Otro lugar del parque.
Entran ARMADO y MOTH
ARMADO.—Gorjea, niño; halaga mis oídos.
MOTH.—(Cantando.)
Concolinel…[13]
ARMADO.—¡Lindo aire! Anda, pimpollo, toma esta llave, liberta a aquel patán, y tráele aquí a toda prisa. Voy a emplearle en llevar una carta a mi amor.
MOTH.—Amo mío, ¿queréis conquistar a vuestra amada con un rigodón francés?
ARMADO.—¿Qué quieres decir? ¿Querellar con ella?
MOTH.—No, mi cumplido señor. Se trata simplemente de tararear una jiga con la punta de la lengua, bailar un canario[14] y animarlo con los ojos en alto. Suspiráis una nota y cantáis otra, unas veces con la garganta, como si engulleseis el amor al cantarle; otras veces con la nariz, como si aspirarais el amor al olfatearlo. Hundís vuestro sombrero alicaído sobre la tienda de vuestros ojos; os cruzáis de brazos sobre vuestro estómago encogido, como conejo en asador, o sumergís las manos en vuestras faltriqueras, como personaje de cuadro antiguo[15]. Y no guardéis mucho tiempo el mismo compás; sino una copla, y a otra. Ésos son los procedimientos, ésa es la sal, ésa es la manera de seducir a las muchachas bonitas, que sin eso también se dejarían seducir, y lo que hace a los hombres que se les distinga…, ¿me oís?…, cuando se les observa.
ARMADO.—¿Cómo has adquirido esa experiencia?
MOTH.—Con medio penique de observación.
ARMADO.—Mas ¡ay!… Mas ¡ay!…
MOTH.—(Cantando.)
Del caballo de palo ya nadie se acuerda…[16]
ARMADO.—¿Llamas a mi amada «caballo de palo»?
MOTH.—No, amo mío. El caballo de palo es solamente un potro, y vuestra amada quizá no pase de yegua. Pero ¿ya la habéis olvidado?
ARMADO.—Casi.
MOTH.—¡Estudiante negligente! Aprendéosla de corazón.
ARMADO.—De corazón y por el corazón, muchacho.
MOTH.—Y a contra corazón, señor. Tres cosas que puedo demostrar.
ARMADO.—¿Qué puedes demostrar?
MOTH.—Que llegaré a ser un hombre, si vivo. Y esto con la ayuda del por, del en y del sin. Por corazón la amáis, pues vuestro corazón no puede alcanzarla. En el corazón la amáis, porque vuestro corazón está prendado de ella. Y sin el corazón la amáis, porque es para vos un descorazonamiento no poder conseguirla.
ARMADO.—Estoy en los tres casos.
MOTH.—(Aparte.) Y en muchos más que esos tres; pero, no obstante, como si no estuvierais en ninguno.
ARMADO.—Ve a buscar a ese pastor. Es preciso que me lleve una carta.
MOTH.—¡Un mensajero bien simpático! ¡Un caballo servir de embajador a un burro!
ARMADO.—¡Eh! ¡Eh! ¿Qué estás diciendo?
MOTH.—A fe, señor, que debierais enviar al burro a lomos del caballo, pues es de paso muy perezoso. Pero me voy.
ARMADO.—El camino no es largo. Muévete.
MOTH.—Tan ligero como el plomo, señor.
ARMADO.—¿Qué quieres decir, preciosa criatura? ¿No es el plomo un metal pesado, macizo y lento?
MOTH.—Minime[17], mi honorable amo; o, más bien, amo a secas, no.
ARMADO.—Digo que el plomo es lento.
MOTH.—Sois demasiado ligero, señor, al hablar así. ¿Es lento el plomo que vomita una escopeta?
ARMADO.—¡Ingeniosa humareda de la retórica! Yo soy el cañón y él la bala. Te tiro al pastor.
MOTH.—Pues ¡pum! ¡Y vuelo! (Sale.)
ARMADO.—¡Agudísimo rapazuelo, ingenioso y de libre desparpajo! ¡Excúsame, cielo bendito, de que suspire en tu cara! ¡Ruda melancolía, el valor te cede su lugar!… Mi heraldo está de vuelta.
