Escena I

Parque del rey de Navarra.

Entran HOLOFERNES, SIR NATANIEL y DULL

HOLOFERNES.—Satis quod sufficit[61].

NATANIEL.—Ruego a Dios por vos, señor. Las razones que nos habéis dado en la mesa han sido agudas y sentenciosas; agradables sin grosería, ingeniosas sin afectación, audaces sin imprudencia, sabias sin pretensión y originales sin herejía. He conversado cierto día, quondam, con uno de los favoritos del rey, que se titula, llama o apellida don Adriano de Armado.

HOLOFERNES.—Novi hominem tanquam te[62]. Su temple es altivo, su palabra concluyente, su lengua cortante, su mirada ambiciosa, su porte majestuoso y sus maneras, en general, vanas, ridículas y jactanciosas. Es demasiado hinchado, demasiado emperifollado, demasiado extravagante, como si dijéramos, demasiado peregrinesco, si puedo expresarme así.

NATANIEL.—¡Epíteto singular y escogido! (Sacando su libro de notas.)

HOLOFERNES.—Devana el hilo de su verbosidad más finamente que la hebra de su argumentación. Detesto a esos fanáticos caprichosos, a esos tipos insociables y de extraordinaria precisión; a esos verdugos de la ortografía, que pronuncian a pedacitos, por ejemplo, dout en lugar de doubt; det, en vez de debt, d, e, b, t, y no d, e, t; que por calf dicen cauf, por half, hauf; que a neighbour «vocatur» nebour, y que abrevian neigh en ne. Es «abhominable» (ellos articularían «abominable»). ¡Esto me trae loco! Anne intelligis, domine[63]? ¡Es para volverse frenético, lunático!

NATANIEL.—Laus Deo, bone intelligo.

HOLOFERNES.—Bone? Bone, por bene. Rascáis un poco prisciano[64]; pero no importa.

Entran ARMADO, MOTH y COSTARD

NATANIEL.—Videsne quis venit?[65].

HOLOFERNES.—Video, et gaudeo[66].

ARMADO (A MOTH.).—«¡Pelitre!».

HOLOFERNES.—¿Quare «pelitre», y no belitre?

ARMADO.—¡Bien hallados, hombres de paz!

HOLOFERNES.—¡Salud el más militar de los señores!

MOTH (Aparte a COSTARD.).—¡Han asistido a un gran festín de lenguas, y han robado las sobras!

COSTARD.—¡Oh! ¡Desde hace mucho tiempo viven de la limosna de las palabras! Me asombra que tu amo no haya comido todavía, como si fueses tú una palabra, pues de pies a cabeza no pareces más largo que honorificabilitudinitatibus. Eres más fácil de engullir que un flap dragon[67].

MOTH.—¡Silencio! El chisporroteo principia.

ARMADO (A HOLOFERNES.).—Monsieur, ¿no sois hombre de letras?

MOTH.—Sí, sí, enseña a los niños el alfabeto. ¿Qué es lo que hacen e y b, deletreadas al revés, con un cuerno sobre la cabeza?

HOLOFERNES.—Be, pueritia, con un cuerno añadido.

MOTH.—¡Be! ¡Un be… cerro con un cuerno, impertinente be… litre! ¡Ya veis lo que sabe!

HOLOFERNES.—Quis, quis, tú, ¿consuena?

MOTH.—Con la tercera de las cinco vocales, si las repetís; o con la quinta, si soy yo.

HOLOFERNES.—Voy a repetirlas: a…, e…, i…

MOTH.—¡El becerro! Las otras dos terminan: o…, u… [68]

ARMADO.—¡Bien! ¡Por las ondas saladas del Mediterráneo! ¡Un magnífico golpe! ¡Un vivo botonazo de ingenio! Snip, snap, rápido y a fondo. ¡Esto regocija mi entendimiento! ¡Espíritu puro!

MOTH.—Presentado por un niño a un carcamal, cuyo espíritu es viejo.

HOLOFERNES.—¿Cuál es la figura retórica? ¿Cuál es la figura retórica?

MOTH.—Cuernos.

HOLOFERNES.—Disputas como niño que eres. Vete a jugar al trompo.

MOTH.—Prestadme vuestro cuerno para fabricar uno, y yo daré un trompazo a vuestra infamia, circum circa[69] ¡Hacer un trompo del cuerno de un cornudo!

COSTARD.—Aunque no tuviera en el mundo más que un penique, te lo daría para que te comprases una torta de jengibre. ¡Toma, ahí va la remuneración que recibí de tu amo, bolsa de medio maravedí de ingenio, huevo de paloma de discreción! ¡Oh! ¡Que te hubiese forjado el cielo no más que mi bastardo! ¡Qué dichoso padre habrías hecho de mí! Anda; tienes ingenio ad dunghill[70], hasta la punta de los dedos, como vulgarmente se dice.

