El mismo lugar.
Entran HOLOFERNES[36], SIR NATANIEL y DULL
NATANIEL.—Es una reverenda caza, en verdad, y hecha con el testimonio de una buena conciencia.
HOLOFERNES.—El ciervo, como sabéis, estaba nadando en sanguis, en sangre; maduro como una pera de agua, que cuelga, semejante a una joya, de la oreja del coelo, del cielo, del firmamento, y que en seguida cae, tal un fruto silvestre, sobre la faz de la terra, de la tierra, del continente, del suelo.
NATANIEL.—A decir bien, maese Holofernes, los epítetos no pueden estar más agradablemente variados, como verdadero sabio que sois. Pero, señor, os aseguro que era un gamo de primera leche.
HOLOFERNES.—Sir Nataniel, haud cred[37].
DULL.—No era un haud credo, sino un cervatillo.
HOLOFERNES.—¡Oh, la más disparatada de las observaciones! Sin embargo, es una insinuación, como si dijéramos, in via, en camino, de explicación; para facere, por llamarlo así, una réplica, o, lo que es igual, para ostentare, esto es, mostrar, su opinión…, aunque de una manera abrupta, impolítica, grosera, inculta, ineducada, o más bien iletrada, o todavía mejor, inexperta…, por confundir mi haud credo con un cervato.
DULL.—Decía que el gamo no era un haud credo, sino un cervatillo.
HOLOFERNES.—¡Simplicidad dos veces enfatuada! Bis coctus![38] ¡Oh, monstruo de ignorancia, qué deforme pareces!
NATANIEL.—Señor, no ha gustado las delicadezas que se hallan en los libros. No ha comido papel ni bebido tinta, como si dijéramos. Su entendimiento no está abastecido. No es más que un animal sensible en sus partes groseras. Que tales plantas estériles se exponen a nuestras miradas, no sino para que nosotros, los hombres de gusto y sentimiento, nos mostremos agradecidos de poseer una fecundación de que ellas no gozan. Porque de la misma manera que a mí me sentaría mal el papel de imbécil, indiscreto o idiota, así también ese necio no pasaría de tal, aunque asistiese a la escuela para convertirse en sabio. Pero omne bene[39], digo yo, siguiendo la máxima de un padre de la Iglesia: «Muchos que pueden soportar la lluvia, no quieren el viento».
DULL.—Los dos sois unos sabios; pero con vuestro talento y todo, ¿podríais decirme quién tenía un mes cuando nació Caín, y ahora, sin embargo, no cuenta cinco semanas?
HOLOFERNES.—¡Dictina[40], mi bravo Dull; Dictina, mi bravo Dull!
DULL.—¿Qué es Dictina?
NATANIEL.—Uno de los nombres de Febé, la hija de Urano, la Luna.
HOLOFERNES.—La Luna tenía un mes cuando Adán no tenía más, y no contaba cinco semanas cuando él tocaba ya cinco veintenas. Pueden cambiarse los nombres; la alusión no cambia.
DULL.—En efecto, la colisión no cambia.
HOLOFERNES.—¡Dios venga en ayuda de tu capacidad! Digo que la alusión no cambia.
DULL.—Y yo digo también que la pulución no cambia, pues la Luna no cambia nunca más de un mes, y añado que lo que la princesa ha muerto ha sido un cervatillo.
HOLOFERNES.—Sir Nataniel, ¿queréis oír un epitafio improvisado sobre la muerte del gamo? Para halagar el humor de este ignorante, llamaré cervatillo al gamo que ha matado la princesa.
NATANIEL.—Perge, buen maese Holofernes, perge. Plázcaos no incluir en él ninguna bufonería.
HOLOFERNES.—Me he permitido ciertas aliteraciones, lo que arguye facilidad:
La multimatadora princesa ha traspasado y abatido un hermoso ciervo singular.
Unos le llaman sore; mas no es un sore, en tanto no haya sido herido en caza[41].
Ladran los perros. Añadid una L a sore, y entonces un sore de tres años[42] saldrá de la espesura.
Gamo, sore o sorel, las gentes lanzan gritos.
Si un sore es un sorel, una L agregada a sore hace cincuenta sores. ¡Oh, desgraciada L[43]!
Del pobre sore hago cien, adicionándole una L más.
NATANIEL.—¡Raro talento!
DULL.—(Aparte.) Si el talento es una garra, ved cómo agarra con talento[44].
HOLOFERNES.—Es un don que poseo, simple, muy simple; un extravagante espíritu loco, lleno de formas, de figuras, de imágenes, de objetos, de ideas, de percepciones, de movimientos, de revoluciones: todo ello engendrado en el ventrículo de la memoria, nutrido en la matriz de la pia mater y dado a luz en la madurez de la ocasión. Pero este don es sobre todo agradable para aquéllos en quienes el ingenio es agudo, y de esto me siento sumamente agradecido.
NATANIEL.—Sir, doy por vos las gracias al Señor, y otro tanto pueden hacer mis feligreses, ya que con tanto aprovechamiento educáis a sus hijos y que sus hijas adelantan notablemente bajo vuestra dirección. Sois un excelente miembro de la comunidad.
HOLOFERNES.—Mehercle[45]! Si sus hijos están dotados de capacidad, no les faltará instrucción. Si sus hijas tienen disposiciones, yo les haré que germinen. Mas vir sapit qui pauca loquitur[46]. Un alma femenina nos saluda.