Vuelve a entrar MOTH con COSTARD
MOTH.—¡Un asombro, mi amo! Os traigo una manzana[18] que se ha roto una tibia.
ARMADO.—¡Algún enigma, alguna adivinanza! Vamos, dinos tu envoy; comienza. COSTARD.—¡Ni enigma, ni adivinanza, ni envío[19], ni ungüento[20] en la malla, señor! ¡Oh, señor! Llantén, un simple llantén[21]. Ni envío, nada de envío; ni ungüento, señor, sino un llantén.
ARMADO.—¡Por la virtud! No se puede por menos de reír escuchándote. Tu estupidez es mi delicia. La agitación de los pulmones provoca en mí ridículas carcajadas. ¡Perdonadme, estrellas! ¡Este idiota toma el ungüento por un envío y el envío por un ungüento!
MOTH.—¿El buen entendedor las toma por dos cosas distintas? ¿El envío no es un saludo[22]?
ARMADO.—No, paje, es un epílogo o discurso para explicar el sentido de algún pasaje obscuro que se ha enunciado antes. Voy a ponerte un ejemplo:
El zorro, la mona y el gato montés
formaban impares, pues sólo eran tres.
Ésta es la moraleja. Ahora el envío.
MOTH.—Yo añadiré el «envío». Repetid la moraleja.
ARMADO.
El zorro, la mona y el gato montés
formaban impares, pues sólo eran tres.
MOTH.
Hasta que a la puerta fue el ganso a parar,
e hizo de ellos cuatro, rompiendo el impar
Ahora repetiré vuestra moraleja y vos me acompañaréis con mi envío:
El zorro, la mona y el gato montés
formaban impares, pues sólo eran tres.
ARMADO.
Hasta que a la puerta fue el ganso a parar,
e hizo de ellos cuatro, rompiendo el impar
MOTH.—¡Un buen envío, que da fin en el ganso! ¿Podéis desear más?
COSTARD.—El paje lo habrá adquirido en el mercado: un ganso gordo. Señor, habéis hecho un gran negocio, si el ganso es de peso. ¡Realizar una buena compra es tan difícil como jugar al ganapierde! Permitidme que lo vea. ¡Sí, debe de ser un excelente envío, si el ganso está gordo!
ARMADO.—Venid acá, venid acá. ¿Cómo principió esta disertación?
MOTH.—Porque dije yo que esta manzana se había roto la tibia, y entonces vos pedisteis el envío.
COSTARD.—Es verdad, y yo el llantén. Entonces vino vuestra disertación, en seguida el envío gordo del paje, el ganso que ha comprado, y el mercado, con que dio fin.
ARMADO.—Pero decidme, ¿cómo una manzana puede romperse una tibia?
MOTH.—Voy a decíroslo de una manera sensible.
COSTARD.—¡Tú no lo sientes como yo, Moth! Yo explicaré este envío:
Yo, Costard, saliendo de mi hosca prisión,
me he roto la tibia al dar un tropezón.
ARMADO.—No tratemos ya de esta materia.
COSTARD.—Tanto más cuanto que ya no quedará materia en mi tibia.
ARMADO.—Tunante Costard, quiero hacerte franco.
COSTARD.—¡Oh! Casadme con una francesa. Husmeo en esto algún envío, algún ganso.
ARMADO.—Por mi buena alma, al decir que iba a ponerte en libertad quise significarte que emanciparía tu persona. Estabas emparedado, sujeto, cautivo, atado.
COSTARD.—Cierto, cierto, y ahora vais a ser mi purga, desatándome.
ARMADO.—Te devuelvo la libertad, te libro de la prisión; y, en trueque, no te impongo más que esto (Dándole una carta.): que lleves la presente importante misiva a la aldeana Jaquineta. (Entregándole dinero.) Aquí tienes la remuneración, pues de lo que más me enorgullezco es de recompensar a los que dependen de mí. ¡Sígueme, Moth! (Sale.)
MOTH.—Como una consecuencia. ¡Adiós, signior Costard!