HOLOFERNES.—¡Oh! Eso hiede a mal latín. ¡Dunghill por unguem!

ARMADO.—Bachiller en artes, praeambula. No tratemos con los bárbaros. ¿No educáis a la juventud en la escuela gratuita de lo alto de la montaña?

HOLOFERNES.—O del mons, el monte.

ARMADO.—Con vuestro amable permiso, de la montaña.

HOLOFERNES.—Sí, sin disputa.

ARMADO.—Señor, es deseo augusto y afectuosa del rey, que se felicite hoy a la princesa en su pabellón durante la parte trasera del día, o lo que la zafia muchedumbre denomina tarde.

HOLOFERNES.—La parte trasera del día, generoso señor, es una expresión adecuada, congrua y conveniente para la tarde; vocablo bien escogido, selecto, sonoro y apto, os lo aseguro, señor, os lo aseguro.

ARMADO.—Caballero, el rey es un noble hidalgo, mi familiar, os lo garantizo, y mi excelente amigo. La razón de esta familiaridad entre nosotros, quédese aquí. «Te ruego que apees todo tratamiento… Suplícote que te cubras…». Esto es lo que me dice, entre otras cosas más importantes más serias, más graves, en verdad. Pero no hablemos de eso. Porque todavía debo decirte que place a Su Gracia (lo juro por el universo) apoyarse algunas veces en mis pobres hombros y juguetear con sus reales dedos en mi excrescencia, es decir, en mi mostacho. Pero, querido mío, no adelantemos más. Por el universo, que no cuento ninguna fábula. Su Majestad se digna dar determinadas muestras de deferencia honrosa, eminentemente especial, a Armado, a un soldado, a un viajero que ha visto el mundo. Pero pasemos eso. Lo cierto del caso es (mas os imploro el secreto, apreciable amigo) que él quisiera que ofreciese yo a la princesa, a esa dulce paloma, algún espectáculo delicioso: pantomima, mascarada, farsa burlesca o fuegos artificiales. Ahora, sabiendo que el cura y vuestra distinguida persona sois diestros en esta clase de improvisaciones y súbitas explosiones de hilaridad, por decirlo así, os lo he comunicado al propio tiempo, para solicitar, por último, vuestra cooperación.

HOLOFERNES.—Señor, podemos representar ante la princesa Los nueve paladines. Maese Nataniel: se trata de nuestra cooperación en algún entremés a la moda, en cierto espectáculo que en la parte trasera de hoy ejecutaremos ante la princesa por orden del rey y de este apuesto, ilustrado y sapientísimo caballero. Yo digo que no hay nada tan a propósito como representar Los nueve paladines.

NATANIEL.—¿Dónde hallaréis intérpretes dignos de semejante representación?

HOLOFERNES.—Vos mismo haréis de Josué. Yo, o este galante hidalgo, de Judas Macabeo. Ese patán, en atención a sus largos miembros y junturas, personificará a Pompeyo el Grande. El paje se encargará de Hércules…

ARMADO.—Perdón, señor, os equivocáis. No tiene proporción bastante para el pulgar de ese paladín; ni es tan grueso como la extremidad de su clava.

HOLOFERNES.—¿Puedo ser oído? Representará a Hércules en su minoridad. Sus enter y sus exit consistirán en estrangular a una serpiente, a cuyo fin compondré yo una apología.

MOTH.—¡Excelente recurso! De este modo, si alguien del auditorio silba, podéis exclamar: «¡Bravo, Hércules! ¡Ahoga ahora a la serpiente!». He ahí el medio de hacer graciosa una ofensa, aunque tengan pocos la gracia de inventarla.

ARMADO.—¿Y de los demás paladines?…

HOLOFERNES.—Yo solo me encargo de tres.

MOTH.—¡Triplemente digno caballero!

ARMADO.—¿Puedo deciros una cosa?

HOLOFERNES.—Atendemos.

ARMADO.—Si esto no resulta, representaremos una farsa burlesca. Seguidme, os suplico.

HOLOFERNES.—¡Via, bravo Dull! Durante este tiempo no has abierto la boca.

DULL.—No he entendido nada absolutamente, señor.

HOLOFERNES.—Allons! Nosotros te emplearemos.

DULL.—Podré figurar en algún baile o cosa así, o tocaré el tambor a los paladines para que dancen una ronda.

HOLOFERNES.—Honrado Dull, obtuso Dull, a nuestra representación. ¡Adelante! (Salen).