden hacer más cambios. Si todavía nos gusta lo que estamos viendo, probablemente estará bien. Si no, lo más seguro es que se nos ocurra algo para corregir el problema, cualquiera que este sea. Uno de los trucos que uso para ayudarme a tomar esta perspectiva consiste en recortar muñecos de papel —un hombre y una mujer— y poner uno a cada lado de la pantalla de montaje. El tamaño de los muñecos (unos pocos centímetros de alto) es proporcionalmente adecuado para que la pantalla parezca medir unos nueve metros.