COSTARD.—¡Mi querida onza de carne humana! ¡Mi delicada joya! (Sale MOTH.) Veamos ahora su remuneración. ¡Remuneración! ¡Oh! Es una palabra latina que vale tres ochavos[23]. Remuneración, tres ochavos. «¿Cuánto vale esta cinta?» «Un penique.» «No, os daré una remuneración.» Y se la lleva uno. ¡Remuneración! ¡Cómo! Es un nombre más lindo que la corona de Francia. Jamás compraré nada sin servirme de este término.
Entra BEROWNE
BEROWNE.—¡Oh! ¡Bien hallado, mi buen bribón Costard!
COSTARD.—Por favor, señor, ¿cuántas cintas color de carne puede comprar un hombre por una remuneración?
BEROWNE.—¿A qué llamas una remuneración?
COSTARD.—Pardiez, señor, a un penique menos un ochavo.
BEROWNE.—Pues entonces podrás adquirir tres cuartos de penique de seda.
COSTARD.—Gracias a Vuestra Señoría. ¡Dios os guarde!
BEROWNE.—Espera, belitre. Voy a darte un encargo. Si quieres ganar mi favor, gran pícaro, hazme una cosa que voy a pedirte.
COSTARD.—¿Cuándo queréis que la haga, señor?
BEROWNE.—¡Oh! Esta tarde.
COSTARD.—Bien. ¡Contad conmigo, señor! Adiós.
BEROWNE.—¡Pero si no sabes de qué se trata!
COSTARD.—Lo sabré cuando lo haya hecho, señor.
BEROWNE.—Pero, villano, es preciso que lo sepas antes.
COSTARD.—Vendré a preguntárselo a Vuestra Señoría mañana por la mañana.
BEROWNE.—Debe hacerse esta misma tarde. Escucha, bribón, de qué se trata. La princesa va a venir a cazar al parque. Entre las damas de su séquito hay una beldad encantadora. Cuando la lengua habla con dulzura, pronuncia insensiblemente su nombre y la llama Rosalina. Pregunta por ella y desliza en su blanca mano este billete cerrado. Ahí va la recompensa. (Entregándole un chelín.) Anda.
COSTARD.—¡Recompensa! ¡Oh, dulce recompensa! ¡Mejor que la remuneración! ¡Le aventajas en once peniques! ¡Oh, dulcísima recompensa! ¡Señor, cumpliré exactamente vuestro encargo! ¡Recompensa! ¡Remuneración! (Sale.)
BEROWNE.—¡Oh! ¡Es posible! ¡Yo, enamorado! ¡Yo, azote del amor, corchete de los apasionados suspiros, censor austero!, ¡qué más!, ¡alguacil nocturno, pedante imperioso, que reprimía con mayor arrogancia que ningún mortal a ese niño vendado, a ese lloricón, a ese miope, a ese perverso, a ese joven anciano, a ese enano gigante Don Cupido; regente de las rimas amorosas, dueño de los brazos cruzados, soberano ungido de los suspiros y de los sollozos, señor feudal de los ociosos y descontentos, temible príncipe de los jubones, rey de las bragas, único emperador y capitán general de los procuradores que callejean[24]! ¡Pobre corazoncito mío! Heme aquí su edecán de campo[25], llevando en mi escarapela sus colores como el aro de un saltimbanqui. ¡Cómo! ¡Yo! ¡Enamorado! ¡Haciendo la corte! ¡En busca de esposa! ¡De una mujer que, semejante a un reloj alemán necesitará continuamente composturas, siempre desarreglado, nunca bien, por cuidados que se tengan con su marcha! ¡Y luego, haber perjurado, que es lo peor de todo, y entre tres mujeres, amar la peor de las tres! Una frívola y blanca criatura con cejas de terciopelo y dos bolitas negras a guisa de ojos. ¡Y, por el cielo, una arrogante moza, que se pagará de ellos, aunque Argos fuera su eunuco y su guardián! ¡Y yo suspiro por ella! ¡Velo por ella! ¡Ruego por ella! ¡Vamos; es un tormento que me impone Cupido por haber ignorado el poder formidable de su débil poder! ¡Sea! ¡Amaré, escribiré, suspiraré, rogaré, cortejaré y exhalaré gemidos! Unos se encaprichan de una dama y otros de un marimacho. (Sale.)