Escena II

El mismo lugar

Entran ARMADO y MOTH

ARMADO.—Muchacho, ¿qué significa que un hombre de gran talento se vuelva melancólico?

MOTH.—Es señal evidente, señor, de que mirará con aire triste.

ARMADO.—¡Cómo! La tristeza y la melancolía son una y la misma cosa, querido pequeño.

MOTH.—¡No, no! ¡Por Dios, señor, no!

ARMADO.—¿En qué puedes distinguir la tristeza de la melancolía, mi tierno mozalbete?

MOTH.—En virtud de una demostración familiar de sus resultados, mi viejo coriáceo.

ARMADO.—¿Por qué viejo coriáceo? ¿Por qué viejo coriáceo?

MOTH.—¿Por qué tierno mozalbete? ¿Por qué tierno mozalbete?

ARMADO.—He empleado la expresión de tierno mozalbete como un epíteto congruo, conveniente a tus tempranos días, que podemos calificar de tiernos.

MOTH.—Y yo la de viejo coriáceo, como una denominación adecuada a vuestra edad, que podemos llamar coriácea.

ARMADO.—Gracioso y oportuno.

MOTH.—¿Qué queréis decir, señor? ¿Que soy gracioso y mi respuesta oportuna? ¿O que soy oportuno y mi respuesta graciosa?

ARMADO.—Eres gracioso, porque eres pequeño.

MOTH.—Entonces soy un pequeño gracioso. Ahora, ¿por qué oportuno?

ARMADO.—Porque eres vivo.

MOTH.—¿Decís eso para hacerme un elogio, señor?

ARMADO.—Un elogio que mereces.

MOTH.—El mismo elogio podría tributarse a una anguila.

ARMADO.—¡Cómo! ¿Es ingeniosa una anguila?

MOTH.—Una anguila es viva.

ARMADO.—He querido decir que eres vivo en la réplica. ¡Me calientas la sangre!

MOTH.—Comprendido, señor.

ARMADO.—No me gusta que se me contraríe.

MOTH.—(Aparte.) Se expresa mal; la falta de dinero es lo que le contraría.

ARMADO.—He prometido estudiar tres años con el duque.

MOTH.—Podríais hacerlo en una hora, señor.

ARMADO.—Imposible.

MOTH.—¿Cuántos son tres por uno?

ARMADO.—Cuento mal. Eso se queda para un espíritu de mozo de taberna.

MOTH.—Vos sois hidalgo y jugador.

ARMADO.—Lo confieso. Ambos títulos constituyen la flor y nata de un cumplido caballero.

MOTH.—En ese caso estoy seguro de que sabréis cuánto valen un dos y un as.

ARMADO.—Dos más uno.

MOTH.—Lo que el bajo vulgo llama tres.

ARMADO.—Cierto.

MOTH.—¿Y para eso es menester estudiar tanto, señor? Porque ved aquí el número tres estudiado en menos tiempo del que emplearíais en pestañear tres veces. Y en cuanto a añadir la palabra «años» al vocablo «tres», y estudiar tres años en dos palabras, el caballo danzante[7] os lo enseñaría.

ARMADO.—¡Es la más bella figura!

MOTH.—Para probar que sois un cero.

ARMADO.—Voy a confesarte que estoy enamorado; y, como es indigno en un soldado enamorarse, me he enamorado de una indigna doncella. Si desenvainando mi espada contra el capricho de una afección me librase del reprobado pensamiento de ella, haría cautivo al deseo y lo trocaría con cualquier cortesano francés por un saludo a la última moda. Estimo humillante el suspirar, y me parece que debiera renegar de Cupido. ¡Reconfórtame, muchacho! ¿Qué grandes hombres han estado enamorados?

MOTH.—Hércules, señor.

ARMADO.—¡Gentilísimo Hércules! Cítame más autoridades, querido muchacho; adúceme otros nombres; que sean varones de buena reputación y conducta.

MOTH.—Sansón, señor, que era un hombre de buena reputación y agallas, pues transportó a hombros las puertas de una ciudad, como un mozo de cordel, y estaba enamorado.

ARMADO.—¡Oh robusto Sansón! ¡Vigoroso Sansón! Tanta ventaja te llevo yo en el manejo de la tizona, como tú me hubieses llevado en el transporte de las puertas. ¡Yo también estoy enamorado! ¿Quién era la amada de Sansón, querido Moth?

MOTH.—Una mujer, mi amo.

ARMADO.—¿De qué color?

MOTH.—De uno de los cuatro, de los tres, de los dos, o de todos ellos.

ARMADO.—Dime exactamente el color de su cara.

MOTH.—Verde mar, señor.

ARMADO.—¿Es ése uno de los cuatro colores?

MOTH.—Así lo he leído, señor, y el más bello de todos.

ARMADO.—En efecto, el verde es el color de los enamorados; mas me parece que Sansón no tuvo razón alguna para enamorarse de este color.

MOTH.—La tuvo, señor, pues ella tenía el espíritu verde.

ARMADO.—Mi amada es del blanco y rojo más inmaculado.

MOTH.—Los pensamientos más maculados, señor, disimúlanse bajo semejantes colores.