Entran JAQUINETA y COSTARD
JAQUINETA.—Buenos días os dé Dios, padre cura.
HOLOFERNES.—¡Padre cura! O uno u otro. Si uno de los dos hubiera de ser padre, ¿quién lo sería?
COSTARD.—Pardiez, señor maestro de escuela, el cura es padre.
HOLOFERNES.—¿Que es padre? Excelente chiste, como un diamante en bruto, fuego bastante para un pedernal, perla suficiente para un basurero. Admirable; está muy bien.
JAQUINETA.—Señor cura, ¿queréis ser tan bueno que me leáis esta carta? Me ha sido entregada por Costard y remitida por don Armado. (Dándole una carta.) Os lo suplico, leédmela.
HOLOFERNES.
Fauste, precor, gelida quando pecus omne sub umbra
Ruminat…[47]
Et coetera! ¡Ah, buen viejo mantuano! De ti puedo decir lo que el viajero de Venecia:
Venetia, Venetia,
Chi non te vede, non te pretia.
¡Viejo mantuano! ¡Viejo mantuano! Quien no te comprende no te ama. Ut, re, sol, la, mi, fa. Con perdón, señor, ¿qué contiene esta carta? O más bien, como dice Horacio en su… ¡Cómo! ¡Por mi alma! ¿Versos?
NATANIEL.—Sí, señor; y muy doctos.
HOLOFERNES.—Recitadme una estrofa, una estancia, un verso. Lege, domine.
NATANIEL (Leyendo.)
Nunca obliga un juramento, si no se hace a la belleza.
Si el amor me hace perjuro, ¿cómo amor puedo jurar?
Aun infiel conmigo mismo, fiel seré a tu gentileza
Mis ideas, que eran robles, mimbres son a mi pesar.
Yo abandono el arduo estudio, y en el libro de tus ojos,
tabernáculos que guardan mil ensueños de placer,
sin buscar otras materias, hallan siempre mis antojos
ciencia humana, hábil cariño, nuevas cosas que aprender.
Gusta el alma del que ignora, contemplar sin asombrarse;
y yo admiro, y es mi elogio, tus divinas perfecciones.
Igneos rayos son tus ojos, tu voz trueno al enojarse;
y, sin ira, llama célica, dulce lira de áureos sones.
¡Oh, perdona, amor, la audacia que en mis cláusulas encierra!
Voz celeste necesitas, no un acento de la tierra.
HOLOFERNES.—Saltáis el apóstrofo, y perdéis, por tanto, el acento. Permitidme revisar la cancioneta. Aquí está observada rigurosamente la cantidad silábica; pero en cuanto a la elegancia, la facilidad y la cadencia de oro de la poesía, caret. ¡Ovidio Nasón era el hombre! Y ¿por qué, a decir verdad, se llamaba Nasón, sino porque sabía aspirar las flores odoríferas de la fantasía, los rasgos de la invención? Imitari no es nada. El perro imita a su amo, el mono a su guardián, el caballo enjaezado a su jinete. Pero, damisela virgen, ¿va esto dirigido a vos?
JAQUINETA.—Sí, señor; por cierto monsieur Berowne, uno de los señores de la reina extranjera.
HOLOFERNES.—Examinemos el sobrescrito. «A la mano, blanca como la nieve, de la bellísima dama Rosalina». Veamos todavía el significado de la carta, para conocer la nominación de la parte escribiente a la persona escrita. «Señora, a las órdenes de Vuestra Señoría en todo lo que tenga a bien prescribirme. Berowne». Sir Nataniel, este Berowne es uno de los que han hecho juramento con el rey; y aquí ha forjado esta carta para una del cortejo de la reina extranjera, carta que, por casualidad o por vía de adelanto, ha equivocado la dirección. Deslizaos y partid, querida. Entregad esta carta en las reales manos de Su Majestad. Puede concernirle en extremo. No te detengas en cumplidos. Te dispenso de ellos. Adiós.
JAQUINETA.—Buen Costard, acompáñame. Señor, Dios guarde vuestra vida.
COSTARD.—Soy contigo, muchacha. (Salen COSTARD y JAQUINETA.)
NATANIEL.—Señor, habéis obrado en esto muy religiosamente y en el temor de Dios, y como dice cierto padre de la Iglesia…
HOLOFERNES.—No me habléis de padre alguno de la Iglesia, señor. Siento horror por toda perfección perfecta. Pero volviendo a los versos: ¿es que os gustan, sir Nataniel?
NATANIEL.—Se hallan maravillosamente escritos.
HOLOFERNES.—Estoy invitado a comer hoy en casa del padre de un discípulo mío, donde, si antes de la comida tenéis a bien bendecir la mesa con alguna gracia, podría yo, gracias al privilegio de que gozo cerca de los padres del susodicho niño o alumno, procuraros un ben venuto[48]. Allí os demostraré que esos versos son muy indoctos, sin sabor poético, ingenio ni invención. Os suplico vuestra compañía.
NATANIEL.—Y yo os doy las gracias; que la compañía, dice el proverbio, es la felicidad de la vida.
HOLOFERNES.—Y, ciertamente, el proverbio concluye del modo más infalible. (A DULL.) Señor, vos también quedáis invitado. No me digáis que no: pauca verba[49] ¡Adelante! Los caballeros están en su caza y nosotros estaremos en nuestra recreación. (Salen.)