ARMADO.—Precisa, precisa, mozalbete instruido.

MOTH.—¡Espíritu de mi padre, lengua de mi madre, venid en mi ayuda!

ARMADO.—¡Dulce invocación de un niño! ¡Muy lindo y muy patético!

MOTH.

Si del blanco y del rojo está formada,

nunca sus faltas mostrará su tez,

pues son las que enrojecen a la amada,

y el miedo es blanco por la palidez.

Así, si tiembla o si ella es reprendida,

en sus mejillas no hallaréis rubor,

porque su cara brillará encendida

en su propio matiz y en su color.

¡Peligrosos versos, amo mío, contra los fundamentos del blanco y del rojo!

ARMADO.—¿No existe, muchacho, una balada de «El rey y la mendiga»?

MOTH.—El mundo ha cometido el pecado de inventar esa balada hará unas tres centurias.

Pero creo que al presente no es posible descubrirla; o, de encontrarse, no se podría ya ni transcribir ni entonar.

ARMADO.—Yo haré que el tema torne a escribirse de nuevo, con objeto de justificar mi transgresión con algún precedente poderoso. ¡Paje, adoro a la joven aldeana que he sorprendido en el parque con ese rústico idiota de Costard! Lo merece en extremo.

MOTH.—(Aparte.) Ser azotada, y después una amante mejor que mi amo.

ARMADO.—¡Canta, paje! ¡El amor apesará mi espíritu!

MOTH.—¡Es asombroso, cuando se ama a una beldad ligera!

ARMADO.—¡Canta, digo!

MOTH.—Esperad a que se marche esta gente.

Entran DULL, COSTARD y JAQUINETA

DULL.—Señor, es deseo del duque que retengáis a Costard bajo vuestra vigilancia y que no le permitáis deleite ni penitencia alguna; antes bien, quedará obligado a ayunar tres días a la semana. En cuanto a esta damisela, voy a guardarla en el parque. Se le autorizará a ejercer de lechera.

ARMADO.—El rubor me traiciona. ¡Niña!…

JAQUINETA.—¿Hombre?…

ARMADO.—Iré a visitarte a tu vivienda.

JAQUINETA.—Próxima se halla.

ARMADO.—Sé donde está.

JAQUINETA.—¡Qué sabio sois, señor!

ARMADO.—Te contaré cosas maravillosas.

JAQUINETA.—¿Con esa facha?

ARMADO.—Te amo.

JAQUINETA.—Así os lo he oído decir.

ARMADO.—Y con esto, me despido.

JAQUINETA.—¡Que el buen tiempo venga después de vos!

DULL.—¡Vamos, Jaquineta! ¡Adelante! (Salen DULL y JAQUINETA.)

ARMADO.—¡Villano, ayunarás por tus ofensas, antes que se te perdone!

COSTARD.—Está bien, señor; confío en que, cuando lo haga, será con el estómago lleno.

ARMADO.—Te impondré un castigo pesado.

COSTARD.—Os deberé más agradecimiento que vuestros sirvientes, que sólo reciben un pago ligero.

ARMADO.—¡Llévate a este tunante! ¡Y que se lo ponga a buen recaudo!

MOTH.—¡Vamos, miserable transgresor! ¡En marcha!

COSTARD.—¡No me encerréis, señor! ¡Permitidme ayunar libremente!

MOTH.—NO, señor; eso sería un ayuno libre. Ayunarás en prisión.

COSTARD.—Bien; si alguna vez vuelvo a ver los alegres días de infortunio que he presenciado, alguno verá…

MOTH.—¿Qué verá?

COSTARD.—No, nada, maese Moth; únicamente lo que vea. No conviene a los presos ser demasiado silenciosos en palabras y, por consiguiente, punto en boca. A Dios gracias, tengo tan poca paciencia como otro cualquiera, y, por tanto, puedo estar tranquilo. (Salen MOTH y COSTARD.)

ARMADO.—¡Adoro la tierra vil, cuando los zapatos de mi amada, más viles todavía, guiados por sus pies, más viles aún que la tierra y sus zapatos, la rozan suavemente! Si la amo seré perjuro, lo que es una gran prueba de falsedad. Y ¿cómo puede ser leal el amor, cuando sus orígenes son falsos? El amor es un espíritu familiar; el amor es un demonio; no hay más ángel malo que el amor. No obstante, Sansón fue tentado, y gozaba de prodigiosa fuerza. Salomón fue también seducido, y disfrutaba de gran sabiduría. La flecha de Cupido es demasiado dura para la maza de Hércules, y por ello harto desigual para la espada de un español. La primera y segunda causa no me servirán en el trance[8]. No respeta el «passado[9]» ni atiende al «duelo». Su vergüenza es llamarse niño; mas su gloria, someter a los hombres. ¡Adiós, valor! ¡Enmohécete, espada! ¡No resuenes, tambor! ¡Vuestro amo está enamorado! ¡Sí, él ama! Inspíreme de repente algún numen de la rima. Porque, no cabe, duda, me convertiré en fabricante de sonetos. ¡Crea, imaginación! ¡Escribe, pluma! ¡Voy a producir volúmenes enteros en folio! (Sale.)